Fuente: Revista Argentina Tercera Época

Por Alejandro A. Domínguez Benavides 

7 de junio de 2021

 

Edmund Burke (1729-1797) es conocido como el primer pensador conservador del siglo XVIII –aunque, como veremos, defendió varias reformas liberales- que pasó a la Historia de las Ideas Políticas por su libro Reflexiones sobre la Revolución Francesa. Aunque fue un prolífico escritor, filósofo y teórico político, poco se han difundido en nuestro país –por lo menos en lengua castellana– sus trabajos, discursos y correspondencia. Esto nos llevaría a concluir que, de todas las variantes que ofrece la pereza, la intelectual es una de las más peligrosas. Sin embargo, todavía hay autores que nos sorprenden y, más aún, nos dejan con un sinfín de preguntas una de ellas la que da el título a esta nota.

Un Imperio cohesionado por la cultura, no por la coacción

Terry Eagleton es uno de esos autores y especialmente en su libro Cultura donde subraya algunos aspectos poco conocidos de Edmund Burke. Por ejemplo que le haya disgustado las represalias que tomó el Gobierno británico contra los militantes campesinos irlandeses.  El autor se sorprende de esta actitud y más aún de una afirmación que cita textualmente: “Por mucho que la mente de un hombre esté insensibilizada a la servidumbre, llega a un punto en que la opresión la subleva contra la injusticia” (cit. en Eagleton, T.,  Cultura, Buenos Aires, Taurus, 2017, p. 72).

Este pensamiento  se aproxima  al  ejercicio del derecho de resistencia a la opresión que institucionalizó Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII y que John Locke desarrolló en su teoría política durante el s. XVII. Imaginamos –no lo sabemos– que el escritor y político irlandés debe haber abrevado en las fuentes de su correligionario whig, vale la pena recordarlo, no era un torie, como ha quedado en el inconsciente social,  que no solo  reverenciaba a la monarquía, la Iglesia y la nobleza.

Burke era un irlandés protestante y su oratoria, según John Wilkes, apestaba a whisky y patatas y debe haber apestado aún más cuando defendió, por ejemplo, la causa irlandesa católica. Denunció a las llamadas Leyes Penales a las que calificó como “las más apropiadas para la opresión, el empobrecimiento y la mortificación de un pueblo y la degradación en él de la propia naturaleza humana que el ingenio pervertido del hombre haya producido jamás”. (cit. p.72).

Winston Churchill hizo una síntesis del pensamiento burkeano: “Por una parte, Burke se revela como un apóstol de la libertad; por la otra, como un temible campeón de la autoridad; sin embargo siempre fue el mismo persiguiendo los mismos fines, los mismos ideales sociales y de gobierno, defendiéndolos del asalto a veces de un extremo y a veces del otro”. (Churchill, W, Pensamientos y aventuras, Barcelona,  Los libros de nuestro Tiempo, 1944, p. 45).

Burke fundaba la legitimidad del poder “en una comunidad de intereses y en una simpatía de sentimientos y deseos entre quienes actúan en nombre de cualquier grupo de personas y las personas en cuyo nombre actúan”. (cit. p.73) .  Y  con este argumento criticó la desastrosa relación colonial  entre Gran Bretaña con Irlanda y las colonias en América. “El poder extirpa gradualmente del espíritu toda virtud humana y gentil. La piedad, la benevolencia, la amistad son casi desconocidas en las posiciones elevadas” (cit. en  p.73).  “El poder y la autoridad –escribió acerca de América– a veces se compran con bondad pero nunca pueden  mendigarlos como limosnas una violencia empobrecida y derrotada”. Burke estaba convencido de que los americanos insurrectos merecían la libertad. “No hay razón alguna por la que un pueblo deba ceder voluntariamente algún grado de preeminencia a otro si no es tratado con gran afecto y benevolencia”. (cit. en p. 73).

“Los hombres –escribió– no están vinculados unos a otros por papel y sellos. Lo que les conduce a asociarse son las semejanzas, las conformidades, las simpatías. Ningún lazo de amistad entre las naciones es más potente que la correspondencia entre las leyes, las costumbres, los modales y los hábitos de vida. Por sí solos tienen más fuerza que los tratados. Son obligaciones escritas en el corazón” (cit. p. 74).

Estas relaciones son “el único asiento firme de la autoridad que está en las mentes, los afectos y los intereses de la gente” y define al Estado como un compromiso entre los vivos, los que han muerto y los que están por nacer. Desechaba la idea que se lo reduzca a un “simple acuerdo contractual en el negocio de la pimienta, del café, el algodón, el tabaco o cualquier cosa de poca monta”. Contrariamente debía asentarse en las costumbres, las tradiciones y los modales.

