Por: Carlos Newland*

Introducción

Las fuentes directas sobre la economía del Imperio Romano al inicio de nuestra era son escasas. Aparte de algunas referencias en algún texto de la antigüedad, la información sobre las interacciones y relaciones económicas han quedado registradas en los pocos soportes que han sobrevivido en climas secos: una documentación escasa que no permite fácilmente elaborar generalizaciones. En esta cuestión una pregunta candente es hasta punto la economía de la época fue una economía de mercado, o bien una economía dirigida y comandada por el poder político o por motivaciones como la reciprocidad o la redistribución. En el trasfondo está el planteo realizado por Karl Polanyi sobre si el mercado y la racionalidad económica son de alguna manera innatos al individuo o bien si su existencia sólo es verificada de manera más fehaciente en épocas relativamente recientes en la historia de la humanidad. Polanyi optaba por la segunda opción: sólo en las economías capitalistas modernas predomina la racionalidad maximizadora y los precios como determinantes de los comportamientos de los agentes[1].

Este trabajo presenta como evidencia de que tipo de economía existía en el Imperio a ciertos contenidos de textos de los primeros cristianos que se referían a la región de Palestina a inicios de nuestra era[2]. En particular se analizan las menciones que incluyó Jesús en sus discursos y particularmente en las parábolas que utilizaba para explicar más claramente su doctrina[3]. Las parábolas consistían en pequeños relatos presentados con el objeto de ilustrar su mensaje religioso. Es claro que Jesús no tenía la intención de detallar el tipo de economía que existía en la época, pero rasgos de esa economía están imbuidos en muchos de los relatos. Que Jesús incluyera como contexto menciones a la vida comercial y laboral era lo esperable: la gente que lo escuchaba eran mayoritariamente jornaleros, esclavos o cuentapropistas y no intelectuales. El mismo Jesús tenía como profesión la construcción, y sus seguidores fueron en su mayor parte pescadores independientes, como Andrés, Pedro, Santiago, Juan, Tomás, Natanael y Felipe. Otros aparecen como recaudadores de impuestos (Mateo), o como fabricantes de tiendas o carpas (Paulo de Tarso).

En esta nota se detallará que tipo de economía es la que aparece en las parábolas y en particular como detallaron las relaciones laborales, el uso de la moneda y del crédito. Cabe mencionar que las parábolas nos han llegado en su casi totalidad a través de los evangelios sinópticos, cuyos tres autores (Mateo, Lucas y Marcos) ciertamente fueron testigos de la vida económica de la época. Debe advertirse que muchas de las parábolas no contienen información económica, utilizando más bien alegorías de la vida animal y vegetal, situaciones de interacción entre familiares e individuos, características de artefactos o una descripción de actitudes humanas.

Los evangelios se desarrollan en el ámbito geográfico de la Provincia Romana de Judea y a la región de Galilea, perteneciente a la Provincia de Siria. Toda esta zona sería denominada más adelante Palestina. Con una población total cercana al millón de habitantes, en esta región prevalecía la mano de obra libre: aunque existía la esclavitud debe haber sido minoritaria. Como toda sociedad de la época predominaba como actividad la agricultura, la ganadería ovina y la pesca. Al interior de la agricultura, el cultivo de trigo, los viñedos, los frutales y los olivares. Entre los servicios estaban los transportes, las posadas y el comercio. En centros urbanos se desarrolló una clase artesanal, actividades religiosas y de gobierno, incluyendo las militares. La única urbe de dimensión mayor era Jerusalén, a la que se sumaban algunas ciudades costeras menores y muchos poblados pequeños, como Cafarnaúm, el pueblo galileo donde Jesús vivió en su juventud.

