10 de julio de 2018
Por Hugo Landolfi
Para Instituto Acton
Hannah Arendt nos enseñó que un ser humano no debe desatenderse de los resultados que genera un sistema del que forma parte. Habiendo estudiado y analizado detenidamente la personalidad del teniente coronel de las SS nazis Adolf Eichmann, en ocasión de ser juzgado en Jerusalén por sus crímenes durante la segunda guerra mundial, la filósofa acuño la expresión “banalidad del mal” para identificar la actitud humana de comportarse como un mero engranaje dentro de un sistema humano, desatendiéndose de los resultados del mismo. Resulta que Eichmann fue un cuidadoso y celoso organizador de la logística que condujo a millones de judíos a las cámaras de gas, al mismo tiempo que se limitó a defender sus actuaciones, desatendiéndose de sus resultados genocidas, mediante la sencilla explicación de que solo seguía órdenes de sus superiores. Tal actitud “burocrática”, en palabras de Arendt, no escondía una profunda perversidad o maldad, como pudiera creerse a primera vista, sino una mera actitud banal de desatenderse de las consecuencias de los propios actos, como si un hombre pudiera, por simple decisión personal, transformarse en un mecánico engranaje sin responsabilidades dentro de la máquina de la cual tal engranaje forma parte.
 
El trasfondo de la banalidad
Cuando hablamos de banalidad, dentro de los usos habituales del término, hablamos de actitudes superficiales o insustanciales. Esto nos lleva a nosotros a tender a asociar a lo banal con actitudes carentes de sentido humano porque, justamente, el ser humano adopta y practica actitudes superficiales o insustanciales cuando las mismas carecen, para él, de sentido último. Pero “carecer de sentido” no implica aquí carecer de un vínculo a un fin determinado, dado que las actitudes de Eichmann claramente se orientaban a cumplir el fin contenido en las órdenes recibidas por parte de sus superiores, sino que para nosotros “carecer de sentido” implica una desconexión y desordenación de las actitudes inmediatas de la persona para con el fin último de la vida del ser humano en tanto creado por Dios. Advertimos aquí las dificultades que puede tener para el lector agnóstico o ateo el sostenimiento de nuestra posición, pero sostenemos que todo lo humano termina transformándose en banal si la vida humana carece de un fin último trascendente al cual pueda ordenarse.
Esto implica que, para nosotros, será carente de sentido, es decir, banal, toda aquella actitud humana que, consciente o inconscientemente, que niegue o que se encuentre desconectada o en estado de desorden respecto del camino que el ser humano creado ha de recorrer para volver al Creador. Es decir, sencillamente, decimos que carece de sentido o es banal el mero estar fuera del camino hacia Dios.
 
Los caminos de la alienación humana
Esto implica que existe una íntima conexión entre las actitudes banales y carentes de sentido con la alienación humana porque, justamente, el hombre alienado, enajenado de sí mismo, expulsado del centro de la esencia de lo que él mismo es, es aquél que puede vivir despreocupado y anestesiado funcionando como un engranaje ciego dentro de una máquina, sin que importe qué es lo que hace la máquina. Solo puede aceptar ser un engranaje quien no sabe quién es y quien, por ende, desconoce su dignidad existencial. Quien vive de tal modo debe hacerlo de modo mayormente inconsciente porque tal inconsciencia es el anestésico existencial que habilita al hombre creado a seguir viviendo sin sentir el profundísimo dolor existencial de no saber quién es y cuál es el sentido de su existencia.
La vida sin sentido vive en la inmediatez del resultado material de corto alcance y tiende a desconectarse de los objetivos mediatos y finales de la vida humana, los cuales exceden toda materialidad. De este modo, la vida sin sentido y alienada, necesariamente anestesiada mediante la estrategia de la inconsciencia, puede tanto “atizar los crematorios como dedicarse al cuidado de los leprosos”[1] o puede considerar que “dará lo mismo embriagarse a solas que conducir pueblos”,[2] dado que todo finalmente dará lo mismo, es decir, todo será superficial y vano porque no habrá profundidad en la existencia: todo será, en definitiva, una simple superficie gris y chata. Todo éxito mundano desconectado del fin último de la vida humana se transformará, por ende, en la consecución inmediata de algún resultado que estará condenado a morir en lo inmediato y a limitarse a sí mismo y, de este modo, en sistemas humanos que funcionan de tales modos buscando solo tales inmediatos resultados, una persona ha de considerarse exitosa, al igual que Eichmann, por la mera eficiencia en hacer llegar trenes repletos de seres humanos a los campos de concentración donde los aguardaban las cámaras de gas. Por eso Eichmann era considerado un empleado muy reconocido y admirado dentro de la maquinaria nazi de exterminio, pero debemos tener nosotros mucho cuidado porque todos podemos llegar a ser, o tal vez ya somos, de algún modo, como Eichmann, y participar, generar y sostener inconscientemente sistemas y maquinarias que produzcan personas que sostengan actitudes tales, porque la alienación humana que vive una vida carente de sentido requiere, como dijimos, de una inconsciencia cotidiana como anestésico frente al profundo dolor que toda vida humana creada sentirá al advertir que vive, justamente, una vida carente de sentido.
 
