Por María Consuelo Núñez Q.

Fuente: Hermano Sol

1 de octubre de 2021

 

Comúnmente decimos: la esperanza es lo último que se pierde.  Pero, ¿de qué tipo de esperanza estamos hablando? ¿Perdemos los cristianos la esperanza? En estos tiempos tan convulsionados, de pandemia activa, de la moral que parece que deja de existir, de todo tan politizado ¿Cómo nos sostenemos los cristianos amparados en la esperanza?

La Real Academia Española define esperanza como el “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”[1]; pero enseguida aclara: “en el cristianismo, (esperanza es la) virtud teologal por la que se espera que Dios otorgue los bienes que ha prometido”[2].  Efectivamente es así, hay una esperanza natural o humana y una esperanza sobrenatural, teologal o cristiana.

La esperanza humana

La palabra esperanza difícilmente se puede desligar del cristianismo, pero aquí lo intentaremos.  La esperanza mundana quizás mas bien debe ser llamada simplemente “espera”.  Es lo que esperamos del futuro basado en ciertos acontecimientos del presente.  Un futuro incierto, con esperanza -incluso- irracional.  Por ejemplo, en estos tiempos que corren, ponemos la esperanza en la vacuna para que acabe con la pandemia.

Pero esta esperanza fácilmente nos desalienta, cuando no sucede lo que esperamos; por lo que nos sentimos frustrados y decepcionados.  Confiamos en que suceda algo que deseamos, aunque no tenemos certeza que ocurrirá.  Y cuando no sucede, ocurre lo que llamamos la desesperanza.

Los cristianos en cambio nos sostenemos con una verdadera y distinta esperanza.  Veamos como.

La esperanza cristiana

El Catecismo de la Iglesia Católica define la esperanza como “la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (CIC 1817).  La esperanza sobrenatural supera las capacidades de la propia naturaleza.  Está infundida por Dios en la voluntad humana, explica Monseñor Munilla[3], no solo para alcanzar la vida eterna sino para alcanzar todos los medios que nos llevarán a ella; la misericordia de Dios, por ejemplo, o crecer en virtudes.

Siendo que la esperanza es dada por Dios, es imposible tener ese don si primero no tenemos el don de la fe.  La esperanza, según Charles Péguy en su poema La Pequeña Esperanza, es “una niña muy pequeña”, que nos levanta todos los días.  Sin la fe, la esperanza no puede existir; pero la esperanza guía la fe; la fe no podría caminar segura sin la esperanza. Es imposible tener esperanza teologal sin reconocer que Dios nos ama, “que dentro de nosotros habita lo que añoramos en plenitud” (San Juan Pablo II, 1998)4

La esperanza cristiana es un deseo confiado, que nace por la fe y es estimulada por la caridad.  No es un deseo amargo, doloroso o temeroso, sigue explicando Monseñor Munilla: “al mismo tiempo que decimos, todo lo temo de mi debilidad, todo lo espero del amor de Dios”5.  Nuestra esperanza esta basada en la confianza plena en Dios, será El quien lleve a cabo su obra. “Lo que El quiere, yo confío que salga adelante, y lo que El no quiere, pues yo tampoco lo quiero”6.

Esperanza natural vs esperanza cristiana

La esperanza natural no nos preserva del egoísmo.  El deseo mundano que tenemos de lograr algo, poseer algo, podría ser incluso una esperanza egoísta que fácilmente nos lleva al sufrimiento por no poder alcanzar lo esperado.  La esperanza sobrenatural en cambio “preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (CIC 1818).  Las esperanzas naturales del hombre son purificadas por Dios, para ordenarlas al Reino de los cielos.  La esperanza cristiana es el anhelo de felicidad que Dios mismo pone en nuestros corazones. Nuestro deseo de felicidad no se agota, pero la virtud sobrenatural de la esperanza nos enseña a esperar bien, dado que Dios purifica esos deseos o esperanzas mundanas, ordena todos esos deseos al Reino de los cielos, ya que solo El sabe lo que nos conviene.  Como cristianos, nuestro mayor tesoro es nuestra amistad con El Señor que, sin menospreciar nuestras esperanzas mundanas, incluso si se tratare de evangelizar o convertir más almas, estos deseos descansan en El Señor. Cristo es nuestro medio, donde ponemos nuestras esperanzas naturales, confiando en la felicidad eterna: la salvación.

El Papa Emérito Benedicto XVI, en pleno ejercicio de su pontificado, en el año 2017, escribió una magnífica encíclica titulada Spe Salvi, traducida al español como Salvados por la Esperanza.  El texto en si mismo nos llena de fuerza, nos poner a caminar, nos llama a no detenernos, nos invade de esperanza.  Esa esperanza revelada por Jesús, es la que nos salva. Como dice la Carta a los Efesios: ustedes no tenían a Cristo, estaban excluidos, ajenos a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios (Ef. 2,12).  La esperanza nace del encuentro con Cristo.  Tenemos a Cristo a nuestro lado y el Espíritu Santo nos deja de llenarnos de esperanza.  Ampliemos esta idea.

Como cristianos nos hemos encontrado con Dios, somos testigos de su resurrección, tenemos la certeza de la vida eterna.  La esperanza surge entonces de este encuentro con El.  Es una esperanza por tanto que nos salva, nos redime.  Salvación que es imposible alcanzar por nuestras propias fuerzas, ni individualmente ni en forma colectiva.  Necesitamos de ese don, de esa gracia, de esa virtud, que es la esperanza cristiana.  La “vía de conducción” de la esperanza es la tercera persona de la trinidad, es el Espíritu Santo, repartidor de dones, que nos llena de esperanza.

