Por Pbro. Gustavo Irrazábal

El 4 de octubre es la fiesta de San Francisco de Asís.  Este año no la celebraremos porque cae en domingo, y la liturgia dominical tiene precedencia. Pero es bueno que esta circunstancia no nos prive de tener alguna reflexión sobre este Santo, que es una fuente inagotable de inspiración evangélica para la Iglesia. Su personalidad y su vida fueron tan impactantes, que el Papa Gregorio IX lo canonizó tan sólo dos años después de su muerte, en 1226. La orden por él fundada se expandió rápidamente por Europa y se haría presente en el mundo entero. Juan Pablo II lo proclamó “Santo Patrono de la ecología” en su Bula Inter Sanctos, de 1979. Y por supuesto, el Papa Francisco, asumiendo el nombre de este santo por primera vez en la historia de la Iglesia, quiso indicar gestualmente todo un programa de renovación eclesial inspirado en su figura y su testimonio evangélico radical.

Lamentablemente, su verdadera figura ha quedado parcialmente eclipsada por numerosos mitos. Algunos fueron leyendas inocentes trasmitidas de generación en generación, como es el caso de las historias recogidas en las “Florecillas de San Francisco” (del latín Floretum, como se denominaba en la Edad Media a una antología o selección de los mejores pasajes de una obra). Más allá de su fundamento histórico, estas leyendas reflejan en muchos casos de un modo fiel el espíritu franciscano. Pensemos a la historia del lobo de Gubbio (2) o el Sermón a los pájaros (3).

Pero también está la no tan inocua romantización de su figura, como en el film de Zefirelli, “Hermano sol, hermana luna”, que crea un Francisco congenial a los adolescentes pero que puede perder mucho en profundidad espiritual (4). Y finalmente, se encuentran las tergiversaciones de carácter ideológico que hacen de Francisco (¡cuándo no!) un promotor de la revolución social y la “liberación”, en clave marxista.

Comencemos por el rostro de Francisco. Aquí tenemos un retrato hecho por un monje que lo conoció personalmente en ocasión de su visita al monasterio benedictino del Monte Subiaco. (prueba de que su modelo vivía es que no se lo llama santo, sino “hermano”, y todavía no tiene los estigmas en sus manos). (5)

Francisco estuvo en Subiaco en dos oportunidades, en 1216 y en 1223. En esos siete años, la vida lo cambió profundamente, y el artista lo da a entender de un modo sutil, como hace notar el escritor americano Julien Green en su atrayente biografía de Francisco en su detenido análisis del fresco.[1] (6) En la parte derecha del rostro vemos el ojo grande, claro y alegre, el hombre que ve la creación con la mirada deslumbrada, que está habitado por sueños sin límite. Una sonrisa se dibuja en la comisura de los labios levantada y la ventana de la nariz. El lado izquierdo parece distinto: el iris se ha agrandado, el ojo es más pequeño, y ya no hay alegría en él. Su expresión es casi severa, no hay sonrisa en sus labios. La diferencia puede deberse en parte a la terrible e inútil cauterización a la que fue sometido en un intento de curar la enfermedad de sus ojos. Pero sobre todo refleja la vocación que en ese intervalo de siete años que ha pasado por la prueba. Y sin embargo, la impresión general que trasmite este fresco es la de una alegría sobrenatural, y la de un corazón lleno de ternura.

Este retrato nos habla de una vida difícil, sufrida, que no admite simplificaciones, como las aludidas al comienzo. Y un riguroso estudio histórico de hace algunos años,[2] tiene el mérito de poner en evidencia los lugares comunes sobre San Francisco y hacer emerger la figura de este santo en toda su complejidad y su grandeza. Señalo sólo algunos aspectos.[3]

  • La llamada “Oración de la paz de San Francisco” (7), de la que seguramente habremos escuchado alguna versión, en realidad es una obra anónima publicada en una revista francesa, La Clochette (la campanilla que tocaba el monaguillo en la misa) en 1912. Pero después el Papa Benedicto XV la hizo publicar en la página frontal de L’Osservatore Romano en enero de 1916, y en Italia se popularizó gracias al pacifista Giuseppe Giovanni Lanza del Vasto. Francisco nunca hubiera escrito una oración como esa, centrada en sí mismo, repitiendo constantemente los pronombres “yo” y “mí”, y donde nunca aparece “Dios” o “Jesús”. Su éxito, aunque explicable en el contexto del horror despertado por la crueldad de la Primer Guerra Mundial, muestra el peligro que acecha desde siempre la verdadera figura de este santo, de ser absorbida en una piedad sentimentalista y autorreferencial.[4]