La educación formal con estructura banal y alienante que genera Eichmanns existenciales
¿Dónde podemos advertir, hoy en día, la existencia de un sistema humano donde se obligue violentamente, desde muy niños y durante muchos años, a seres humanos a funcionar al modo en que Eichmann lo hacía, es decir, comportándose como un simple engranaje que sea capaz de repetir o de hacer mecánica e inconscientemente lo que le ordenen, desatendiéndose de los resultados últimos y existenciales de tal accionar, y recibiendo perversamente premios y reconocimientos, tal como Eichmann los recibía, por hacer tales cosas? ¿Qué sistema humano logra, hoy en día, que ingresen por una puerta, a los 3 o 4 años de edad, niños llenos de vitalidad, de preguntas y cuestionamientos existenciales profundísimos y que, luego de 10 o 12 años, esos mismos niños, transformados ahora en adolescentes, salgan por otra puerta con su vitalidad anestesiada, funcionando alienadamente bajo formas de respuestas automáticas a exigencias exógenas, habiéndose aniquilado en su interior todos los cuestionamientos existenciales que allí pujaban por encontrar respuesta? En síntesis: ¿En qué sistema entra por una puerta un ser humano creado por Dios, en camino de desarrollo y despliegue existencial, y sale por la otra un robot alienado, anestesiado y existencialmente extraviado? Tal sistema es el actual ídolo de nuestro tiempo: el sistema formal de educación, el cual es una perversa maquinaria que se ocupa de transformar a todos los que allí asisten en émulos de Eichmann, contando con la perversa complicidad de la sociedad, la cultura, la familia, los docentes y los padres quienes, también émulos del partido nazi que premiaba a Eichmann, se ocupa celosamente de premiar a los niños y adolescentes tanto más cuanto más se adapten a transformarse en ese engranaje ciego y alienado en el cual el sistema los obliga a transformarse.
El error de Arendt fue no advertir que un ser humano puede funcionar, al modo en que Eichmann lo hacía, no por mera banalidad casual sino solo cuando esa banalidad es el resultado de vivir una existencia alienada y anestesiada por su carencia íntima de sentido, debido a la desconexión de una existencia tal respecto del sentido último que toda vida humana ha de poder poseer en tanto es creada por Dios. Esto implica que en todo lo humano, lo banal o superficial no será nunca una mera casualidad o una simple actitud vital indiferente, sino que será siempre el resultado propio y específico de vivir una vida desconectada del fin último de cada existencia personal, evitando buscar las respuestas a las preguntas existencialmente más profundas que existen en el corazón de todo ser humano creado por Dios.
Curiosamente, el sistema educativo formal actual es un sistema intrínsecamente diseñado para transformar a los seres humanos que lo transitan en seres de vida banal, existencialmente alienados, porque se los aleja sistemáticamente de la posibilidad de reencontrarse con el camino que conduce hacia el descubrimiento de la esencia de su existencia personal y del sentido final y último de su propia vida, de modo tal de ayudarlos a conducirse hacia una vida humanamente consciente centrada en la interioridad de las propias decisiones libres, y no en la respuesta automatizada a forzamientos exógenos de todo tipo. Y aún así, nosotros que también estamos alienados y no advertimos esta calamidad, no solo entregamos a nuestros niños a tal sistema, con la parsimoniosa inconsciencia de perfectos émulos de Eichmann, sino que también aplaudimos y premiamos a nuestros niños y adolescentes cuanto más banales y alienados se vuelven a medida que transitan tal sistema. Así las cosas, salvo que tomemos consciencia y logremos torcer este camino, el futuro de la humanidad se muestra gravemente sombrío.
 
 
Bibliografía:
Arendt, Hannah, “Eichmann en Jerusalén”, varias editoriales y ediciones.
Landolfi, Hugo, “Educación para la fragilidad”, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2015.
Landolfi, Hugo, “Psicología, Filosofía y Educación”, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2017.
[1] Cfr., Camus, Albert, “El hombre rebelde”, Editorial Losada, Buenos Aires, 2003, Pág. 11.
[2] Cfr., Sartre, Jean-Paul, “El ser y la nada”, Editorial Losada, Buenos Aires, 2008, Pág. 841.