Por: P. Gustavo Irrazábal*

Fuente: Revista Criterio

22 de junio de 2021

 

El 17 de junio pasado, el papa Francisco dirigió un videomensaje a los participantes en la 109° Conferencia Internacional del Trabajo, órgano supremo de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) que se reúne anualmente en Ginebra, Suiza. El discurso del Santo Padre aborda diversos problemas relativos al trabajo, y hoy agudizados por la pandemia. Entre ellos, alude de un modo breve (aunque enfático), a la doctrina recordada anteriormente en Fratelli tutti sobre la propiedad privada. Dice al respecto: “Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso” (Fratelli tutti, n. 123). A veces, al hablar de propiedad privada olvidamos que es un derecho secundario, que depende de este derecho primario, que es el destino universal de los bienes”.

Los medios de comunicación han aislado este párrafo de su contexto inmediato –el elogio de la vocación empresaria−, y han atizado la sensibilidad social sobre estos temas. Muchos católicos se han indignado ante lo que −sospechaban− podía ser un apoyo implícito a ciertos dichos del Presidente (“no tiene sentido tener tierras improductivas cuando alguien está necesitando un terreno”) y la ordenanza aprobada (sobre tablas) en Avellaneda autorizando la expropiación de terrenos baldíos o “en desuso”, todo ello en un contexto preocupante, donde la toma de tierras se ha convertido en un incidente habitual.

En realidad, los dichos del Papa reiteran una enseñanza tradicional de la Iglesia: primero reconoce explícitamente el derecho a la propiedad privada, y luego señala su subordinación al destino universal de los bienes, es decir, el derecho de todo ser humano a tener acceso al uso y disfrute de los bienes de la tierra. La reacción negativa que se ha suscitado en ciertos sectores de la opinión pública se explica, al menos en parte, por un problema de lenguaje. Lo “secundario”, en el lenguaje corriente, se suele contraponer a lo que es “importante”. Afirmar, por lo tanto, que la propiedad privada es un “derecho secundario” puede ser interpretado como un modo de restarle importancia a esta institución, y considerar que no es fundamental para la vida social.

Pero, en el campo teológico, la terminología “derecho primario” y “derecho secundario” tiene otro sentido. En ambos casos se trata de derechos “naturales” que son inherentes a la dignidad de la persona humana y que el legislador no puede ignorar o conculcar. Pero el derecho (natural) “primario” es aquél que, en su formulación general, puede ser reconocido por la razón como una exigencia universal de justicia; en este caso, que nadie sea deliberadamente excluido de lo necesario para una vida digna. Derecho (natural) “secundario”, en cambio, es aquél que se deriva de un derecho primario a través de la reflexión sobre la experiencia. La propiedad privada pertenece a este último tipo de derechos, ya que a lo largo de la historia se ha demostrado como la manera más eficiente de garantizar la paz social, la correcta administración de los bienes, y sobre todo, como garantía de la autonomía y la posibilidad de desarrollo personal. Es indiscutible que los países más prósperos y humanamente avanzados de la actualidad son aquellos que respetan más la propiedad privada.

No basta entonces con quejarse de las manipulaciones interesadas, la mala fe o las sospechas con que son recibidos muchas veces los dichos del Papa. Es preciso que la Iglesia desarrolle una mayor sensibilidad para comunicar estas verdades tradicionales con un lenguaje actualizado, de modo que su mensaje pueda ser adecuadamente comprendido y recibido por “todos los hombres de buena voluntad”.

 

*Pbro. Miembro del Consejo Académico del Instituto Acton