Robert Sirico: «El Papa debe leer más de economía»

Sacerdote, escritor y presidente del Instituto Acton, ‘think tank’ en defensa de la libertad económica.

Por Yag González

Fuente: Expansión 

4 de febrero de 2020

Un sacerdote siempre tiene cosas que contar. Un sacerdote de origen italiano y familia pobre, criado en Brooklyn junto a judíos, chinos y polacos, tiene más cosas que contar. Un sacerdote que en los años 70 fue un ardiente izquierdista y que poco a poco fue derivando hacia posiciones liberales y conservadoras y que recuperó la fe de su niñez hasta el punto de entrar en el seminario, tiene muchísimo que contar. Y un sacerdote que desde hace años combina el cuidado de su parroquia en Grand Rapids (Michigan) con la defensa de la libertad económica debería contar todo ello en un libro. Eso es lo que ha hecho Robert Sirico (Nueva York, 1951), que la semana pasada presentó en Madrid, de la mano de la Fundación Civismo, En defensa del libre mercado, en el que argumenta cómo la antropología católica es totalmente compatible con el capitalismo. El padre Sirico sabe posar a cámara (por influencia de su hermano Tony, rostro habitual en películas y series de mafiosos) pero, como buen predicador, sobre todo se explica bien.

La relación del catolicismo con el liberalismo económico ha sido polémica y no siempre bien entendida. Para intentar explicarla mejor, Sirico y otros pensadores pusieron en marcha en 2005 el Instituto Acton (en homenaje al político católico británico Lord Acton), un think tank destinado a analizar los vínculos entre religión, libertad y economía.

Los mercados explican la oferta y la demanda, pero no explican toda la verdad del ser humano

«La Iglesia se ha opuesto al libre mercado radical, pero no a las instituciones que posibilitan el libre mercado: el Estado de derecho, la propiedad privada, el ánimo emprendedor, la santidad del trabajo…», señala Sirico. «Lo que condena la Iglesia es que la única realidad necesaria sea la libertad económica en sí misma. La economía es sólo una dimensión del ser humano y debe ser puesta en relación con un planteamiento integral de la persona», advierte el sacerdote. «Los mercados nos dicen la verdad sobre la realidad de la oferta y la demanda, pero no nos dicen la verdad sobre quién es el ser humano. El mercado libre no es la salvación del mundo, pero es lo que ofrece la mejor oportunidad para la prosperidad humana y para que cada persona elija en libertad. Obviamente, la economía por sí sola no puede responder a las grandes cuestiones de la vida: para qué estoy en el mundo, cómo puedo amar, cómo llevar una vida moral… Pero prefiero vivir en una sociedad en la que mucha gente tenga acceso a comida, agua limpia o bienes materiales en general», remarca.

Jesucristo hace continua referencia a los pobres. Por lo tanto, ¿cómo casar este planteamiento cristiano y liberal con las desigualdades en el reparto de la riqueza? «La desigualdad no es sólo inherente al capitalismo sino a la vida misma», responde Sirico. «Todos somos individuos, y eso significa que no somos iguales, que tenemos diferentes habilidades. Al hablar de desigualdad, el enfoque de la Iglesia no se centra en una brecha económica puntual respecto a los demás, sino en la persona humana misma, en si sus circunstancias son mejores o peores respecto a otras épocas. Lo que la Iglesia se pregunta es: en términos históricos, ¿es ahora mejor la vida humana?», se pregunta Sirico. Y él mismo responde: «La vida es mucho mejor que hace 200 años si atendemos a índices como sanidad, ropa, vivienda… Durante la mayor parte de la historia, el ser humano ha vivido en la subsistencia, pero hace dos siglos eso empezó a cambiar gracias a la globalización de la economía, impulsada por el pensamiento de los escolásticos y Adam Smith. Esto no significa que no haya personas necesitadas, pero en términos globales el ser humano vive ahora mejor que en ningún otro momento. El índice más claro es la población: no sólo nacen más niños, sino que todos vivimos más años».

