Por Carolina Riva Posse

10 de agosto de 2020

Para Instituto Acton (Argentina)

 

Puesta sobre la mesa la discusión “Liberales clásicos, libertarios y conservadores”, viene bien acercar a la conversación a Jonah Goldberg, un prominente periodista norteamericano, especialmente conocido por su trabajo en el National Review. Su último libro, Suicide of the West, realiza un interesante recorrido para llegar a una propuesta educativa, política, cultural. Sus principales tesis sirven para enriquecer el debate, aunque sea pre-Covid y antes de este último brote de “cancel culture”.

Goldberg propone volver a una argumentación racional para pensar la vida que queremos para convivir y prosperar de la mejor manera posible. En el ejercicio de la persuasión, quiere establecer un diálogo en los términos de posibles interlocutores que no compartan necesariamente su postura completa. Quiere despertar en el lector la conciencia de todo lo que hemos heredado en Occidente, como posibilidades materiales, pero favorecidas por condiciones que exceden lo material.

Para comenzar su argumentación sin pedir presupuestos, deja de lado el tema de Dios desde la primera línea de su libro[1]. Lo hace expresamente como método de diálogo en búsqueda de acuerdos comunes para avanzar a una mayor comprensión del otro. Podríamos discutir la validez de esta metodología, pero para escucharlo, veamos qué tiene para decirnos.

¿Qué pasaría si un extraterrestre visitara la tierra para ver el desarrollo del homo sapiens cada 10.000 años? Este tipo de ocurrencias están sembradas a lo largo del libro y logran combinar un estilo pedagógico con seriedad en la investigación. ¿Pero qué pasaría si pudiéramos hacer el experimento? El alienígena se encontraría con nómades peleando por comida durante varias visitas. Observaría sin cambios a la humanidad, durante decenas y cientos de miles de años sin cambios, hasta la introducción de la agricultura. Y luego, 10.000 después, estamos nosotros. Todo lo que asociamos con progreso, pasó en los últimos 10,000 años.

En realidad, Goldberg quiere que nos concentremos en los últimos 300 años solamente. Para él, “el Milagro” ocurrió hace 300 años en Inglaterra. Lo llama Milagro, porque no es totalmente explicable. La curva en forma de palo de hockey, de la riqueza producida por la humanidad, que cambió la forma de vida de los hombres, se ve a partir de ese momento de la historia. En los siglos precedentes no había sustanciales cambios en el nivel de vida y acceso a recursos, incluso entre los más favorecidos de cada sociedad. La verdadera explosión ocurre en 1700, y Goldberg quiere entender por qué.

A esta altura muchos podemos plantear varias preguntas problemáticas para objetar a este hilo argumental. Y en su libro, Goldberg no deja de mostrarse abierto a otras hipótesis. Suele comenzar provocativamente los capítulos, para mitigarlos luego con observaciones de todo tipo de autores y disciplinas. Pero el ejercicio mental es interesante frente a ciertos datos que hoy no tienen suficiente transmisión, como lo es el del crecimiento de la riqueza y el mejoramiento de las condiciones de vida de la humanidad.

Goldberg identifica a uno de los factores que más contribuyó a que sucediera “el Milagro”, y lo llama la revolución lockeana. John Locke sienta las bases de grandes ideas que han contribuido a organizar la sociedad para convivir y para alcanzar prosperidad. La revolución lockeana implica una serie de ideas como las siguientes: nuestros derechos vienen de Dios, no del gobierno; el fruto de nuestro trabajo nos pertenece; el individuo es soberano; la innovación es buena; el gobierno debe trabajar para nosotros, y no nosotros para el gobierno. Goldberg enfatiza el valor de estas ideas e insiste: estas ideas están sacando a la gente de la pobreza.

Por supuesto que el autor norteamericano reconoce que en Locke se cristaliza una tradición anterior, básicamente imbuida en una visión cristiana o judeocristiana del hombre, que a su vez hizo posible en Inglaterra la Carta Magna. Sin este humus, que combina otra serie de características, nunca hubiera crecido el proyecto liberal inglés, que luego retoman los Founding Fathers en Estados Unidos.

Sirviéndose del clásico lema de Horacio “Naturam expelles furca, tamen usque recurret” (expulsas a la naturaleza con un tenedor, pero va a seguir volviendo), el autor explica que las tendencias de lo que él llama naturaleza humana brotan muy fácilmente en la historia. El querer favorecer a los miembros de la propia tribu, a los amigos, a los parientes, antes de evaluar mérito o idoneidad, es una amenaza constante de corrupción de los principios de la democracia liberal, y constituye razón suficiente para aferrarse a la idea de un gobierno limitado, ya que esta “naturaleza humana” afecta a todos por igual, y no quedan de ella exentos los gobernantes. A nivel local sabemos de sobra qué necesario es recordarnos estas cuestiones.

