James V. Schall, S.J. (1928-2019)

Martes 24 de noviembre de 2015

Un pasaje relacionado con las lecturas del final del año litúrgico que me ha perseguido a lo largo del tiempo, se encuentra en el libro de Herbert Deane sobre Agustín. Dice así: “A medida que la historia llega a su fin, el número de cristianos verdaderos en el mundo disminuirá en lugar de aumentar. Las palabras de Agustín no respaldan la esperanza de que el mundo sea llevado gradualmente a creer en Cristo y que la sociedad terrenal pueda transformarse, paso a paso, en el reino de Dios en la tierra”. Sin demasiada exageración, el mundo moderno está construido en la suposición de que Agustín estaba equivocado. La «misión» del hombre es lograr el reino de Dios, en la tierra, por nosotros mismos. Esta «misión» constituye la racionalidad de la modernidad.

Dondequiera que miremos en Europa y América, los cristianos están abandonando su fe. Philip Jenkins nos dice que el cristianismo es la religión de más rápido crecimiento en algunas partes del mundo. Escuchamos informes de comunidades de casas cristianas en China. Pero también vemos los restos del cristianismo del Medio Oriente siendo literalmente eliminados, no solo las personas, sino también sus edificios, sus libros y sus hogares. Se hace mucho aquí en Occidente para evitar llamarla una persecución (específicamente) de cristianos por parte de musulmanes auto-identificados.

Sin embargo, leemos en Apocalipsis 15:4: “Como solo tú eres santo, todas las naciones vendrán y adorarán en tu presencia”. Obviamente, tal reunión de naciones no sucederá en este mundo. De hecho, las novelas como las de Robert Hugh Benson y Michael O’Brien presuponen que, al final, todas las naciones se reunirán contra Cristo, que solo quedará un pequeño remanente, si es que eso queda. La justicia no llegará dentro del tiempo.

Josef Pieper planteó así el asunto en La Tradición como un desafío: «El final de nuestra historia finita no será simplemente idéntico a la «victoria» de la razón, o del bien, o de la justicia, o incluso del cristianismo y de la Iglesia; la última época que precede directamente a la transformación del orden temporal como un todo, por el contrario, para decirlo brevemente, se caracterizará por algún tipo de pseudo orden que abrace a todo el planeta y se sustente en el derecho de la fuerza».

Originalmente, asumí que este final «derecho de la fuerza» controlaría nuestras acciones libres. Pero mirando nuestras universidades y medios de comunicación, el primer orden de control será más bien sobre el lenguaje, sobre la aplicación de las normas legales contra el «discurso del odio». Prohibirá por ley y forzará cualquier expresión, por lo tanto, cualquier posibilidad de coordinación, contra-acción, o cualquier expresión de humanidad normal o de propósitos cristianos específicos. Es lo que Aristóteles quería decir con las amistades controladoras de un tirano.

Los hombres o mujeres criados adoptados por padres solteros tendrán prohibido contar que su experiencia fue perjudicial. A los cristianos no se les permitirá declarar lo que dice la Escritura sobre los pecados o los desórdenes del alma, para que quienes los practiquen se «ofendan». Representar al divorcio o al aborto como un mal será considerado una violación de los «derechos». Gobernará la raza o la clase, no la razón. Podrá silenciar cualquier crítica de su acción cualquiera que se «sienta» mal, no importa lo que haga para causar problemas. La noción de que debemos «corregir» a nuestro hermano es una suposición de superioridad y una violación de la igualdad.

El Cardenal Robert Sarah escribió en Dios o nada: “La gente discute la idea de que tienen una naturaleza dada por su identidad corporal, que sirve como elemento definitorio del ser humano”  Niegan su naturaleza y deciden que no es algo que se les haya dado previamente, sino que la realizan por sí mismos. Según el relato de la creación bíblica, ser creado por Dios como hombre y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Por lo tanto, la dualidad es un aspecto esencial de lo que se trata ser humano, como algo ya ordenado por Dios. Lo que ahora se disputa es la misma dualidad como algo dado anteriormente.

Bajo esa perspectiva, la realidad no determina la verdad. Es la voluntad la que decide. El desmoronamiento de la sociedad comienza cuando no se ve que la naturaleza contiene una inteligencia que nos indica lo que somos.
Es así que no creo que podamos construir un reino de Dios en este mundo. Tampoco creo que sean arbitrarias, hechas por nuestra propia voluntad, las distinciones entre hombre y mujer, o entre bien y mal. ¿Por qué entonces titulo estas reflexiones «Sobre la misión cristiana»? Muchos cristianos, incluso en los niveles más altos, han aceptado implícitamente el «proyecto moderno».
Pero Agustín y Pieper tenían razón sobre el final de los tiempos. Solo los más valientes, a costa de sus vidas y de su status, podrán hablar de lo que implica la realidad. El mundo no se va a «convertir». Lo que va a suceder es lo que está sucediendo. El contenido de la misión cristiana será encontrado en aquellas palabras que no se permite pronunciar libremente y públicamente entre los hombres, palabras que se refieren a lo que es ser humano, a lo que está bien y a lo que está mal.

https://www.thecatholicthing.org/2015/11/24/on-the-christian-mission/