Está claro que ni los sentimientos ni las costumbres fueron el fundamento del dominio de Gran Bretaña en la Irlanda natal de Burke y de su soberanía en la India.  Describió a esta última como un país despoblado, en ruinas y postración habitado por salvajes. La moralidad de los indios es equivalente a la nuestra, dijo, y planteó un desafío al mundo “a que muestre, en cualquier libro europeo moderno, una moralidad y una sabiduría más auténtica que las que encontramos en los textos de hombres asiáticos que gozan de gran confianza y que han sido consejeros de príncipes”. La población de este país concluyó “fue civilizada y cultivada durante mucho tiempo; practicaba todas las artes de una vida refinada mientras nosotros todavía estábamos en los bosques” (cit. p.75).

El poder político, según Burke, prosperará si se tiene sensibilidad cultural.  Se debe estudiar el genio, el temperamento, modales de las personas, e instituir unas leyes que se adapten a ellos. Cuando se gobierna a otros países se lo debe hacer sobre la base de sus propios principios.

La India está separada no solo geográficamente sino “por los modales, por los principios de la religión y hábitos arraigados tan fuertes como la propia naturaleza” (cit. p.76).  Es imposible, dirá, asimilar su rica diversidad de formas de vida a una única autoridad impuesta desde el exterior.  Queda claro que fue un opositor de la Compañía de Indias Orientales, de hecho intentó recusar a su administrador Warren Hastings ante el Parlamento de Westminster.

“Nuestra conquista [de la India], después de veinte años es tan rudimentaria como el primer día”, se queja Burke. Los colonialistas no tienen más hábitos en común con la población indígena  que si aún residieran en Inglaterra; y si tuvieran que abandonar el país mañana, no dejarían tras ellos vestigio alguno de un gobierno benevolente. De hecho añade no dejarían nada de su posesión superior al de un tigre o un orangután. A lo largo del “infame período de su dominio, [Inglaterra] no ha levantado iglesias, hospitales, palacios, escuelas; Inglaterra no ha construido puentes, calzadas; no ha emprendido navegaciones; no han excavado embalses”. Todos los conquistadores anteriores han dejado algún monumento tras de si pero no los británicos. Sin embargo, en la India como en otros lugares, las fuerzas imperiales han extraído “de la desdicha y la miseria de personas pobres y postradas […] las grandes fuentes de nuestra riqueza, nuestra fuerza y nuestro poder”.

“Burke fue uno de los grandes pensadores europeos -afirma Frederick Whelan-, y uno de los primeros autores del canon tradicional de la teoría política occidental, que se esforzaron realmente por comprender a una civilización no occidental e incorporar sus hallazgos en su pensamiento político […]. Al tomar a la India en serio, Burke fue al mismo tiempo uno de los grandes pensadores occidentales que abordaron los problemas morales y políticos del imperio europeo sobre naciones no europeas” (Edmund Burke and India: Political Morality and Empire, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1996, p.5).

La cultura es más fundamental que el derecho o la política

Eagleton concluye que “Burke sostiene, de principio a fin, que la cultura es más fundamental que el derecho o la política. ‘Las naciones no están gobernadas principalmente por leyes; y menos por la violencia’. Son las maneras o la cultura, como lo llamaríamos hoy, lo que constituye la matriz de todo poder, compromiso, autoridad y legalidad. La cultura es el segmento en que el poder se asienta y arraiga.” Burke comenta: “Las maneras son más importantes que las leyes. El derecho se basa en ellas en gran medida […]. Las maneras son lo que nos indigna o tranquiliza, corrompe o purifica, eleva o degrada, nos hace bárbaros o nos refina, en virtud de su acción constante, regular, uniforme e imperceptible, como la del aire que respiramos. Son lo que da forma y color a nuestras vidas” (p.79).

Nota Las  numerosas citas  que hemos utilizado, Eagleton las ha tomado de Luke Gibbons, Edmund Burke and Ireland,  Cambridge University, 2003;  Thomas W. Copeland (ed), The Correspondence of Edmund Burke, Cambridge University, 1958; R.B. Mc Dowell (ed), The Writing and Speechs of Edmund Burke, Oxford, Clarendon Press, 1991;  E. Burke, Vindicación de la sociedad natural, Madrid, Trotta, 2009;  E. Burke, The Works of the Right Honourable Edmund Burke, v. 2, F. W. Rafferty (ed), Londres, Oxford University Press, 1906-1907;  E. Burke, Works and Correspondence  of the Right Honourable Edmund Burke, Londres, Francis anda John Rivington, 1852.