Defender mercados libres y sociedades empoderadas no suele gozar de buena prensa, pero el sacerdote estadounidense no cesa en su empeño

 Por Mario Šilar (Instituto Acton)

30 de agosto de 2019

 

El pasado 3 de agosto, The Wall Street Journal publicó en su edición impresa una entrevista que el periodista William McGurn –columnista y miembro del consejo editorial del periódico –hizo al sacerdote Robert Sirico. Se puede acceder a la entrevista original en inglés aquí.

Robert Sirico no solo es párroco en la Iglesia “Sagrado Corazón de Jesús”, en Grand Rapids (Michigan) sino que tiene a su cargo la escuela parroquial; por lo que “tiene muchas cosas que hacer para mantener los bancos de su parroquia llenos y su escuela a flote”.

Pero la defensa de la libertad económica para Sirico no es un tema de mera ideología o de esgrimir una visión buenista y superflua pensando que los mercados de por sí resolverían todos los problemas de la sociedad. Nada más lejos de la verdad. “Se trata de preguntarse: ¿para qué sirve la libertad? Y para entender esta pregunta, uno tiene que comprender para qué está hecho el hombre.” Y en este sentido, ubicándose tras la estela de Lord Acton “el gigante intelectual católico británico cuyas grandes causas fueron la libertad y la religión”, Sirico y el Acton Institute exploran la compleja y delicada relación entre libertad política, libertad económica y libertad religiosa. Una relación, aunque fundamental, todavía no del todo comprendida en amplios sectores de la cultura cristiana.

En una parte de la nota se puede leer:

“Como observó Adam Smith, ‘no es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses’. No es exactamente ‘amor por el prójimo’, pero tiene el efecto de ayudar a los demás. Asimismo, ‘la gente necesita trabajos’, señala Sirico: ‘Los trabajos provienen del mundo de los negocios y los negocios necesitan libertad económica y oportunidades para puedan ser creados’.

Esta apreciación por la contribución que hacen los mercados es más que teórica. Como pastor del ‘Sagrado Corazón de Jesús’, puede ver de cerca lo que significa la libertad económica para sus feligreses, que son principalmente de clase trabajadora. “Me mantiene con los pies en la tierra”, afirma Sirico sobre su tarea pastoral. En la actualidad su congregación es mucho más diversa que la de los inmigrantes polacos que trabajaron en las canteras de yeso y fundaron la parroquia hace un siglo. Sirico reconoce que solo unos pocos serán algún día emprendedores. Pero cuando las empresas prosperan y los feligreses pueden obtener buenos trabajos, sus sueños se hacen realidad, ya sea adquirir una vivienda o enviar a sus hijos a la universidad.

Sirico afirma que, cuando fue nombrado párroco en el año 2013, la escuela de la parroquia se moría. Apelando a su propio espíritu emprendedor, refundó la escuela, y la convirtió en una Academia católica clásica. En el 2019, las inscripciones se han más que cuadruplicado desde que se hizo cargo del centro, creciendo más rápidamente que otras escuelas de la diócesis en los últimos años. Sirico agrega que alguna reforma pro-mercado (en el ámbito educativo) como la posibilidad de que los padres pudieran elegir el centro escolar de su preferencia, supondría un gran cambio –para bien– para las familias trabajadoras de su comunidad.”

Pero tal vez, una de las novedades más importantes de los últimos años reside en que la hostilidad hacia los mercados y la consiguiente visión negativa que suele haber sobre ellos, ahora no proviene simplemente de las alas progresistas o de izquierda, sino que también proviene de amplios sectores conservadores o de la derecha. En este sentido, hay varios debates interesantes entre Samuel Gregg –el director de investigación del Acton Institute– y el propio padre Sirico con Rusty R. Reno, director de la prestigiosa revista norteamericana First Things, otrora defensora sin complejos de la libertad económica, con voces tan prominentes como las de Michael Novak o Richard J. Neuhaus, que ha hecho un giro radical hacia posiciones cuasi-neokeynesianas en la relación entre gobierno y mercado.

