Por P. Douglas Bohórquez Sandoya

Mayo de 2020

Hace algunos meses quise contratar un trabajador que pudiera hacer los oficios de sacristía, limpieza y arreglos. Alguien que, laborando las 8 horas, se encargara del mantenimiento de la iglesia parroquial.

El sueldo básico en Ecuador es de $400,00 dólares americanos. A este valor se deben añadir $46,60 del seguro social que debe pagar el empleador. Hasta ahí el empleador debe desembolsar $446,60. Para valorar lo que realmente significan gastos mensuales debemos multiplicar por 12 meses. Por tanto, estamos hablando de $5359,20 anuales. A esto hay que sumar el décimo tercer ($400,00) y el décimo cuarto sueldo ($400,00). Total a pagar por el sueldo de un empleado al año: $6159.20.

Con un desembolso anual de más de $6000 ($513,27 mensuales), decidimos junto al consejo económico no contratar un empleado a tiempo completo. Perdimos todos. El trabajador que no pudo ser contratado, el empleador que tuvo que prescindir de un servicio, y el Estado que no recibió $988,80 en aportaciones a la seguridad social.

Quizás podría ayudar en nuestro razonamiento entender el trabajo del empleado como un producto. Suena mal, pero es así. Suena mal, pues, dada la importancia del elemento humano, se podría pensar que hablar del trabajo como un producto más es rebajar la dignidad del ser humano. Pero no es así, pues como es de experiencia hay trabajos mejor remunerados que otros.

¿Qué da valor a un bien o servicio? ¿El tiempo invertido? No. ¿Su importancia para el bien común? No. El valor de un producto lo da su demanda en el mercado (palabra que para algunos es «malsonante»). Cuanto más se demande un bien o un servicio más vale. Así, por ejemplo, Messi y un profesor de teología como yo podemos trabajar las mismas horas, pero seguro que más gente querrá verlo a él antes que a mí. Ver a un jugador de fútbol y todo lo que genera tiene más demanda que lo que yo puedo generar con mis clases. La realidad: Messi gana más que yo. Así es la vida.

Ahora bien, si a un bien o servicio el control estatal le pone un límite de precio que no responde al mercado (control de precios), entonces habrá escasez del mismo, subirá el precio, se dejará de producir y vender, pues el cálculo económico no cerrará, ya que nadie produce para perder, habrá más escasez del mismo, lo que muestra precisamente, como gran señal de mercado, que «algo» nos dice el mercado que hay que leer, interpretar. El sistema de precios es un lenguaje que comunica y los controles de precios actúan como mordazas. ¡Y el agua tapada sale a presión! Sí, sale por otro lado: aparece el mercado negro.

¿Qué tiene que ver esto con el sueldo básico? Mucho. Dado que el trabajo del empleado es un bien más, y como tal, su valor se determina en el mercado.  Cuanto más se demande el servicio que ofrece un empleado, mayor su precio. Mientras menos gente lo necesite, menor su valor, menor su precio. Recordemos que precio en el mercado es «expresión de valor».

¿Cuál es, entonces, el problema del sueldo básico? Que no responde al mercado. El poner un límite mínimo al sueldo de un empleado, provoca que no sea contratado. Esto a su vez llevará a que las personas de escasos recursos, al no ser contratadas, trabajen en la informalidad o, teniendo empleo, trabajen “en negro”, es decir, sin seguridad social ni demás prestaciones. Perdimos todos, otra vez. Pienso, sobre todo, en el empleado, ¿no habría preferido ganar menos de $400,00 y tener todos los beneficios de ley que vender en la calle informalmente?

El panorama para nuestro país es desalentador. Ecuador tendrá una de las economías más golpeadas de América Latina. Aumentará el desempleo. Las empresas grandes y pequeñas (sí existen empresarios pequeños, aunque la palabra empresario es otra ¡“mala palabra”!) tendrán problemas para contratar. Esto empeorará aún más, si se aumenta la carga impositiva. Perdemos todos, de nuevo. Todo aquel que tiene un negocio grande o pequeño quiere producir u ofrecer sus servicios, quiere salir adelante, pero necesita contratar. Y la gente necesita trabajar, ser contratada. Pero dadas las condiciones laborales del país, no será nada fácil. La estructura laboral se convierte en un obstáculo, un nudo que impide el proceso de contratación, de diálogo entre las partes, generando paralización, inseguridad y miedo para invertir.

Se podría argumentar en contra de lo dicho que, si no hay un sueldo básico el empresario abusará del empleado explotándolo. Sí, puede pasar, como ya ha sucedido. Pero, si hubiera más puestos de trabajo, el empleado que no se sienta bien en un lugar podrá ir a otro donde lo traten mejor y el empleador cuidará a su buen empleado para que esto no suceda, ofreciéndole mejores condiciones de trabajo. Pero eso no sucede en nuestro país: hay muy pocos puestos de trabajo, y la gente tiene miedo a perder el suyo. Aquí nos abrimos a otro problema, la falta de inversión extranjera, las dificultades jurídicas que se presentan a quien pretende invertir y el proteccionismo estatal de las empresas o, como lo llaman algunos, “capitalismo de amigotes” (economía aparentemente capitalista donde el éxito en los negocios depende de una estrecha relación entre los empresarios y gobernantes). Esto último es un mal del que solo podremos librarnos cuando facilitemos la competencia de mercado.

Por otro lado, se objeta que el sueldo básico no alcanza para vivir dignamente, ¿cómo se puede pretender una reducción o eliminación del mismo? Hay algo de cierto, el sueldo básico no alcanza para vivir, sin embargo, no se debe a que el sueldo sea bajo, sino, tal vez, a que los bienes están caros. Quizás lo que se debe conseguir es que los bienes bajen de precio, lo cual ocurre cuando aumenta la productividad de la economía: más capitalización, más oferta, mejores salarios. Pero para esto hay que alentar y cuidar la inversión.

No nos toca definir el modo de cambiar el sueldo básico, ni pretendemos que se elimine de golpe el mismo. Buscamos traer claridad teórico económica, que nos ayude a generar una valoración moral sobre el efecto perjudicial que provoca la imposición de un sueldo básico: aumento de desempleo y subempleo. La dignidad de la persona se realiza en el trabajo, donde ella pone en ejercicio todas sus capacidades. Sin trabajo no solo truncamos el crecimiento económico de la persona y del país, sino también su desarrollo humano y espiritual.

Douglas Bohórquez Sandoya

Profesor de Teología Moral