15 de septiembre de 2020

Por Samuel Gregg

 

Todos los años, muchas personas que realizan estudios de índole teológica, al igual que numerosos seminaristas protestantes, ortodoxos y católicos, emprenden en todo el mundo cursos de ética social en centros religiosos, seminarios y facultades de teología. Aunque el contenido de estos cursos experimenta lógicas variaciones, todas las clases tienen que hacer frente a preguntas que surgen de la realidad de fenómenos tales como la pobreza y el desempleo, por no mencionar asuntos más complejos, como pueden ser los niveles del salario justo (…) Es conveniente que los seminaristas estudien esta clase de temas. Aunque, últimamente, la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo ha mostrado un espíritu trascendental en su inspiración y en su realización, también (…) ha tenido que vivir profundas implicaciones en los asuntos terrenales. Las exigencias que nos hacen los Evangelios son de una naturaleza profundamente moral, pero la vida cristiana no está limitada a una ordenación de la vida moral de la persona. Como apunta Germain Grisez, esto tiene una dimensión social que no es menos importante, porque la vida de la sociedad nos presenta dilemas a los cuales hemos de responder con una actuación libre, de forma que nuestro comportamiento se muestre siempre de acuerdo con las demandas que se nos hacen en los Evangelios.

La proclamación de que Jesucristo es Nuestro Señor no quiere decir que sus demandas hayan de limitarse únicamente a la vida privada de la persona. Pues si bien los Evangelios contienen importantes normas sobre la forma en que hemos de organizar nuestra vida personal, los mismos mandamientos incluyen una serie de implicaciones que hacen referencia a cómo hemos de tratar de organizar el mundo social y político en el que vivimos. Así pues, sea cual sea el amplio significado de la expresión separación de la Iglesia y el Estado, eso no quiere decir, como observa George Weigel, que los cristianos hayan de creer o de aceptar “la separación de la vida pública; o la proscripción de aquellos argumentos fundamentados religiosamente en lo que constituye la vida pública”. A pesar de la atención que se concede en los seminarios y en las facultades de Teología a los asuntos de la política social, resulta un hecho curioso que sean pocos los seminarios que traten de un tema tan importante como la economía. Como disciplina de índole intelectual, la economía juega, potencialmente, un significativo papel en el desarrollo del pensamiento social cristiano. El clero cristiano, del mismo modo que los teólogos y filósofos que se ocupan del estudio de lo que a menudo se describe como “la cuestión social”, corre el riesgo de equivocarse a la hora de tratar la complejidad de los temas sociales si pierde de vista la auténtica comprensión de lo que constituye la economía. Pocos son los moralistas cristianos de hoy día que, a la hora de exponer sus ideas sobre la santidad de la vida, desde el momento de su concepción hasta el de la muerte, no hayan investigado la percepción científica, cada vez más acusada, referida al desarrollo de la persona desde su origen. Por ello, cuando se tocan temas tales como la economía política o el mundo empresarial, parece razonable esperar que el clero cristiano se sienta familiarizado, en alguna medida, con los principios económicos más básicos. Aunque una vida dedicada a la oración, al estudio de las Escrituras 2 y a la práctica virtuosa represente el fundamento de la formación de todo cristiano, aquellos que deseen proporcionar una verdadera ayuda a los marginados y a los económicamente más débiles necesitarán, seguramente, un cierto conocimiento de lo que constituye la economía moderna. Por desgracia, son muchas las instituciones teológicas y los seminarios que no ofrecen cursos que puedan proporcionar a sus estudiantes este tipo de conocimientos. Es verdad que la mayoría de los seminarios tratan de alertar a sus estudiantes sobre la realidad del mundo de los pobres y de los marginales pidiéndoles, por ejemplo, que empleen buena parte de su tiempo trabajando con los sin techo. Pero si bien este tipo de actividades suele poner a los seminaristas cara a cara con el submundo de la vida económica moderna, la capacidad para debatir de forma sistemática y filosófica los principios fundamentales de la economía suele constituir para ellos un tema un tanto extraño. Y, sin embargo, ¿cómo van a poder discernir adecuadamente estas personas la manera en la que los mecanismos de oferta y demanda afectan al mundo comercial si carecen de la debida preparación? Es necesario que el pensamiento justo (ortodoxia) preceda a la justa acción (ortopraxis).

Al decir esto no se pretende que todo aquel que desee prepararse para el sagrado ministerio haya de poseer un sofisticado conocimiento de lo que es el mundo de la economía. Y, por tanto, tampoco se ha de conceder a esta materia la misma importancia que requiere el estudio de las Escrituras o el de la teología moral. No obstante, es necesario que a menudo recordemos que la prioridad de la ética social cristiana no posee efectividad per se. Afirma Stanley Hauerwas que, en lugar de “intentar hacer al mundo más justo y pacífico”, la principal tarea ético-social de la Iglesia es “ser Iglesia”. Y esto significa que la Iglesia ha de ser una referencia y un testimonio de la verdad de Dios. Por ello, aunque los cristianos deban ocuparse de los necesitados y de los pobres (que no han de ser sólo los materialmente pobres), deberían hacerlo de acuerdo con las prioridades características de la Iglesia, antes que con aquellas que afectan al mundo. El dar auténtico sentido al mundo moderno puede constituir todo un desafío y un ejercicio frustrante. La pluralidad de los problemas que nos afectan -el desempleo, la explotación laboral, la cultura de marginación de la muerte- puede parecer, a veces, una tarea abrumadora. Y sin embargo, y a pesar de la complejidad que implica el término, los cristianos no pueden ignorarlo; sobre todo porque tienen importantes mensajes que han de trasladar a los habitantes de ese mundo. (…) el teólogo Carl Henry anima a los cristianos a que no se recluyan en un gueto sino que, por el contrario, asuman la responsabilidad de ser la luz del mundo y la sal de la tierra: Aunque el movimiento cristiano necesite poner en tela de juicio el dogma de que los medios políticos van a resolver todos los problemas de la humanidad, es necesario que no se relegue la utilización de estos medios para lograr unos objetivos adecuados y legítimos. La Iglesia debe exponer la voluntad revelada por Dios ante la esfera política en no menor medida que ante otras esferas de la vida, ya que todas están sujetas y son responsables ante el juicio divino. Así pues, si los cristianos deben manifestarse en el ámbito público, les será conveniente estar al tanto de las premisas fundamentales de la economía. (…) si bien el mandato que nos hace el Señor de amar y ayudar al pobre constituye, en definitiva, un encuentro entre los seres humanos, los cristianos no deben relegar la visión que los economistas pueden ofrecer con respecto a estos problemas. (…) 3 (…) la economía nos proporciona una visión limitada de la naturaleza de la condición humana. Quienes crean que puede explicar cuanto se refiere tanto a la persona como a la sociedad habrán caído en la trampa de convertir en dogma semejante visión. Este error, común a un sector de economistas profesionales, de confundir una verdad con toda la verdad no debe impedir, sin embargo, a los cristianos que traten de comprender lo que la ciencia económica puede decirnos sobre el mundo. Los cristianos no tenemos motivo para asustarnos de la verdad porque, en definitiva, creemos que toda verdad se basa en el Único que se describe a sí mismo como “el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14:6).

 

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*Fuente: Fundación Burke, http://www.fundacionburke.org/2011/03/05/economia-basicapara-catolicos/, Publicado originalmente el 5 de Marzo de 2011. (Este texto forma parte del prólogo del libro de Samuel Gregg “ECONOMÍA BÁSICA PARA CATÓLICOS).