  • La intención original de Francisco para él y sus seguidores fue la de llevar una vida de penitencia (8). Cuando el Papa Inocencio le concedió al grupo una aprobación provisional, y les encargó predicar la penitencia, esa misión estaba fuera de las expectativas iniciales, porque Francisco no se veía a sí mismo como un predicador, sino más bien como un testigo de Jesucristo. Esto pone a Francisco en una dolorosa situación: el deber de conciliar la vida de silencio y penitencia con la predicación pública. Ese aspecto penitencial, tan importante en la vida del Santo, pasa casi desapercibido en ciertas presentaciones que silencian los conceptos de pecado y redención.
  • Francisco vivió una renuncia radical al mundo. Pero también consideraba que él y sus seguidores debían procurarse lo necesario para sus propias necesidades a través del trabajo manual. La idealización de la mendicidad como forma de sustento no responde a la realidad histórica. Mendigar era siempre para Francisco una alternativa secundaria, en situaciones de emergencia o cuando quienes contrataban a los hermanos les negaban su paga. De hecho, lo que hoy se vuelve a rescatar como la “economía franciscana” son prácticas de los seguidores de Francisco que descubren la posibilidad de hacer fructificar el dinero, y organizan los “montes de piedad” para ayudar a los pobres en sus proyectos con préstamos a bajo interés, y que se difunden por Italia y el resto de Europa.
  • Francisco consideraba que la vida sacramental de la Iglesia requería una cuidadosa preparación, el uso de los mejores ornamentos y vasos sagrados (9). En su pensamiento, el contacto más directo con Dios se daba en la Misa y en la Eucaristía, no en la naturaleza y ni siquiera en el servicio de los pobres. Es cierto que Francisco amaba entrañablemente a los pobres. Pero carecía en absoluto de cualquier programa de reforma legal o social. La palabra “pobreza” rara vez aparece en sus escritos. En cambio, en ellos insiste, para fastidio de muchos lectores modernos, en la devoción eucarística, el decoro de la celebración y de los objetos litúrgicos (8). Insistía en que el hermano que incurriera en cualquier abuso litúrgico debía ser remitido a las autoridades superiores de la Iglesia. Nada sería más apartado de la realidad, que reducir a este Santo a su preocupación “social”.

  • Lejos de ser un contestatario de la doctrina católica, defendía apasionadamente la ortodoxia, y no toleraba desviaciones dogmáticas entre los suyos. La famosa conversación de San Francisco con el Sultán al-Kamil y sus consejeros, en la ciudad Damietta (Norte de Egipto) no fue un ejercicio de superficial amabilidad y condescendencia con el islam (10). Francisco ciertamente respetaba esta religión y nunca criticó a Mahoma. Sin embargo, en su audiencia con al-Kamil fue directamente al punto: venía como embajador de Cristo a procurar la salvación del alma del Sultán. San Francisco no representa entonces un ejemplo de diálogo inter-religioso superficial y políticamente correcto, y no puede invocarse como apoyo de ciertos planteos que se niegan a afrontar las dificultades del islam con el tema de la razón (fundamentalismo) y de la paz (la guerra santa), señalados por el Papa Benedicto XVI en su discurso en Ratisbona.[5]

  • Francisco experimentaba una profunda afinidad con la naturaleza y con los animales, rasgo reconocido unánimemente por quienes lo acompañaban. La matanza de animales o la sola visión de su sufrimiento lo conmovía profundamente. Sin embargo, a diferencia de muchos reformadores religiosos, Francisco rechazaba la abstinencia de carne como precepto, y no era vegetariano. Tampoco encontramos en él en su relación con la naturaleza, el menor rastro de panteísmo. Las referencias a la naturaleza en sus escritos estaban tomadas en su enorme mayoría de las Sagradas Escrituras. Francisco consideraba la belleza en la naturaleza y en el mundo animal como algo que debía llevar a glorificar a Dios, pero de ninguna manera investía a la naturaleza de cualidades divinas.

Su célebre Cántico de las Criaturas, considerado el primer gran poema italiano en lengua vulgar, está inspirado en un cántico del Antiguo Testamento: el de los tres jóvenes en la hoguera (Daniel 3). Pero de aquellos 34 versículos, Francisco selecciona ocho criaturas, las más familiares y cercanas, y les confiere una personalidad casi humana, y las saluda con ternura (11). Pero la alabanza está dirigida sólo a Dios, el Altísimo. El sol, gran señor de todas las criaturas, es tratado como “don”; la tierra es “madre” pero antes que eso, es “hermana”; y los demás elementos, son también simples hermanos menores. Nada sostiene el intento contemporáneo de vincular a Francisco a una especie de panteísmo que, en nombre del indigenismo, se infiltra subrepticiamente en algunos sectores de la Iglesia centrado en la Madre Tierra, y ajeno al contexto señalado.