El artículo menciona algunas de las críticas conservadoras al capitalismo y, en especial, al comercio internacional. Se trata de la tan extendida –y errónea– idea de que el libre comercio destruye las industrias autóctonas-locales. Otras críticas son una actualización de las manidas críticas del sociólogo liberal Daniel Bell (1919-2011), quien intentaba poner de manifiesto unas supuestas contradicciones intrínsecas del capitalismo, en la medida en que la supuesta búsqueda de prosperidad estimula los deseos desordenados y superfluos, desterrando así de la sociedad libre el abanico de virtudes necesario para que el propio capitalismo se sostenga. Lamentablemente, esta crítica –injusta y sesgada– está muy extendida en los claustros universitarios de instituciones cristianas, en los seminarios, llegando a ser casi una asunción popular entre amplios sectores de la sociedad, especialmente en países como la Argentina, de antigua influencia de la cultura cristiana en la sociedad.

Hay otra crítica relevante que hace referencia al «capitalismo despierto» o woke capitalism[1], término de reciente incorporación en el slang anglosajón. Se trataría de la anomalía generada por grandes empresas –especialmente las grandes tecnológicas– que utilizan su poder de mercado para sofocar las visiones más tradicionales y clásicas que tienen algunos o muchos miembros en la sociedad. Algunos ejemplos incluyen la expulsión del ejecutivo de Mozila Brendan Eich por haber manifestado una opinión contraria a los matrimonios del mismo sexo, las amenazas de Disney y Netflix de boicotear al estado de Georgia por su contundente ley antiaborto, y Nike complaciendo a Colin Kaepernick al discontinuar el modelo de zapatilla que tenía la bandera norteamericana.

“Sirico responde a cada una de estas críticas. Sobre la idea de que el comercio internacional destruye las ciudades manufactureras prósperas, el sacerdote criado en Brooklyn señala a su comunidad adoptiva como contraejemplo. Durante la mayor parte del siglo XX, su actual ciudad de residencia, Grand Rapids (Michigan) fue la capital del mobiliario del mundo. Luego vino la competencia, primero de los carpinteros de Carolina del Norte, luego de China. «Los mercados, obviamente, pueden tener efectos disruptivos» –señala Sirico. «Pero esa disrupción puede ser positiva o negativa. También puede ser disruptiva, en un sentido positivo, cuando las personas son exitosas en proveer de mejores niveles de vida para un grupo más amplio de personas».

Grand Rapids y el área circundante siguen siendo la sede central para muchos fabricantes de muebles de acero, su economía se ha diversificado, y la revista Forbes clasifica a la ciudad como una de las diez áreas metropolitanas de crecimiento más veloz en el centro de los Estados Unidos. El centro de la ciudad está colmado de grúas, no hay un solo local de comercio que esté cerrado, y su industria abarca desde el rubro de la cerveza artesanal hasta el gigante internacional del marketing multinivel, Amway.

Respecto del argumento de que los extranjeros «roban» los trabajos de los norteamericanos, el padre Sirico apunta al otro lado de la ecuación. «Es bueno para los campesinos que están viviendo con salarios de subsistencia, para que puedan ganar más y para permitirles que puedan tener más opciones en sus vidas», afirma. «Los sacerdotes en estas provincias de China miran a su gente que prospera gracias al comercio y dicen “Gracias a Dios por esto”». Para el P. Sirico, la queja de que personas desesperadas están «robando» empleos a los norteamericanos es algo extraño de oír proviniendo de personas cristianas.”

¿Y qué hay respecto de la crítica de que la riqueza es moralmente corrosiva? «Durante gran parte de la historia de la humanidad, la gente luchaba solo por sobrevivir», señala Sirico. «Ahora la pregunta moral es qué hacer en un contexto de abundancia. Supongo que una respuesta sería eliminar la abundancia». Sirico piensa que los críticos del mercado cometen un error fundamental al concebir el capitalismo en términos puramente materialistas. Para empezar, la caricatura del individuo como un automaximizador preocupado solo por el beneficio económico: «Parece que en el momento en que eres próspero, estás vendido». Sirico reconoce que los mercados tienen que ser algo más que un mero instrumento para ganar dinero y ampliar las opciones. Los mercados necesitan un «telos», un sentido de un propósito más elevado –respecto de la manera en que los seres humanos deberían usar su libertad. Eso depende de la toma de conciencia de que no todas las elecciones son moralmente iguales.

Sirico señala, además, otro punto importante, la frecuente timidez o falta de claridad de los empresarios respecto del irremplazable aporte al bien común que surge de su propia actividad. De algún modo, los empresarios carecen de una adecuada “voz moral” que les permita comprender desde una racionalidad práctica robusta, el sentido de lo que hacen, y que les permita distinguir entre intenciones y acciones. Sirico señala, además, algo un tanto políticamente incorrecto, ya que son a menudo, los clérigos quienes “no comprenden el bien que el comercio hace a la sociedad –luego, después de denunciar el mundo de los negocios como un ámbito de codicia y rapaz, extienden sus manos para recibir donaciones cuando tienen entre manos un proyecto que necesita fondos”.