Características de la esperanza cristiana

Explica el Papa Benedicto XVI, que la esperanza cristiana es “performativa” o movilizadora, es decir, nos empuja a hacer lo debido, a llevar una vida libre de pecado.  Nos impulsa a llevar una vida guiada por las bienaventuranzas, confiados que así alcanzaremos la promesa que Jesús vino a comunicarnos: la vida eterna.  Eso la hace trascendente, porque supera la muerte, procura la plena unión con Dios.

La promesa de Jesús, no es solo una realidad futura, es también una realidad presente; por la fe “ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan: el todo, la vida verdadera” (SS 7); la esperanza es entonces gozosa.  “Nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida” (2 Cor 4,17).  El estar ya percibiendo algo de ese futuro, aumenta nuestra esperanza y transforma nuestro presente, y la transformación de ese presente nos acerca mas a la realidad de las promesas del futuro.

La vida eterna es encontrarnos con Dios, pero como cristianos y más aún católicos, ya nos estamos encontrando con El a través de los sacramentos, la oración, la palabra de Dios, en el rostro del sufriente; “ya estamos con el Señor, nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado” (Benedicto XVI, 2008) 7; “ya Cristo nos ha salvado pero la plenitud de sus dones todavía esta por desarrollarse” (San Juan Pablo II, 1998)8

Es paciente, nos hace capaces de superar con ánimo todas las pruebas (St. 5,7), nada es inútil, “nuestros sufrimientos son redentores en nuestra vida” (S San Juan Pablo II, 1998)9.  La victoria de Dios es segura, no sabemos cuanto camino nos falta por recorrer, cuanto sufrimiento nos toca padecer, pero somos pacientes, tenemos esperanza.  En medio de la tribulación nos da paz.  Si la inseguridad y la duda nos hace sufrir; la esperanza es audaz, nos ayuda a hacer frente a nuestros miedos, nos ayuda a cambiar, a purificar nuestros deseos poniendo nuestra confianza en Dios (2 Tim 1,12), hemos sido marcados por la esperanza (Ef 1,13) que no defrauda, es segura, la esperanza es una coraza.

Pecados contra la esperanza

Así como gratuitamente recibimos la esperanza, por nuestra dureza de corazón la perdemos.  Pecamos contra ella y lo hacemos con la desesperación, que es la falta de confianza en la infinita bondad de Dios; el no creer en su infinito amor y misericordia.  Olvidando que no importa cuán grande sea nuestro pecado, El Señor siempre esta presto a perdonarnos.  También perdemos la esperanza,  por la falta de deseo de las cosas de Dios.  Persiguiendo esperanzas mundanas. no alcanzaremos la felicidad plena.

Otro pecado contra la esperanza es la presunción, la falta del santo temor de Dios.  Demasiada “autoseguridad”, cuando no necesito la ayuda de Dios, porque yo me “autosalvo”.  Rechazo por tanto las gracias y soy capaz de negar mis propios pecados.

Aumentar nuestra esperanza

Parece fácil la respuesta: la oración.  Siendo un don, debemos pues abrirnos a recibirlo; es el Espírito Santo la fuente de la esperanza.  “Quien sabe dar buenos dones a sus hijos, nos obliga a pedir, buscar y llamar” (San Agustín, carta 130).  Explica San Agustín: el Señor sabe exactamente lo que necesitamos sin que se lo pidamos, pero con la oración ejercitamos nuestro deseo y nos prepara para recibir el don que nos va a dar.

Participar en la Eucaristía es primordial, es donde se viven anticipadamente las promesas de nuestro Señor Jesucristo.  La Eucaristía nos proporciona esa energía que nos mantendrá esperanzados. (San Juan Pablo II, 1998)10

Lo anterior no quiere decir que debemos quedarnos de brazos cruzados.  Nuestro actuar en la vida puede llenarnos de esperanza, así como también a quienes nos rodean y aunque la vida nos empuje hacia atrás, aunque pareciera que mas nada podemos esperar de este mundo, acompañados de la más grande esperanza, tendremos fuerza para perseverar y seguir actuando (SS 35)

Otras virtudes, las humanas, que podemos educar y nos ayudarían a mantener viva la esperanza, pueden ser, la paciencia, la fortaleza, la perseverancia; pero detallar el cómo educarlas, ameritaría otro artículo.

María, estrella de esperanza

Terminamos pues este artículo sobre la esperanza, igual que terminó el papa Benedicto XVI su encíclica Spe Salvi:  saludando a María “estrella de la esperanza”.

“La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía

. Y ¿Quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su « sí » abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)?” (SS 49).

Así pues, te pedimos: “Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.” (SS 50)

María Consuelo Núñez Q.
1 de octubre de 2021


[1] https://dle.rae.es/esperanza  (consulta 21/04/21)
[2] Ibíd.
[3] Serie radiofónica de Radio María España donde explica detalladamente el Catecismo de la Iglesia Católica
4 Catequesis del 11 de noviembre de 1998
5 Ibíd.
6 Ibíd.
7 Audiencia General, 12 de noviembre de 2008
8 Catequesis del 11 de noviembre de 1998
9 Ibíd.
10  Audiencia General, 2 de diciembre de 1998