Por Carolina Riva Posse

Para Instituto Acton (Argentina)

Agosto de 2020

 

Prosiguiendo en la intención de aportar algún elemento para la conversación “Liberales clásicos, libertarios y conservadores”, presentamos la figura de Russell Kirk, que no es suficientemente conocida en la Argentina.

Russell Kirk nace en Michigan en 1918. Es conocido principalmente por su obra “The Conservative Mind” de 1953, que realiza un recorrido por varios autores de la tradición del derecho natural, para entender de qué se trata el conservadurismo con el que él se identifica. Su obra tuvo tal repercusión que en el año de su publicación, Time le dedica a Kirk una de sus portadas.

Gracias a Russell Kirk cambia el diálogo sobre la naturaleza del gobierno y de la persona. Kirk entiende que si queremos comprender la política y la economía tenemos que conocer la cultura, el arte, la música, las letras. Lo interesante en Kirk es encontrar una propuesta de vida, porque comunica razones por las cuales vale la pena vivir.

Kirk es un personaje fascinante en varios aspectos. Converso al catolicismo, autor también de novelas de ficción, amigo de Ray Bradbury, no teme incursionar en cierta medida en la política práctica, entendiendo a esta como “el arte de lo posible”. Dice Samuel Gregg, comentando la biografía intelectual que publicó Bradley J. Birzer, “Russell Kirk: American Conservative”, que uno de los rasgos más llamativos de Kirk era el hecho de que podía trabajar e incluso promover profesionalmente a personas con las cuales tenía ciertas diferencias intelectuales[1].

Kirk podría ser un ejemplo para entablar el diálogo y establecer acuerdos profundizando la línea que proponía Alex Chafuen en el Conversatorio Acton de los últimos días. Apuntar a trabajar en conjunto, buscando un campo común en torno a lo esencial de la persona humana.

Russell Kirk propone seis principios fundamentales de la mentalidad conservadora, y son los siguientes:

  1. Hay algo que trasciende a la sociedad. Dios existe; procedemos de una esencia que nos ha creado. Hay un orden trascendente detrás de todo.
  2. Cada persona es única. La existencia humana está caracterizada por un misterio y una variedad que se resisten a la uniformidad y al igualitarismo, y a la “logicidad” de algunos sistemas. Cada persona es portadora de la imago Dei. Somos creaturas con una dignidad intríseca.
  3. La sociedad civilizada requiere de un orden, en donde cada uno tiene su lugar. El hombre está por debajo de Dios, pero por encima de los animales. Existe una jerarquía natural necesaria para la vida comunitaria, aunque igualdad bajo la ley.
  4. La convicción de que propiedad y libertad están conectadas. La propiedad no se trata principalmente de ser dueño de “cosas”, sino de ser dueños de sí mismos, y estar dispuestos a hacerse cargo de las propias acciones. Se trata de tomar decisiones por sí mismo. Si se separa la propiedad privada de la posesión privada, el Leviathan se vuelve el dueño de todo.
  5. No todo es cuantificable. Hay que desconfiar de quienes quieren reconstruir la sociedad a partir de diseños abstractos, barriendo con costumbres y usanzas probadas por el tiempo.
  6. El cambio y la reforma no son idénticos. Kirk es partidario de cambios lentos, como los cambios perpetuos de la renovación de nuestro cuerpo, que ocurren sin que los notemos.

Esta lista así enunciada no corresponde totalmente con la redactada por Kirk en el primer capítulo de su famosa obra[2]. Está enriquecida por las explicaciones de Birzer, quien se preocupa por estudiarlo sobre todo como humanista cristiano. Para él, este es un cristiano que cree en las artes liberales. Las humanidades son lo que nos enseña a ser humanos; nos enseñan acerca de nuestra grandeza y nuestra miseria, nos muestran lo que somos capaces e incapaces de hacer. Para Kirk, la persona verdaderamente humana sabe que no nacimos ayer, y a esta conciencia contribuyen las artes liberales.

El verdadero conservador, dice Kirk, piensa que la finalidad de la vida es el amor. En estos tiempos de pandemia y de tanta confusión, es un consuelo escuchar que no es el objetivo de la vida la longevidad.

En una entrevista concedida a Il Foglio, el filósofo Fabrice Hajdadj señala coincidentemente a raíz del confinamiento actual: “La fecundidad es más importante que la longevidad. El valor de un ser no se mide por su duración, porque en tal caso las piedras serían mejor que las flores. La vida no tiene como objetivo la conservación de sí misma. El canto de un pájaro contribuye ciertamente a su conservación (marcar el territorio, atracción de la pareja sexual, etc.), pero el pájaro no canta para conservarse, sino que se conserva para cantar, para que en la naturaleza aparezca siempre el ruiseñor y su melodía que ilumina la noche. Una cultura centrada exclusivamente en la conservación de la vida es una cultura de muerte”[3]. Estas palabras transmiten la idea de amor y entrega que sostenía Russell Kirk, y que decaen fuera de un horizonte religioso.

Kirk no tiene ninguna intención de hacer del mundo una máquina eficiente, sino de que la persona crezca en la conciencia de su verdadero ser, de la parte que nos fue encomendada. Ni el éxito, ni la longevidad, ni la posesión de muchas cosas son el objetivo de la vida. Quid animo satis? ¿Qué es lo que llena al alma? Resuena la fuerza y la profundidad de la pregunta de San Agustín.

La filosofía de Kirk advierte que ante un sujeto ausente de sí mismo, el estado asume el derecho de invadir cada detalle de la vida privada. De la mano de Tocqueville, piensa que la perversión de la sociedad democrática en un océano de seres anónimos, gotas inmersas en el todo, privadas de familia, de libertad y de propósito, aunque probable, no es inevitable[4]. Es necesaria una eterna vigilancia y una incesante crítica, de hombres y mujeres pensantes, suficientemente ocultos, como para influir en sus vecinos y en sus comunidades. La amenaza de la libido dominandi será una constante que por supuesto, no deja de tener vigencia.

El hombre está llamado a la adultez, y no a una perpetua infancia. Para esto debe amar lo digno de su amor, pero también debe estar dispuesto a odiar lo que merece ser odiado, dice Kirk.

Señalar figuras como Russell Kirk sirve para profundizar el camino de conocimiento de la propia humanidad y crecer en la fidelidad a la propia esencia, que contiene una promesa de fecundidad y felicidad.

 

 

[1] La biografía de Bradley J. Birzer, Russell Kirk: American Conservative, University Press of Kentucky, Kentucky, 2015. La reseña de Sam Gregg, disponible en https://www.thepublicdiscourse.com/2016/01/16208/

[2] Kirk, Russell, The Conservative Mind: From Burke to Eliot, Seventh Revised Edition, Regnery Publishing Inc, Washington, 1999, en p. 8 y 9.

[3] Partes de la entrevista publicada por Giulio Meotti figuran en castellano en https://infovaticana.com/2020/06/14/fabrice-hadjadj-mientras-nos-absteniamos-de-la-eucaristia-nos-llenabamos-de-videojuegos/

[4] Cfr. Kirk, Russell, The Conservative Mind: From Burke to Eliot, Seventh Revised Edition, Regnery Publishing Inc, Washington, 1999, pp. 211 y 212.