Por Carmelo López-Arias
3 de agosto de 2018
Fuente: Religión en Libertad
En La acción humana (1949), Ludwig von Mises (1881-1973) analizó magistralmente la estructura de los precios en su libre formación y las consecuencias deletéreas de cualquier intervención en ella ajena a la voluntad de las partes. En particular, la del Estado. Toda la poderosa lógica con la que a partir de ahí desgranó su pensamiento, hasta alcanzar una amplísima variedad de fenómenos económicos, reposa en última instancia sobre la naturaleza atribuida al intercambio y su valoración subjetiva.
El edificio así alzado resulta admirable y armonioso. Sin embargo, algo chirría y decepciona cuando se examina de cerca su fundamentación filosófica, pues Mises quiso vincular específicamente su teoría sobre los intercambios a una teoría sobre el obrar del hombre, es decir, hacer de la economía el corolario de una antropología. Al hacerlo, formuló unas críticas a la metafísica trascendental, a la moral finalista ontológica y a la ley natural como expresión de la ley de Dios que no son solo erróneas e inaceptables desde la doctrina católica, sino que traslucen una lamentable confusión conceptual y una sorprendente incapacidad para entender bien la posición que rebate.
El asunto no es baladí. Cuando se plantea, como hace Mises, una construcción intelectual completa de forma deductiva, la solidez de los basamentos se convierte en el punto clave. No porque sea necesariamente falso todo lo que se deduzca de un principio falso, sino porque la verdad de las conclusiones deducidas a partir de un principio falso ya no reposa sobre la lógica interna del razonamiento y exige una prueba externa que no siempre se aporta ni puede aportarse. El error de base no tumba, pues, todas las inmensas aportaciones de La acción humana, pero perdería la obra buena parte de su relevancia histórica y, por qué no decirlo, de su encanto.
La solución
Un reciente libro arroja algo de luz. Se trata de Libertad económica, capitalismo y ética cristiana, recopilación de diversos trabajos de Martin Rhonheimer, de 68 años, suizo, doctor en Filosofía y sacerdote del Opus Dei. Editado por Mario Šilar para el Centro Diego de Covarrubias y Unión Editorial, el texto cumple lo que promete su subtítulo: Ensayos para un encuentro entre economía de mercado y pensamiento cristiano.
Como es sabido, toda una corriente entre los teóricos de la Escuela Austriaca de Economía atribuye su paternidad a la Escuela de Salamanca, cuyos teólogos y filósofos, religiosos en su mayoría, habrían establecido ya en el siglo XVI los fundamentos de la economía de mercado en la ley natural impresa por Dios en el hombre. Ni entro ni salgo en la cuestión erudita sobre esa paternidad, aunque sí conviene discernir que, una vez definido qué se entiende por economía de mercado, no hay un debate sino dos: un debate es afirmar o negar la existencia de una vinculación intelectual entre ambas escuelas, y un debate distinto es afirmar o negar que la economía de mercado se fundamente en la ley natural.
Rhonheimer, desde luego, lo afirma. Y en el ensayo La ética de la economía de mercado: una evaluación crítica a la interpretación utilitarista de Ludwig von Mises, incluido en el volumen, señala los “serios errores” en los que incurre el sabio economista al rechazar la ley natural como fundamento de la economía de mercado.
“El argumento central de Mises de que la economía de mercado es el orden natural de la cooperación social beneficiosa para cada persona individual es mucho más compatible con la idea clásica del derecho natural y la antropología judeo-cristiana, que concibe a los seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios, que con el utilitarismo”, apunta.
El problema es que Mises entendía mal tanto el utilitarismo en el que creía basarse como el derecho natural que creía combatir, y que confundía con el contractualismo propio del iusnaturalismo racionalista, totalmente distinto al iusnaturalismo clásico acorde con la doctrina católica. (Eminentes juristas católicos como Juan Vallet de Goytisolo o Michel Villey han estudiado en profundidad sus diferencias.)
“Incluso los grandes pensadores a veces malentienden la verdadera naturaleza de los fundamentos filosóficos de su pensamiento”, lamenta Rhonheimer. El sabio ucraniano (de Lemberg, entonces Imperio Austro-Húngaro) ve el pensamiento cristiano como una especie de fideísmo donde la razón autónoma no existe y “la ley y la legalidad, las normas morales y las instituciones sociales” son “veneradas como insondables decretos del cielo”. Como si no hubiese leído a Santo Tomás de Aquino.
Al mismo tiempo, Mises considera “utilitarista” una concepción del interés y del bienestar que no tiene nada de específicamente utilitarista e incluso “puede ser perfectamente compatibilizada con la clásica idea de derecho natural”, dice Rhonheimer. Que la ética de Mises sea “subjetivista” y, en ese sentido, incompatible con la filosofía cristiana, no significa que sea “utilitarista” ni que su concepción del mercado como un orden natural beneficioso sea ni una cosa ni otra. La acción humana no defiende el mercado por su mera utilidad, sino que defiende su utilidad en cuanto que es expresión de un orden natural de las cosas.
Rohnheimer consigue así resolver convincentemente la paradoja Mises, considerando que los fundamentos filosóficos de La acción humana no son los que creía su autor, aquejado tal vez de prejuicios y una deficiente formación filosófica, pero sí los que se infieren de sus propios planteamientos, aunque él mismo no supiese ver la inferencia. Sus páginas conservan así la credibilidad lógica que exige un edificio construido deductivamente.
En éste y en los otros nueve capítulos que forman Libertad económica, capitalismo y ética cristiana, Rohnheimer defiende con solvencia los principios del libre mercado de las críticas más habituales de índole moral que suelen formulársele desde un planteamiento cristiano. Es una lectura sumamente enriquecedora, se compartan o no todos o parte de sus argumentos, que en cualquier caso resultan sanamente desintoxicadores de socialismo.
Con Pablo Victoria y Juan Marcos de la Fuente
Si se me permite una digresión personal, ha sido un alivio encontrar estas páginas de Rohnheimer. Guardo con gran cariño mi ejemplar de La acción humana. Fue un obsequio generoso de su editor, Juan Marcos de la Fuente, fallecido el año pasado. Acudí a conocerle a su casa, hace quince años, junto con Pablo Victoria, el activo ex senador colombiano a quien los españoles debemos haber rescatado del olvido la figura de Blas de Lezo con el bestseller El día que España derrotó a Inglaterra, que publicaría poco después.
Juan, vocacional editor en España desde 1973 de todos los autores de la Escuela Austriaca a través de Unión Editorial, nos recibió con cordialidad y hospitalidad nada comunes. Victoria había escrito un libro sorprendente, La sociedad postliberal y sus amigos. El genocidio del intelecto, audaz y rigurosa simbiosis de liberalismo económico y tradicionalismo católico, y ese asunto figuró también aquella tarde entre las profundas cuestiones abordadas en la agradable y elevada conversación de la que fui testigo.
Regresando a Madrid, Pablo me cantó las excelencias de La acción humanacon una pasión que, añadida al agradecimiento por el regalo recibido, me lanzaron sin dilación a la lectura. Así llegaron el deslumbramiento, por un lado, y por otro la decepción, que ahora considero satisfactoriamente resuelta. Vaya esta recensión, pues, en homenaje de gratitud a ambos.
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