Por Moris Polanco
20 de agosto de 2018
Fuente: Instituto Fe y Libertad 
El presidente del Senado Italiano, Marcello Pera, lanzó en 2006 una iniciativa para defender las libertades y la identidad de Europa, a la que ya se han adherido más de cinco mil personas (Aceprensa, 8-III-2006). El “Manifiesto por Occidente” pretende ser un llamado al compromiso por la defensa de los valores esenciales de la civilización occidental. Parte del hecho —innegable, me parece a mí— de que Occidente está en crisis. Entre las manifestaciones de esa crisis, el Manifiesto cita, entre otras, la falta de respuesta ante el fundamentalismo y el terrorismo islámicos, una crisis moral y espiritual, la continua disminución de la natalidad, la poca competitividad económica y la falta de unidad de acción en la escena internacional. En conclusión: “Europa se ha paralizado”, y en consecuencia “suspende la tentativa de tener una Constitución legítima para los ciudadanos” (http://www.perloccidente.it/doc_es.php, consultado en 2006).
En ocasiones anteriores he manifestado la opinión de que Europa ha perdido el rumbo. Este Manifiesto, en cierta forma, confirma mi visión. Pero creo que se queda corto, al menos en lo que se refiere al diagnóstico de las causas de la crisis.
Antes de continuar, quiero aclarar que yo me siento occidental hasta la médula, y que por eso mismo, la crisis de Europa —la crisis de Occidente— me afecta también hasta la médula.
Al igual que este grupo de europeos, me afecta y me duele que nuestras tradiciones se pongan en discusión; que se desprecien los valores de la vida, de la persona, del matrimonio, de la familia; que se niegue la propia identidad. Ahora bien, Marcello Pera atribuye al laicismo “o progresismo” una parte de la responsabilidad por el desprecio “de las costumbres milenarias de nuestra historia”. Aquí es donde creo que el Manifiesto adolece de falta de profundidad.
El laicismo (no necesariamente equiparable al “progresismo”) es parte de un fenómeno más amplio que se conoce como secularismo, el cual —según Christopher Dawson, interpretado por Verduzco— “ha venido a ser la nota característica de la cultura occidental moderna, y lo que distingue a ésta de la cultura occidental cristiana”. Si esto es cierto, yo no soy moderno; soy occidental, pero reniego de la cultura moderna. Y no simplemente porque la cultura moderna no sea cristiana, sino porque creo, con Dawson, que el secularismo enterrará la civilización occidental.
En efecto, “la cultura secularizada es una cultura que ha perdido su principio de unidad y de vitalidad, y así se vuelve incapaz de mantener vigentes las normas y valores que dan sentido a todos los elementos que integran y mantienen unida a una comunidad espiritual viviente a través de las edades.
“Una cultura secularizada se torna muy vulnerable a las fuerzas destructivas y a los valores que la amenazan desde dentro y fuera, pues carece del marco axiológico de referencia para discernirlos y juzgarlos, y así se vuelve incapaz de influir en la calidad de la vida social y de señalar al dinamismo social metas acordes con la dignidad intransferible de la persona humana; sin embargo, el hombre moderno (…) ha aceptado como incuestionable la creencia de que la secularización es la condición esencial para crear una nueva cultura científica del mundo moderno, la cual está resultando en ‘un inmenso complejo de técnicas y especialidades sin espíritu que lo guíe, sin una base de valores morales comunes, sin un propósito unificador y espiritual’. Una cultura de este tipo —advierte Dawson— no es cultura, en el sentido tradicional, es decir, no es un orden que integra todos los aspectos de la vida humana en una comunidad espiritual viviente” (J. Verduzco, “Prefacio”, en Ch. Dawson, Historia de la cultura cristiana, FCE, México, 2001).
El Manifiesto por Occidente, en cierta forma, reconoce que “la tentativa laicista de relegar la dimensión religiosa solamente a la esfera privada” es negativa para la cultura. Pero se queda corto en señalar el papel positivo que el cristianismo ha tenido en la conformación de la cultura occidental. Y lo que digo del cristianismo en relación con la cultura occidental podría decirlo, mutatis mutandi, del papel que el Islam o el Budismo han desempeñado en la formación de la cultura musulmana o asiática. Se trata, simplemente, de atender a lo que los historiadores de la cultura han señalado: no hay cultura sin religión. El secularismo, al pretender acabar con la religión, acabará con la civilización occidental.
Queda todavía una cuestión disputada: ¿hasta qué punto el liberalismo político y económico es hijo del secularismo? ¿Cabe la posibilidad de un liberalismo no secularista y respetuoso de la religión?