Ser fiel a estos principios implica decisión y compromiso. El romanticismo, que para Goldberg nunca terminó, pugna por priorizar lo sentimental sobre lo racional y la conducta tribal. Considera en el fondo al hombre como el buen salvaje, o al pueblo en su conjunto, como portador de un espíritu de autenticidad y bondad intacta, que la civilización ahoga con la dureza de sus leyes. Resulta muy provechoso repasar las páginas en las que contrapone Rousseau a Locke, como dos posturas diametralmente opuestas de concebir la vida política.

Varios capítulos dedica Golberg a la explicación sobre el surgimiento del estatismo norteamericano, que echa luz sobre una retórica argentina dirigida en el mismo sentido. Goldberg señala como componentes de un cocktail intelectual a descendientes del romanticismo alemán[2], que veían al estado como la expresión del Volksgemeinschaft (espíritu del pueblo, traduce él, podríamos decir Volksgeist también), y cierto darwinismo que concibe al estado y a las instituciones como una totalidad orgánica, que deben crecer y evolucionar juntas. Se entiende a la sociedad, por tanto, como un individuo aumentado, un organismo viviente, en donde los órganos deben cooperar, y no pueden competir. En términos filosóficos, podemos reconocer aquí la primacía del ser genérico.

Dice Richard T. Ely, el primer presidente de la American Economic Association, identificado por Goldberg como uno de los influyentes intelectuales en este declinar hacia el estatismo: “Dios trabaja a través del Estado llevando a cabo sus propósitos más universalmente que sobre ninguna otra institución”[3]. Me viene a la mente una anécdota familiar de cierta primera dama explicándole a mi bisabuela que lo que ella y otras mujeres hacían por caridad, tejiendo ajuares para mujeres y sus hijos en dificultad, ahora sería llevado a cabo con justicia por el Estado, sin mediar acuerdo voluntario sino decisión estatal. Lo genérico por sobre lo personal.

En una sociedad plural, necesitamos ser tolerantes con individuos o grupos que no comparten nuestra forma de vivir y pensar. Podemos enriquecernos también reconociendo que los demás pueden tener identidades distintas de la nuestra, y que sean igualmente verdaderas y significativas para nosotros. No pretendemos una coincidencia total de formas de vida con las personas con las que trabajamos o interactuamos diariamente de mil maneras. Goldberg se refiere a una distinción de sociólogos alemanes que apuntan a dos ámbitos en que se mueve la persona, la Gemeinschaft (comunidad), donde los lazos de identidad con mi grupo son más fuertes, con mis amigos y mi familia, donde cultivo relaciones estrechas, y la Gesellschaft  (sociedad), que es el orden de los contratos, del comercio, de la ley. Es un error para Goldberg imponer las leyes de la Gemeinschaft sobre la Gesellschaft. En la Argentina basta con pensar en la imposición de una “solidaridad” desde el poder para ejemplificar esta confusión de ámbitos. Y que no se vaya a pensar que Goldberg descuida la Gemeinschaft: por el contrario, para su visión de las cosas, la familia tiene un rol fundamental. Dedica varias páginas a entender el valor de la estabilidad, fidelidad, educación de los hijos, compromiso, y valores familiares que se transmiten de persona a persona, y que no pueden ni deben delegarse al estado.

Deidre McCloskey, que Goldberg cita seguido, dice que “El Milagro” tuvo lugar por palabras y conversación[4]. La economía libre y la democracia, y en definitiva una sociedad libre y virtuosa, se sostienen en la medida en que mantengamos viva una conversación sobre sus razones, sus fundamentos, y el sentido que tienen las cosas. Como recordaba Benedicto XVI, la libertad necesita una convicción que ha de ser conquistada comunitariamente siempre de nuevo[5]. Esa era en definitiva la intención que mueve a estas líneas.

 

 

[1] Cfr. Goldberg, J., Suicide of the West, Crown Forum, Penguin Random House, New York, 2018, p. 3.

[2] Cfr. Goldberg, J., Suicide of the West, Crown Forum, Penguin Random House, New York, 2018, p. 177.

[3] Citado por Goldberg op. cit, p. 178, de Ely, Richard Theodore, The Social Law of Service.

[4] Cfr. Goldberg, J., Suicide of the West, Crown Forum, Penguin Random House, New York, 2018, p. 278.

[5] Cfr. Benedicto XVI, Spe Salvi, 24.