El uso de la moneda

El primer aspecto de la economía que sobresale al analizar los evangelios es que en Palestina el uso de la moneda estaba muy difundido: en los textos la mayor parte de las actividades aparecen monetizadas, incluyendo la entrega de Jesús a las autoridades religiosas por parte de su discípulo Judas, al que el Sanedrín le pagó como compensación 30 monedas de plata (Mt 26, 15)[4]. El numerario más común y más utilizado en todo el Imperio Romano era el denario (de 3,6 gramos de plata), que imitaba a otra moneda más antigua, todavía en uso y de origen griego, el dracma. Jesús en la “Parábola de los obreros de la viña” menciona a un empleador que decidió pagar el jornal de un denario tanto a los trabajadores que habían laborado todo el día, como a los que habían comenzado más tarde (Mt 20, 1-16). En otra parábola describe el caso de una mujer que poseía 10 dracmas, posiblemente su dote de casamiento. Al perder un dracma lo buscó incansablemente hasta encontrarlo (Lc 15, 8-9). También Jesús menciona numerario de menor valor, como es el caso de la parábola de la viuda pobre (Lc 21, 1-4). Allí detalla que los acaudalados pagaban fuertes sumas como impuestos religiosos al templo, fondos se depositaban en su tesoro. Pero resalta el caso de una viuda que entregó dos monedas de cobre, llamadas “blancas”, y que eran equivalentes a menos de 1% de un denario. Lo notable es que la mujer hacia su contribución en metálico y no directamente con una paloma u otra ave. Lo habitual de la realización de pagos en metálico al Templo también aparece cuando ciertos recaudadores le preguntaron a Jesús si el no estaba evadiendo la contribución, por lo que Jesús indicó a su discípulo Pedro que efectuara el pago por ambos, aun cuando lo consideraba injusto. Lo hizo entregando un estatero, una moneda de plata de origen griego equivalente a cuatro denarios (Mt 17, 24-27). En otra ocasión algunos fariseos y herodianos le preguntaron si era licito pagar los impuestos al gobierno romano. Como respuesta Jesús les pidió que le mostraran un denario, y señalo que en su cara estaba la imagen del Cesar y que por lo tanto correspondía pagar el tributo (Mc 12, 13-17). Finalmente no puede dejar de mencionarse el episodio donde Jesús expulsó a los cambistas que operaban en la entrada del Templo de Jerusalén (Mt 21, 12-13): la función de estos intermediarios era permutar las monedas romanas y griegas que por sus imágenes no podían ingresar al centro religioso, por otras judías o tirias, permitidas.

Monedas de oro circulaban en menor medida como es obvio dado su valor. Una de ellas, la mina (equivalente a 100 denarios), es presentada en la parábola donde un propietario entrega esa moneda a algunos de sus empleados para que la invirtiesen en su ausencia (Mt 25, 14-30). Finalmente debe mencionarse que las 30 monedas de plata que recibió Judas por entregar a Jesús eran probablemente siclos de plata, cada una de ellas con un valor cuatro denarios (Mt: 26, 15). Seguramente el Sanedrín las había extraído del tesoro del Templo.

Las transacciones

La economía de Palestina aparece como un espacio donde se realizaban transacciones monetizadas de todo tipo. Los evangelios constatan la existencia del trabajo asalariado y no algún sistema de prestaciones laborales de características feudales. En la “Parábola de los obreros de la viña” aparece en el trasfondo muy claramente que se negociaba un salario por un jornal diario que estaba de acuerdo con el esfuerzo realizado por cada trabajador (Mt 20, 1-16). En el relato del hijo prodigo, el vástago de un rico propietario decide volver a la casa paterna luego de haber gastado su herencia, ya que allí los trabajadores estaban mejor remunerados (Lc 15, 11-32). Las actividades de compraventa aparecen claramente en la “Parábola de las diez vírgenes”, que salen a comprar aceite para sus lámparas incluso tarde por la noche (Mt 25, 1-13). Se sobreentiende que aun a horas avanzadas las tiendas o locales de venta del producto las atenderían. En la “Parábola del buen samaritano”, un hombre recoge a un individuo que ha sido asaltado, malherido y dejado por muerto en el camino. El Samaritano lo traslada a una posada y abona al posadero por adelantado la estadía necesaria para el restablecimiento de la víctima (Lc 10, 29-37). El uso de posadas pagas también se manifiesta en el episodio del nacimiento de Jesús. Sus padres, José y María se habían trasladado de Galilea al pueblo de Belén, cercano a Jerusalén, para ser empadronados en un Censo, indudablemente realizado para mejorar la recaudación tributaria romana. Pero no encontraron lugar en un albergue, por lo que tuvieron que dormir en un establo, lugar donde nació Jesús (Lc 2, 7).

El ahorro, las inversiones y la rentabilidad

Otra cuestión que aparece de manera recurrente en las parábolas es el ahorro que se canaliza hacia inversiones que generaban una ganancia o retorno. Implícita está la idea de que se posponía un consumo presente por un mayor consumo futuro. Aquí destaca en primer lugar la “Parábola de los talentos”, donde varios empleados reciben fondos para que lograran algún retorno. El empleado más adverso al riesgo, que dejó inactiva la suma recibida, fue castigado por su falta de acción: se indica claramente que podría haber llevado el dinero a banqueros que le ofrecerían un interés (Mt 25, 14-30). En otra parábola se muestra a un rico o empresario que efectúa inversiones para asegurar su futuro. Estas incluyeron reemplazar sus graneros de poca capacidad por otros más espaciosos para poder allí almacenar cómodamente sus granos y bienes (Lc 12, 16-21). En la “Parábola de los viñadores homicidas” se pone el ejemplo de una planificada inversión agrícola: un dueño de un campo planta una viña y le hace mejoras, como edificar una cerca, una torre (para vivienda y para vigilar los cultivos), y un edificio donde procesar la uva. Todo ello para arrendarlo a terceros y así obtener una rentabilidad (Mt 21, 33-42). Jesús afirma que nadie se debe poner a edificar una torre sin calcular adecuadamente los gastos: pudiera ser que aquí hablara desde su propia experiencia como constructor. Caso contrario, al fabricante se le acabarían los recursos antes de poder finalizarla, siendo el hazmerreír de todos los que observaran la obra inconclusa (Lc 14, 28-30). Finalmente, en una serie de parábolas cortas y similares Jesús ilustra que ante la oportunidad de un gran negocio, los agentes económicos venden todos sus activos de modo de contar con la liquidez necesaria para hacer posible la inversión (Mt 13, 44-46).

