Por Domingo Soriano
Fuente: Libre Mercado
8 de enero de 2022
Lo dijera o no Albert Einstein, la fuerza más poderosa del universo no es el interés compuesto. Ni la energía nuclear. Ni siquiera la estupidez. Es la inercia.
Hay muchas explicaciones para la ineficacia político-administrativa. Pero una que no se suele citar es algo que podríamos llamar «el decreto del día a día». Las cosas que se hacen ahora así… simplemente porque ayer se hacían también de esa manera. Los departamentos creados para algo que se eternizan cuando su razón de ser hace ya tiempo que desapareció.
Y cuidado, que en la empresa privada también hay inercias. Lo decíamos hace poco, a raíz del anuncio del paso adelante de Marta Ortega en Inditex: la naturaleza humana es la misma en un rascacielos de Azca que en un despacho de Nuevos Ministerios, lo que cambia es que el mercado disciplina y penaliza la ineficiencia cada día, mientras que la administración y la política en muchas ocasiones las premian, defienden y protegen. De hecho, todos tratamos de proteger nuestras inercias ineficientes, pero a las que ya estamos acostumbrados: la diferencia es que ni los consumidores ni sus competidores dejarán que una empresa en la que este lastre es muy pesado sobreviva demasiado tiempo.
En estas semanas en las se cumplen dos años desde que empezamos a leer las primeras noticias sobre una extraña enfermedad que venía de China, a mí me aterra la sensación de estar entrando en la «inercia covid«. Tras 24 meses, nos estamos acostumbrando a algo que debería ser excepcional. Además, cada vez hay más gente cuyo trabajo gira alrededor de la pandemia. Y hay más personas que han establecido sus rutinas alrededor de esa nueva normalidad que no es normal.
Los gobiernos, por ejemplo, están encantados. Al final esto es una excusa perfecta para eludir controles y limitar la crítica. Miren cómo está abusando el Ejecutivo español del recurso al decretazo.
Pero no es sólo porque les deja las manos más libres. También es muy importante que les simplifica mucho la vida. Lo que ha ocurrido en España en las últimas semanas, con la proliferación de medidas absurdas de nula eficacia (la más evidente es la mascarrilla en exteriores) yo creo que tiene más que ver con la incompetencia que con la maldad.
Es decir, sí hay una parte que nace de su deseo de estirar la cuerda del borreguismo: ver hasta dónde son capaces de llevarnos sin que protestemos. Pero intuyo que hay más de simple incapacidad y de un deseo de ir a lo fácil, a lo que ya se ha probado, a lo que conozco. Cierro todo, me envuelvo en la bandera del covid y p’alante. El problema es que esa inercia es peligrosísima, por el daño económico y por las derivadas sanitarias no covid, que ya son mucho más peligrosas que la pandemia original, sobre todo en los temas de salud mental y en otras enfermedades no tratadas. Estamos aplicando las mismas soluciones que hace año y medio. ¿Y si muere más gente por las medidas anti-covid que por el covid mismo? Eso no entra en el cálculo político, porque a ver quién puede echarles la culpa de que un chico de 20 años intente suicidarse o de que un tipo de 60 tenga un infarto porque no le hicieron un cateterismo a tiempo.
Pero lo de los políticos ya me lo esperaba. Lo que me tiene más preocupado son las inercias covid del ciudadano de a pie. En mi círculo, conozco ya a varias personas que llevan dos años sin apenas tratarse con nadie más allá de 2-3 familiares muy cercanos. Es algo que veo sobre todo entre gente mayor (de 60-70 años) que ha cortado por completo sus lazos sociales por miedo. Estamos hablando de personas vacunadas (los que yo conozco, ya con tres dosis) y sin patologías previas, algunos que incluso pasaron sin demasiados problemas la enfermedad en el peor momento de la epidemia y están doblemente inmunizados. Es decir, perfil de riesgo bajo (y más en el caso de ómicron). Pero las medidas de precaución y aislamiento que toman son extremas, como si siguiéramos en marzo de 2020.
Cada uno tendrá su propia lista de gente a la que quiere mucho y a la que no ha visto desde hace 24 meses: ésa es una inercia que no deberíamos tolerar.