Insistimos con el Evangelio: «Antes pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico entrará en el Reino de los Cielos». ¿Se refería Cristo sólo a la riqueza material o a algo más? «Se refería a todo», contesta el páter, que de nuevo da una explicación pormenorizada: «¿Qué es en realidad la riqueza material? Sólo significa que tienes más opciones, pero en cualquier caso debes emplear la libertad: uno puede aprovechar esas opciones para consumir más o menos, para ser generoso o egoísta. Esa frase del Evangelio hay que completarla con el final del pasaje: tras esa advertencia, los discípulos preguntan a Jesús: ‘Entonces, ¿quién puede salvarse?’, y el Señor responde: ‘Para los hombres es imposible, pero para Dios nada es imposible’. Lo que esto quiere decir es que ni la riqueza ni la pobreza son en sí mismas razones para salvarse o no: lo importante es lo que uno haga con lo que tiene. Hay santos que fueron ricos y santos que fueron pobres. La codicia es en efecto una gran tentación, pero también lo es la envidia al que tiene más. Como dijo San Agustín hablando de otra parábola: el rico epulón no fue al infierno por ser rico sino por orgulloso, y el pobre Lázaro no se salvó por ser pobre sino por humilde».

¿Globalización o globalismo?

Una gran inquietud en movimientos políticos conservadores, la mayoría de raíz católica, es la amenaza del «globalismo», una ideología que, según sus detractores, pretende imponer en todo el planeta un mismo sistema político y económico que, en última instancia, acabará con todo vestigio cristiano. El padre Sirico hace una distinción entre la globalización económica y esta ideología: «Los mercados libres dependen de la división del trabajo: cada uno de nosotros puede producir la parte de un bien, no el bien completo, y otra parte se puede fabricar en otro lugar. Si se acepta esta premisa, sabemos que la división del trabajo se extenderá por todo el mundo, porque las fronteras son algo económicamente artificial: si otro país fabrica un bien que nos interesa, acudiremos a ese país. Por lo tanto, la globalización facilita la prosperidad de todas las personas de todos los países, aunque obviamente no al mismo tiempo. Pero hay que hacer una diferencia entre globalización, que es lo que acabo de describir, y el globalismo, que es el aparato político que trata de controlar la globalización. Ahí es donde entran la ONU, la Unión Europea y demás estructuras. Por lo tanto, no sólo diría que es posible ser defensor de la globalización y contrario al globalismo, ¡sino que es necesario! Un defensor de la economía libre defenderá también las menores interferencias posibles en esa economía, y las mencionadas estructuras tratan de intervenir en la cultura y en la prosperidad de las personas».

Aprovecha aquí el neoyorquino para dar un coscorrón a la curia: «Me sorprende la defensa que a veces se hace desde el Vaticano de instituciones como la Corte Internacional de Justicia y del afecto que a menudo se muestra por la ONU. Porque si existiera un gobierno mundial, que es a lo que aspira Naciones Unidas, los primeros procesados serían el Papa y la Iglesia católica, porque representamos exactamente la antítesis de sus planteamientos respecto a la vida humana. La ONU ya no es aquella impulsora de la Declaración de Derechos Humanos de 1948, muy inspirada en la ley natural; actualmente es la defensora de una religión secular con sus propios dogmas y herejías, pero sin un theos de fondo, sin una verdad a la que apuntar, si bien al mismo tiempo defiende muy enfáticamente sus propias verdades».

Hablando del Vaticano: muchas voces (también de dentro de la Iglesia) acusan al Papa Francisco de comunista o, cuando menos, de simpatizar con el socialismo. «El Papa es de Argentina y durante la dictadura de Videla empatizó con muchos perseguidos que eran de izquierdas. No creo en absoluto que sea un marxista o un partidario de la Teología de la Liberación, pero, como él mismo ha admitido, no entiende muy bien los mecanismos de la economía. Por ejemplo, en Laudato si’ hace una crítica de la industrialización mientras defiende la importancia del trabajo. También dice que el periodo industrial fue el peor de la historia del hombre, y no puedo entenderlo. ¡Al contrario, fue el mejor! Se mejoró el acceso a recursos, el nivel de vida, la longevidad… Y fue precisamente la libertad de contratación, el trabajo libre, lo que lo permitió. Me gustaría que el Papa leyera un poco más de economía».