Y cuando se cernía el peligro un enfrentamiento entre el podestá y el obispo de Asís, así como la guerra entre esta última ciudad y Perugia, Francisco agregó una nueva estrofa a su Cántico:

(12)

Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y sufren enfermedad y tribulación; bienaventurados los que las
sufran en paz, porque de ti, Altísimo, coronados serán.

Francisco convocó al podestá y al obispo en el patio del palacio episcopal, y dos hermanos – probablemente León y Ángel– entonaron el Cántico con su nueva estrofa. El resultado milagroso fue la reconciliación de ambas autoridades, y el abandono del proyecto de combatir Perugia.

Finalmente, cuando recibió del médico el pronóstico de su muerte inminente, Francisco quiso que los mismos hermanos León y Ángel cantaran para él este Cántico, agregando una última estrofa para recibir cortésmente a la muerte como enviada del Cielo: (13)

Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de
la cual ningún hombre viviente puede escapar.
Ay de aquellos que mueran en pecado mortal.
Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad porque
la muerte segunda no les hará mal.

Todo lo dicho permite comprender el episodio de los estigmas como la coronación de su vida y su misión (14). Fue el 14 de septiembre de 1224, en la fiesta de la Exaltación de la Cruz, estando en oración retirada en el monte Alvernia o La Verna. La voz del crucifijo, escuchada en 1207 en la Iglesia de San Damián, lo había apartado del mundo para seguir a Cristo en su desnuda pobreza. Durante el resto de su vida llevó en el corazón las llagas de Jesús y lloró sus dolores. Ahora, en la madrugada del día mencionada, Francisco pidió la gracia de experimentar en la medida de lo posible la Pasión de su Señor. En respuesta tuvo una visión, que él mismo relató a sus hermanos, y que las fuentes describen como la de un serafín (como el ángel de seis alas descripto al inicio del libro de Isaías), y en él, la imagen del Crucificado (15). Al desaparecer aquella visión, encontró las marcas en sus manos y una herida sangrante en su costado. Pero es importante ver esas marcas físicas no como un mero prodigio sino como testimonio de cómo Francisco en sus dolores físicos y espirituales pudo unirse, por una gracia especial, a la Pasión de Cristo, y consumar la identificación interior con Él.

También nosotros, cada uno de un modo personal y único, estamos llamados a identificarnos con Cristo, con sus pensamientos y sentimientos, con su compasión hacia todo sufrimiento humano, con su obediencia al Padre hasta el fin. En una palabra, identificarnos con Él en toda circunstancia, en la vida y en la muerte. Esto nos enseña el verdadero Francisco.

En la misa que celebró en Asís el 4 de octubre del 2013, el Papa comenta el pasaje de Mateo que dice:

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,28-29).

Y refiriéndolo a San Francisco, comenta con vehemencia: (16)

“La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco esto es franciscano, tampoco esto es franciscano, sino una idea que algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo se puede llevar con mansedumbre y humildad de corazón.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.”

El Papa, en esta homilía, invitó a los presentes a orar al Santo: “Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor”.[6]

 

Para meditar: (17)

¿Busco imitar a Jesús e identificarme cada vez más con Él en mis pensamientos, sentimientos y acciones?

¿Construyo la paz a mi alrededor, o me dejo llevar por la ira y el resentimiento?

¿Encuentro en mis hermanos, en especial en los que sufren, la imagen de la Pasión del Señor?

¿Sé descubrir a Dios, glorificarlo y honrarlo en su Creación?

¿Soy capaz de vivir la fraternidad cristiana, sintiéndome hermano de los demás y no superior a ellos?

 

Para orar: (18)

 

[1] Julien Green, Hermano Francisco, Buenos Aires, Atlántida, 1984, 231-232.

[2] Augustine Thompson O.P., Francis of Assisi: A New Biography (2012).

[3] Cf.        Sam        Gregg,    “Some    myths     and         facts       about     Saint       Francis   of            Assisi”,

https://blog.acton.org/archives/112086-some-myths-and-facts-about-saint-francis-of-assisi.html (consulta: 30-09-20).

[4] el propio «Directorio Franciscano» no presenta la oración atribuyendo su autoría al santo de Asís, sino que la titula «Oración franciscana por la paz»

[5] Benedicto XVI, Discurso en la Universidad de Ratisbona, 12 de septiembre de 2006.

[6] http://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papafrancesco_20131004_omelia-visita-assisi.html