26 de julio de 2018
Por Manuel Solanet, Director de la Fundación Libertad y Progreso
Fuente: Libertad y Progreso  
El pobrismo podría ser definido como la exaltación de los pobres, poniendo el énfasis en su defensa frente al resto de la sociedad. Es un enfoque clasista aunque distinto al del marxismo. No se sintetiza en los trabajadores versus el capital, sino en los pobres frente a los ricos y el poder económico. Mientras el marxismo habla de la explotación, el pobrismo habla de la exclusión y el descarte.
El pobrismo no considera la movilidad social. Los pobres son y serán. Con ellos se desarrollan lazos afectivos, de solidaridad y también de ayuda. Pero el pobrismo no elabora políticas ni procedimientos para que cada uno de los pobres evolucione hacia la riqueza. Más bien desarrolla un discurso de protesta dirigido a quienes ellos creen egoístas, que desprecian a los pobres o en el mejor de los casos los ignoran. El pobrista suele adoptar perfiles austeros y emblemáticos en su vida personal. Es una forma de expresar su vocación o preferencia por los pobres.
El pobrismo es característico de gente buena. No nace en el resentimiento ni postula la lucha de clases. Tiende al asistencialismo. A redistribuir la riqueza que ya existe. Desconoce la inversión productiva y la generación de trabajo. Esto es consecuencia de que los pobristas descreen en el capital y tienen aversión a las grandes empresas. Prefieren dar pescado que enseñar a pescar. A lo sumo son condescendientes con la pequeña empresa, las pymes, que serían una réplica de los pobres frente a las grandes corporaciones. Sospechan que éstas ganan demasiado y que son remisas a distribuir los beneficios entre sus obreros.
Al exaltar la pobreza, parecería que el pobrismo no desea que los que hoy son pobres dejen de serlo. No indaga sobre las causas de la pobreza ni sobre el desarrollo económico y social producido por los distintos sistemas económicos. En esa ignorancia hace prevalecer visiones inmediatistas. Por ello rechaza el capitalismo o la economía de mercado, desconociendo que fue el único sistema que efectivamente contribuyó a reducir la pobreza en el mundo. Hoy también rechaza la globalización.
Es común que el pobrismo tenga base religiosa. Para los hombres de Fe vale el mandato evangélico de amar al prójimo como a sí mismo. El Papa Francisco es un pobrista y ha convocado a esa visión a muchos otros obispos y sacerdotes. El mensaje de “Laudato si” en su capítulo social expone con toda claridad esa posición, que luego se ha reiterado en todos los mensajes y documentos.
Debe diferenciarse el pobrismo de la verdadera ayuda efectiva a los pobres, que es la que trata que salgan de esa situación, que dejen de ser pobres. Ayuda efectiva es, por ejemplo, la del sacerdote Pedro Opeka que desde hace 50 años trabaja en una comunidad en Madagascar. Su tarea, además de espiritual, ha sido de ayuda para que personas de extrema pobreza, salgan de ella. Les ha hecho construir viviendas, enseñándoles con su propia participación. Les creó escuelas, agregando luego colegios secundarios y una universidad. Su preocupación fue capacitarlos para que evolucionen intelectual y materialmente. Escuché al Padre Opeka agradecer el premio que le otorgó la Universidad del CEMA, un centro educativo orientado a la libertad económica. En su discurso explicó cómo darle a sus asistidos las capacidades para desarrollarse por sí mismos. Es una filosofía coincidente con la sostenida en el mundo por el Instituto Acton. Ella nos dice que debe superarse la mera actitud compasiva, que deviene en protestataria para luego impugnar paradójicamente los sistemas económicos que más han hecho para salir de la pobreza.