por Alberto Mansueti
4 de diciembre de 2017
 
En los años ’70 y ’80, mientras Latinoamérica padecía de socialismo “cepalino” y de guerrillas marxistas, crecían los “dragones asiáticos”: Hong Kong, Taiwan, Singapur y SurCorea. Después, este “capitalismo clásico emergente” se extendió por el sur de China.
Y en este siglo, mientras Latinoamérica sigue sufriendo la hegemonía de la izquierda en diversas variedades, rugen ciertos “leones africanos”, que han seguido los ejemplos de Asia. Crecen a tasas sorprendentes. En pocos años han reducido el hambre, la pobreza, la ignorancia, las endemias y la violencia tribal, gracias a severas reformas tipo “manchesteriano”, que van más allá de la economía: llegan a la educación, salud, jubilaciones y pensiones.
Como describen varios Sites en Internet, por ej. “Africapitalism”, liderado por Tony Elumelu, aquel “dios Estado” por fin ha devuelto funciones, poderes y recursos antes usurpados a los particulares, hoy empoderados, y responsables de sus propios destinos.
En 2000, The Economist hablaba de África como “el continente sin futuro”; pero en los recientes 15 años, el ingreso per capita ajustado a la inflación y al poder de compra ha aumentado en 50 % entre 2000 y 2015, y sigue a un ritmo de 5 % anual, informa Marian Tupy, del Instituto Cato. Toda el África subsahariana consta de 46 países, y abarca un área de 9,4 millones de millas cuadradas. Una de cada 7 personas en el globo vive en África, y la tasa de fertilidad es más alta que en el resto; por eso, en 2050 habría más personas en Nigeria que en EE.UU.
El aumento de la riqueza se traduce en notables progresos en los indicadores clave del bienestar humano. En 1999, el 58 % de los africanos vivía con menos de U$S 1.90 por persona al día. Para 2011, sólo era el 44 %, y la población aumentaba de 650 a mil millones. Si África sigue por este camino, la tasa de pobreza absoluta caerá al 24 % para 2030.
La esperanza de vida pasó de 54 años en 2000, a 62 en 2015. En ese lapso, la mortalidad infantil bajó de 80 muertes por cada 1.000 nacidos vivos, a 49. En VIH/SIDA, malaria y tuberculosis, hay mejoras en las tasas de ocurrencia, detección, tratamiento y supervivencia. El consumo de alimentos ya pasa de las 2.500 calorías promedio por persona al día, gracias al capitalismo en la agricultura; y ya no hay hambrunas, excepto en las zonas de guerra, que son cada vez menos. Las matriculaciones en escuelas primarias, secundarias y universitarias se han empinado en Ruanda, Sudáfrica, Nigeria, Angola, Ghana y Etiopía, entre los países “reformados” que van a la cabeza.
Parte del crecimiento de África fue impulsado por los altos precios de los productos básicos, pero según los estudios de la Consultora McKinsey, más por las reformas microeconómicas profundas. Por mucho tiempo de su historia poscolonial, los gobiernos han impuesto a los africanos un control central sobre sus economías. Desde comienzos de los ’60 hubo siempre inflaciones, controles de precios, de tipo de cambio, y de salarios. Los Ministerios de Comercio reprimían los precios en la agricultura, y así los bajaban artificialmente; los campesinos se empobrecían, y los gobiernos se enriquecían con empresas, lujosas oficinas y monopolios estatales.
Eso cambió tras el derribo del Muro de Berlín, y el colapso de la U.R.S.S., que financió y protegió a muchas tiranías socialistas. Entre 1990 y 2013, la libertad económica, medida por el Instituto Fraser de Canadá, aumentó de 4.75 puntos sobre 10, a 6.23. Y más la libertad comercial: de 4.03 a 6.39. La variable “acceso a dinero sólido”, pasó de un mínimo de 4,9 puntos en 1995, a un 7,27 en 2013.
Según los indicadores Doing Business del Banco Mundial, el contexto regulatorio se ha relajado. Hacer negocios se ha vuelto más fácil: el puntaje de África pasó de 45 sobre 100 en 2004 a 72 en 2015. Se nota en permisos de construcción, resolución de insolvencias y quiebras, cumplimiento de contratos, tener créditos en la banca, acceso a electricidad, vías de transportes y comunicaciones, impuestos más bajos, registro de la propiedad.
El Estado se reduce en funciones, poderes y recursos; se enfoca en sus asuntos propios: seguridad, justicia e infraestructura. Instituciones como los mercados de capitales ganan experiencia, y también las asociaciones privadas de voluntariado, religiosas o puramente filantrópicas, las que se ocupan de atender realmente a los pobres y desvalidos.
Este “capitalismo clásico emergente” hace de África un lugar atractivo para la inversión extranjera, y  la liga cada vez más estrechamente con Asia y el mundo. McKinsey & Co. registra que de 1990 a 2008, la participación de Asia en el comercio africano se duplicó, y llegó al 28 %; mientras que la de Europa Occidental cayó al 28 %, desde el 51 % anterior. Empresas de India, Brasil y Medio Oriente participan en proyectos africanos.
El flujo anual de inversión extranjera directa en África aumentó de U$S 9 mil millones en 2000 a 62 mil millones en 2008; y en relación con el PIB, eso es casi tanto como en China. Los recursos naturales han atraído mucho al capital extranjero nuevo, pero también el turismo, sectores textiles y calzado, construcción, banca y telecomunicaciones.
Las izquierdas están furiosas; y de África dicen lo mismo que de Chile cuando Pinochet: que las mejoras en la economía se pagan con un elevado costo político: el “autoritarismo” de los dictadores. Pues las revistas serias de Ciencia Política dicen lo contrario: que las mejoras en la economía han sido programadas, impulsadas y sostenidas por fuertes y modernos partidos políticos de derechas, claras sus metas y objetivos, y bien implantados sus cuadros medios, sus comités y células de base. Sin estos partidos, todo seguiría igual, y nada habría cambiado. También en esos temas, África gana experiencia, por ej. en Benin, Botswana, Ghana, Namibia, Senegal y Sudáfrica.
Desde luego que hay trampas en muchas elecciones, y funcionarios corruptos; pero yo me pregunto: ¿acaso tienen las izquierdas autoridad moral para arrojar la primera piedra a los acusados por estos crímenes?
Hace tiempo que África comenzó a derogar las leyes malas, y a abandonar las instituciones del socialismo. La expansión del cristianismo tiene que ver en esto, según la investigadora LaSharnda Beckwith, en An Empirical Study: How Christians Influence Global Markets, un estudio empírico sobre la influencia cristiana en mercados globales. Pero es el cristianismo histórico, tanto católico como protestante, con su ética del trabajo, el comercio, el ahorro, y la inversión mirando al futuro. No se parece al cristianismo deformado y “milagrero”, predominante en católicos y evangélicos de América latina, que votan por izquierdas y sostienen al monstruoso “Estado de Bienestar”, con su Teología (marxista) “de la Liberación”. Aunque este es otro tema, así que ¡hasta lo que sigue, mis amigos!