Finalmente, Sirico reconoce el problema de las grandes plataformas de redes sociales, que prohíben o suprimen por otros medios las voces de corte más tradicional o conservador en la sociedad. Los críticos ven esto como un fallo de mercado. Comúnmente, si no te gusta cómo te trata una empresa, simplemente puede llevar tus negocios o tu compra a otra parte. ¿Pero cuál es la alternativa realista a Facebook o Amazon? ¿No estamos acaso como cooptados por la “necesidad” que nos generan estas grandes empresas?

“Sirico no está listo para renunciar a las soluciones de mercado. Señala, en este sentido, la historia de compañías e industrias que parecían monolíticas e invencibles –las tres grandes cadenas dominantes de televisión norteamericanas (ABC, CBS y NBC), IBM, los monopolios locales del taxi– casi colapsando frente a competidores advenedizos, que surgían aparentemente de la nada. «Las innovaciones de mercado, antes de producirse, parecen siempre impracticables», apunta, «y una vez que se producen es como si dijéramos: “Oh, yo también podría haberlo hecho”».

Por encima de todo, a Sirico le preocupa el hecho de que el gobierno sería un peor instrumento que las grandes empresas en la promoción de los valores tradicionales. Sirico cita un debate que tuvo lugar en el King’s College, en la ciudad de Nueva York. Su oponente, R. R. Reno, editor de la revista First Things, esbozaba las maneras en que haría uso del Estado para promover los valores que él y el padre Sirico comparten. El P. Sirico le dijo al señor Reno que su gran error consistía en asumir que, si el gobierno alguna vez llegara a organizar un panel para definir el bien común, contaría con Reno.

«Reno piensa que el panel sería dirigido por gente como nosotros», destaca Sirico. «Pienso que será dirigido por Nancy Pelosi».

Su respuesta más amplia sobre el desafío que supone el «capitalismo despierto» recuerda a san Juan Pablo II. En su famosa encíclica de 1991 pro-libre mercado, Centesimus Annus, Juan Pablo habló de tres áreas del esfuerzo humano –política, económica y cultural–, y dijo que, si queremos tener una economía moral, va a ser templada menos por el gobierno que por una cultura moral saludable. En otras palabras, si bien las leyes son necesarias, las sociedades no pueden ser reguladas en función de resultados sociales preferidos. Esto depende más de una cultura saludable.

Muchas grandes empresas, reconoce Sirico, ahora promueven valores antitéticos con el cristianismo. Sin embargo, ¿por qué pretendemos que el mundo de los negocios no vaya a reflejar los valores dominantes en la sociedad? Este es el desafío que los conservadores, especialmente los conservadores religiosos, tienen que afrontar. «Es una tarea difícil, pero somos constructores de cultura, y una de las herramientas en la caja de herramientas es el capitalismo –para formar a nuestra gente para competir con excelencia en el mercado, para que ejecuten sus tareas, para que tengan confianza en lo que están haciendo».

Lord Acton es muy conocido por su famoso aforismo: «El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente». Sirico dice que su línea predilecta de Lord Acton es aquella en la que describe la libertad como «el delicado fruto de una civilización madura». Necesita constante cultivo, y eso requiere de una cultura robusta con instituciones libres, incluidas las instituciones religiosas, que entienden al hombre en todas sus dimensiones humanas.

«La respuesta no es retirarse a las montañas», señala finalmente Sirico. «La respuesta es simultáneamente liberalidad en nuestra economía y vigor en nuestras convicciones morales».”

 

 

 

 

[1] Woke capitalism. En el contexto político norteamericano, hace unos años ha ido cobrando protagonismo la expresión «to be woke» / «get woke!» para hacer referencia a que uno «está involucrado», que está «despierto», que está al tanto de «las necesidades de la época, de lo que indica la moral del momento», preocupado por los temas sociales igualitarios y en contra de discriminaciones de todo tipo. Es un término acuñado en el contexto progresista, pero que también ha sido adoptado por los conservadores. Esta nota de David Brooks es ilustrativa: https://www.nytimes.com/2018/06/07/ opinion/wokeness-racism-progressivism-social-justice.html).