Héctor Mario Rodríguez

20/2/2020

Desde comienzos del Siglo XXI, toda referencia al año 2001 para casi cualquier argentino dejó de ser la “Odisea del Espacio” de Stanley Kubrick para convertirse en el recuerdo del Infierno.

Tuve la fortuna que la Providencia quisiera que durante ese año completo formara parte del equipo económico que acompañó el último tramo de la Presidencia del Dr. Fernando De la Rua (q.e.p.d.), como Subsecretario del Lic. Daniel Marx en la Secretaría de Finanzas.

2001 no fue lo que recoge la memoria popular, así como el Corralito no fue el Corralón y el golpe de Estado civil no se disimula con la imagen del helicóptero. Pura barbarie demagógica que disfrazó el aquelarre de diciembre 2001 como la restauración del orden después de destronar al pusilánime. 2002 sí fue el peor año de la historia económica argentina reciente, pero eso no ayuda al relato uniforme.

Durante el 2001 fui consultado respecto de la oportunidad de asociación de nuestro país a la Corporación Andina de Fomento (CAF). Recuerdo esto en relación con un evento que tendrá lugar dentro de pocos días en el CCK para celebrar los 50 años de vida de la CAF. Me considero corresponsable del acercamiento del país a la Corporación ya que mi opinión, en aquella oportunidad, fue muy favorable porque conocía su funcionamiento, después de años de haberla visto operar en países andinos como Ecuador, Venezuela y Costa Rica.

El Fomento, 19 años atrás, podía colaborar con Argentina en la solución de problemas relacionados con los sectores de la población más postergados, materialmente más pobres, mediante financiamiento de largo plazo en condiciones favorables, tanto en el ritmo de amortización como en los costos involucrados. Como todos los organismos multilaterales de crédito, la Corporación tiene un objetivo claro respecto de su rol subsidiario en los mercados de capital, asumiendo riesgos y recibiendo garantías que otros agentes de los mercados no estarían en condiciones de aceptar a los costos y tasas que requiere la actividad de fomento.

Cuando así reflexionamos los que apoyamos nuestra incorporación a la CAF lejos estábamos de imaginar que los representantes del pueblo de la nación argentina, pocos meses después, festejarían ruidosa e inconscientemente la decisión de NO PAGAR LA DEUDA PÚBLICA.

Después de décadas de inflación crónica, que culminaron en las hiperinflaciones de fines de los 80, muchos pensamos que nuestra sociedad y sus representantes habían comprendido que ese no era el camino para salir de la pobreza creciente sino que, la prudencia fiscal, la solvencia monetaria y la libertad económica habían sentado sus bases en Argentina, definitivamente. No volveríamos a dar marcha atrás, incumpliendo los contratos por falta de recursos (como habíamos hecho anteriormente y aún sufríamos sus consecuencias) sino que la austeridad en el gasto público y un esquema tributario equilibrado iba a permitir cumplir sin penar. Como cualquier sociedad
responsable hizo, hace y hará.

Pero, como todos sabemos ya, los que pensábamos así no teníamos en cuenta La Metamorfosis que se estaba gestando en el soberano. Como el personaje de Franz Kafka, poco a poco, nuestra sociedad fue mutando hacia la desagradable cucaracha. Sin advertirlo, fuimos derribando uno a uno los pilares de la responsabilidad hacia el largo plazo, para consumirnos en un cortoplacismo que, pocos años después, nos dejó casi sin energía y con un stock de capital para productividades mediocres, poco empleo y malos salarios.

En esas condiciones, de poco y nada sirven los Fomentos, los Planes de Desarrollo, los Subsidios. Es como cargar agua en un balde perforado en el fondo. La metamorfosis kafkiana de nuestro pueblo, otrora trabajador, emprendedor, arriesgado y vital, lo ha convertido en un conjunto mendicante de prebendas, subsidios, asistencias de los recursos que se exprimen a los pocos que aún trabajan.

Hoy, la CAF, como el BID y el BIRF, tienen más un rol de conservador del triste status quo de “país que fue” que de movilizador de las fuerzas productivas hacia una Argentina equitativa en serio y competitiva para el bienestar de propios y extraños.

No está todo dicho, sin embargo. “La Metamorfosis” es sólo una brillante novela. Podemos enterrar a la cucaracha y empezar de nuevo. De nosotros depende.

Héctor Mario Rodríguez
Febrero 27, 2020.