7 de diciembre de 2017
Por Carroll Ríos de Rodríguez
Fuente: Instituto Fe y Libertad / crios@feylibertad.org
 
“Jerusalén es el corazón del pueblo judío y es una profunda fuente de nuestro orgullo,” afirmó el primer ministro de Israel, Yitzhak Rabin, en Washington, D.C., el 25 de octubre de 1995. Diez días después de emitidas estas palabras, fue asesinado en Tel Aviv por el estudiante ultranacionalista Yigal Amir, opuesto a las tentativas de acuerdos de paz promovidas por el gobierno de Rabin. El evento en Washington conmemoraba los 3,000 años de la existencia de la sagrada ciudad. Rabin añadió que existía consenso entre israelís sobre la importancia de reclamar la histórica Jerusalén como capital del estado, porque como esa ciudad, no hay dos. Ese sigue siendo el sentir de los israelís.
El día anterior, como símbolo de la amistad diplomática entre Estados Unidos e Israel, la Cámara de Representantes y el Senado de Estados Unidos aprobaron, con una gran mayoría de votos bipartidistas, una ley que reconocía a Jerusalén como la capital de Israel y que decidía el traslado de la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén. Dicho traslado debía completarse en 1999.  El presidente en esos momentos, Bill Clinton, asustado por las reacciones adversas del mundo árabe, no firmó la ley por considerar que ésta podría poner en riesgo las negociaciones de paz, pero ésta sí entró en vigencia días más tarde. La promesa política fue de posponer más que de rechazar la posibilidad de un eventual traslado de la embajada. En los años subsiguientes, George Bush y Barack Obama también adoptaron esta actitud de espera.
El pasado miércoles 5 de diciembre, el Presidente Donald Trump anunció que trasladará la embajada de su país a Jerusalén, reconociéndola como la capital de Israel. No se ha fijado un plazo para efectuar el traslado, y funcionarios de la Casa Blanca aclaran que la medida requiere del apoyo del Congreso, así como de la elaboración de planes para ubicar un sitio adecuado, diseñar el nuevo edificio y construirlo, todo ello cuidando los gastos.
Como era de esperar, varios grupos palestinos convocaron a paros y manifestaciones en protesta por el anuncio de Trump. Los palestinos reclaman el este de Jerusalén como la capital de su futura nación. El rey Salman de Arabia Saudita le advirtió a Trump que este anuncio equivalía a provocar al mundo musulmán.
No obstante, James Phillips de la Fundación Heritage, experto en asuntos de Medio Oriente, afirmó que Trump tomó la decisión correcta.  “El reconocimiento de Jerusalén recompensa a un aliado cercano y corrige una injusticia histórica: el hecho que la soberanía israelí sobre su propia capital no ha sido reconocida,” expresó Phillips.
Jersualem
Jerusalén es una ciudad sagrada para muchas religiones, incluyendo el islam, el cristianismo y el judaísmo. Las tres religiones comparten la veneración por el monte del Templo, por ejemplo. De niño, Jesucristo fue presentado en el templo por sus padres, y allí predicó, curó enfermos y protagonizó milagros. La última cena tuvo lugar en Jerusalén, así como su arresto, juicio y la crucifixión del Señor.
El alcalde de Jerusalén, Nir Barkat, afirmó que la ciudad debe unir y no dividir a las religiones. En una cena para el Christian Media Summit, Barkat afirmó que “en un kilómetro cuadrado de Jerusalén, encontrarás más sinagogas, iglesias y mezquitas que en cualquier otra parte del mundo”. El rol de la ciudad es invitar a todos, incluyendo a los no religiosos.
El anuncio de Trump capturó primeras planas, pero no sabemos si se tomarán los pasos administrativos necesarios para cumplir con la proclama mediática, ni si la situación logrará desenvolverse sin provocar mayores confrontaciones y violencia.
 
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