La práctica de la época de ofrecer y tomar préstamos es bien presentada en el caso de dos deudores, por 500 y 50 denarios respectivamente. Allí aparece la potestad de condonar deudas ante la imposibilidad de cobro (Lc 7, 41-43). En la Parábola del Siervo Malvado de nuevo aparecen dos casos de deudores morosos, uno por la enorme suma de 10 mil talentos y otro por 100 denarios. En el primer caso, un acreedor ante la falta de pago de un deudor, decide que en lugar de rematar sus bienes y venderlo junto a su familia, perdonarle la deuda. Ese mismo deudor a su vez no perdona a alguien al que le había prestado una suma mucho menor. En el relato aparece la posibilidad de refinanciar una deuda en caso de no poder satisfacerla (Mt 18, 23-35). En la “Parábola del sirvo sin entrañas” se muestra que en un negocio de venta de alimentos, se entregaban a clientes trigo y aceite a crédito. Ante la perspectiva de ser despedido un mayordomo hace arreglos con los deudores condonándoles las deudas presumiblemente a cambio de empleo o favores futuros (Lc 16, 1-13).

Conclusión

La lectura de muchas de las Parábolas utilizadas por Jesús, junto con otra información presentada en los evangelios, muestra que la economía de la región de Palestina a principios de nuestra era de intenso intercambio comercial, con un uso extendido de la moneda y del crédito. Fue en esa economía -en que se observan agentes económicos libres interactuando, ofreciendo su trabajo por un salario, desarrollando pequeños y grandes emprendimientos, y tomando y ofreciendo fondos- donde surgió la mayor parte de los principales seguidores de Jesús y la gran masa popular que escuchaba sus predicas. Si Jesús hubiera aparecido en un entorno social diferente, por ejemplo dentro una familia acaudalada y cuya cabeza hubiera sido miembro del sanedrín, su prédica podría haber tomado un rumbo diferente, con discursos más abstractos y teológicos. Pero no fue así: las parábolas de Jesús quedan un excelente testimonio de la economía de la época percibidas por el hombre y mujer común, una economía que sin dudas podemos calificar – al menos en gran medida- como de mercado.

 

*Carlos Newland es Miembro del Consejo Consultivo del Instituto Acton; Licenciado en Economía (UCA); Master of Letters en Historia (Universidad de Oxford), Dr. Litt. en Historia (Universidad de Leiden). Es profesor en la Universidad ESEADE y la Universidad Torcuato di Tella en Buenos Aires.

 

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  1. Sobre el pensamiento de Polanyi ver: Machado, Nuno Miguel Cardoso (2011), “Karl Polanyi and the New Economic Sociology: Notes on the Concept of (Dis)embeddedness”, in RCCS Annual Review, No. 3, pp. 119-140. La vision contraria es presentada por Peter Temin (2001) “A Market Economy in the Early Roman Empire” The Journal of Roman Studies , 91, pp. 169 – 181
  2. Un trabajo que desarrolló muchas de las cuestiones incluidas en esta nota es: Edd S. Noell (2007) “A “Marketless World”? An Examination of Wealth and Exchange in the Gospels and First Century Palestine” Journal of Markets & Morality 10: 1 pp. 85–114.
  3. Cuando los discípulos preguntaron a Jesús porque usaba parábolas la respuesta no es muy clara, pero subyace la idea de que hacían más accesible la comprensión de su doctrina (Mt 13, 10-15).
  4. Se utilizó en este trabajo la edición española de Biblia de Jerusalén. Las citas los cuatro evangelistas son mencionados así: Mt es Mateo, Lc Lucas, Mc Marcos y Jn Juan. Al lado del evangelista citado se detalla el capítulo y versículos correspondientes. A los efectos de este estudio se han consultado también la versión Reina-Valera, ya que ha mantenido términos originales sin simplificarlos, que por ejemplo permiten identificar la moneda en cuestión.