Por Gabriel J. Zanotti
Fuente: Filosofía para mí
29 de marzo de 2018
Lo primero que tenemos que aclarar es que Aristóteles sostenía que el “alma racional” comenzaba recién a los tres meses, y lo mismo opinó Santo Tomás, aunque este último, claro, dijo claramente que un ser humano en potencia no debe ser asesinado.
Sin embargo, la ontología de Aristóteles da respuestas actuales a este tema que me parece que no fueron consideradas por Rothbard o Ayn Rand cuando se pronunciaron pro-aborto.
En primer lugar, la diferencia entre esencia y accidente. Los accidentes suponen la esencia, la naturaleza a partir de la cual surgen. Uno de esos accidentes es la cualidad, entre las cuales se encuentran las potencias vegetativas, sensitivas y racionales. Por ende cuando una potencia se desarrolla, presupone la esencia de la cual se desarrolla, que en ese caso es la naturaleza como la misma esencia en cuando principio de operaciones (acciones).
La esencia, a su vez, se encuentra totalmente en una sustancia primera, aunque no se reduce a ella. Un ser humano concreto, Juan, Gabriel, Inés, es una sustancia primera; su naturaleza, la humanidad, se encuentra totalmente en la sustancia primera pero no se reduce a la sustancia primera. Por eso podemos decir “Gabriel es humano” (bueno, depende del día J) pero no podemos decir “Gabriel es humanidad”.
Las potencias, a su vez, tienen tres estadios ontológicos: la potencia en cuando tal (la vista, por ejemplo), su acto propio (el ver), su objeto (la luz o el color). Luego, que la potencia no haya pasado aún a su acto propio, “en acto segundo” (obrar) NO implica que la potencia no “esté ya siendo” en acto 1ro. Luego puede haber vista aunque no haya podido desarrollarse.
Dado todo lo anterior, no cabe más que concluir que, dado que el desarrollo de las potencias es accidente, que presupone una esencia que está totalmente en una sustancia primera, entonces el desarrollo del ser humano, en sus diferentes fases, presupone una naturaleza humana y un ser humano que se está desarrollando. Luego si algo se está desarrollando como humano, como el embrión humano, es porque ya es humano, es porque ya hay una sustancia primera, un ser humano concreto, con una naturaleza humana, cuyas potencias se están desarrollando y van a seguir en desarrollo una vez fuera del útero materno. Luego, el embrión humano supone que hay un ser humano que, por ende, no debe ser asesinado.
Y aunque aún no pueda “ejercer en acto 2do” sus potencialidades racionales, ello NO significa que NO estén allí, en acto primero. O sea, la inteligencia y la voluntad ya son, ya están, ya existen, en acto 1ro, en la sustancia primera, porque emergen de la naturaleza humana, están siempre en acto 1ro., aunque aún no hayan pasado al acto 2do.
Por ende Aristóteles no fue coherente consigo mismo cuando dijo que las potencias racionales “comienzan” a los tres meses. YA estaban allí en acto 1ro., sólo que aún faltaba que pasaran “visiblemente” a ejercer sus actos propios en acto 2do.
Por lo tanto, estimados amigos randianos y rothbardianos, creo que si fueran coherentemente consecuentes con la ontología de Aristóteles, no les quedaría sino concluir que el ser humano es tal desde el primer momento, porque el desarrollo presupone la naturaleza, y las potencias están allí siempre en acto 1ro. aunque no hayan podido pasar al acto 2do.Hacia el año 1800 la población mundial era de mil millones de habitantes, la esperanza de vida al nacer no llegaba a 40 años y más del 80% de la gente vivía en pobreza extrema. Poco más de dos siglos después, la población se multiplicó por 7, la esperanza de vida se duplicó y la pobreza extrema cayó al 10%. Son sin duda logros extraordinarios que nos llenan de esperanza ante el problema de la miseria y la pobreza que todavía afecta a millones de seres humanos. Es fundamental entender cómo ha sido posible semejante progreso para determinar qué camino deben seguir las comunidades que aspiran a niveles crecientes de desarrollo.
La pobreza se supera creando riqueza, es decir, una relativa abundancia de bienes y servicios que permiten a los seres humanos satisfacer necesidades y alcanzar objetivos valiosos desde el punto de vista de su realización personal. No se trata sólo de poseer exclusivamente muchos bienes materiales sino de la posibilidad de desplegar una vida auténticamente humana en la dimensión familiar, social, cultural e incluso religiosa. Esos bienes y servicios que permiten entre otras cosas alimentarse bien, habitar en casas confortables, curar enfermedades, desarrollar el conocimiento, cultivar el arte en sus diversas formas, sostener obras de caridad y actividades religiosas, no están dados en la naturaleza; hay que producirlos. La riqueza es un producto humano. Los llamados recursos naturales no nos sirven de nada si no sabemos qué hacer con ellos, si no descubrimos el mejor modo de utilizarlos para nuestro bienestar. ¿Y cómo producimos más riqueza? ¿Qué es lo que hace más productivo al trabajo humano? Un factor clave es la división social del trabajo y su corolario, el comercio. El sistema comercial permite que cada uno se especialice en algo para ofrecer a los demás y que, a su vez, pueda obtener de los otros aquello en lo que éstos se han especializado. Cuanto más extendido está el mercado, cuantas más personas participan del mismo, mayor posibilidad de especialización y de beneficios mutuos. La productividad del trabajo también se potencia con el empleo de maquinarias y tecnología, es decir, con la inversión en bienes de capital para cuya producción es indispensable el ahorro.
En suma, superar la pobreza requiere un sistema extendido de división del trabajo, comercio, ahorro e inversión. La gran oportunidad que ofrece la globalización consiste justamente en la integración a un mercado del que participan millones de seres humanos, en el cual podemos ofrecer lo mejor de nosotros y obtener lo mejor de los demás. Incluso la llamada inversión extranjera permite a los países más pobres beneficiarse del ahorro externo para aumentar la productividad del trabajo local.
La globalización ha permitido salir de la pobreza a millones de seres humanos que se han integrado al comercio mundial. Sin embargo, todavía persisten ideas contrarias al libre comercio y a la integración entre los países que perjudican principalmente a los más pobres. Es cierto que la libertad comercial puede amenazar intereses particulares tanto en países ricos como pobres; los empresarios que no son competitivos a nivel internacional rechazan naturalmente la apertura comercial con el argumento de defender la industria y el trabajo local. Pero la ilusión de la autarquía y el sostenimiento de empresas ineficientes a cualquier precio van en la dirección contraria al progreso. En un sistema proteccionista, los pobres, que tienen la necesidad urgente de asignar de la mejor manera posible sus magros recursos, se ven forzados a pagar productos más caros o de peor calidad a las empresas que el gobierno aísla de la competencia. A su vez, se fomenta la asignación del capital y el trabajo a actividades que no podrían sostenerse si los consumidores tuvieran la libertad de elegir alternativas. Todos merecemos libertad y los pobres la necesitan con urgencia. En ausencia de proteccionismo comercial, las inversiones y el trabajo tenderían a la producción de bienes y servicios para los cuales existan ventajas comparativas. De este modo cada uno podría encontrar su lugar en el sistema de cooperación social extendida que es el comercio internacional. Es verdad que para algunos sectores la transición hacia un modelo de mayor apertura comercial puede significar la necesidad de adaptarse o reconvertirse, pero si queremos obtener bienes y servicios que producen otros, lo justo es que ofrezcamos a cambio algo que los demás valoren libremente. El proteccionismo comercial es un sistema de privilegios por el cual un sector se enriquece a costa de los demás y retrasa el proceso de desarrollo al impedir el aumento de la productividad.
El objetivo de lograr un mundo globalizado libre e integrado, que ayude a superar la pobreza que aún persiste, depende de fundamentos intelectuales y morales. A nivel intelectual es necesaria una sólida educación económica que nos permita comprender las causas de la prosperidad y combatir las falacias y los mitos contrarios al libre comercio. Desde el punto de vista moral es indispensable el compromiso con los valores de la justicia, la libertad y la solidaridad a fin de que los privilegios e intereses sectoriales no prevalezcan sobre el derecho de los pobres a integrarse libremente a redes de productividad e intercambio, sin lo cual cualquier plan para erradicar la pobreza sólo conducirá a nuevas frustraciones.
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