O la inercia de las mascarillas en el exterior y la cuerda del borreguismo de la que hablaba antes. Sánchez, Feijóo o Urkullu son la clase de políticos que nunca harían nada que pensaran que les podía quitar un solo voto. Menos aún si a ellos esto no les afecta especialmente. Por eso, si uno ha aprobado, y los otros han exigido, la obligación de las mascarillas en exteriores es porque están convencidos de que eso les sale rentable en las urnas. Que la mayoría de sus potenciales votantes lo exige, lo aplaude o, al menos, lo tolera.
Y sí, es cierto que en mi entorno tuitero-periodístico-madrileño hay muchas quejas y mucho argumento ocurrente contra la mascarilla. Pero lo que me encuentro en cuanto doy dos pasos fuera de ese círculo es una unanimidad casi absoluta: a favor, claro (y los pocos que son más escépticos en la eficacia de la medida no tienen ninguna intención de incumplirla y sí mucha intención de señalar al que no lo hace).
Del Zoom al tertuliano covidero
Volviendo al tema económico, seguro que el covid nos ha empujado a innovar donde no pensábamos hacerlo. Por ejemplo, la extensión del teletrabajo me parece un avance clarísimo. De esas cosas que ya estaban disponibles desde hace años pero que no se hacían, de nuevo, por pura inercia: si siempre se ha trabajado en la oficina y nadie más deja a sus empleados que estén 3-4 días en casa… hay miedo a ser el primero en hacerlo.
Ahora el riesgo es el contrario: la inercia Zoom. Estar 50 horas a la semana en la oficina es una pérdida absurda de tiempo, un presentismo estúpido e ineficiente. Pero no ver a tus compañeros en persona más de un par de veces al año tampoco me parece una opción óptima. Las eternas reuniones presenciales pre-covid eran agujeros negros de tiempo y productividad; pero la retahíla de teleconferencias alrededor de los que se articulan muchas jornadas y departamentos son casi peores.
Dicho esto, lo que más me preocupa en el terreno económico es la extensión del «modo de vida covid» y del salario pandémico. Un peligro que, además, está mucho más presente en aquellos que deciden o prescriben por nosotros. Y aquí vuelvo al inicio del artículo. Hay decenas de políticos, periodistas, funcionarios, científicos-expertos-colaboradores… que viven de la pandemia. O que tendrían una importante merma de ingresos o una pérdida de relevancia (o ambas cosas) si declararan que el peligro ya ha pasado.
No creo que la mayoría nos mientan a propósito. Pero lo normal es que se inclinen a pensar lo que tienen que pensar para mantener su forma de vida. De nuevo, las inercias.
He puesto este ejemplo muchas veces: (1) imaginen una organización ecologista que nace para proteger una especie en peligro (el lince ibérico, el oso pardo…); (2) hay muy pocos ejemplares y es lógico que se preocupen y busquen fondos para la tarea; (3) gracias al trabajo de los voluntarios y los empleados de esta asociación, se dispara la población de la especie en cuestión; (4) veinte años después, la supervivencia de la especie ya no está en peligro y, además, se han asegurado espacios naturales que les garantizan protección a medio plazo; (5) la organización tiene que redactar su informe anual sobre la situación del lince; (6) ¿qué harán? ¿Dirán la verdad que pone en peligro su presupuesto para los próximos años?
Todos podemos imaginar la respuesta. No es que vayan a mentir. Pero la tentación, los incentivos, las inercias le llevarán a pintar el cuadro más pesimista posible. En la vida no hay blancos y negros. Tampoco en los informes oficiales o en las noticias o en las tertulias: cada cifra puede tener muchas interpretaciones y las proyecciones siempre se hacen sobre diferentes escenarios. ¿Qué dirá un experto covid cuando le pregunten ahora? ¿Que este problema ya está acabado y es mejor que no le inviten más a ese programa en el que colabora desde hace dos años? ¿Y una oficina de la administración creada y organizada para coordinar las medidas contra la pandemia? ¿Y un departamento de una universidad que en los dos últimos años ha multiplicado por tres su presupuesto y ha contratado 20 personas para investigar sobre la evolución de la enfermedad?
Es la inercia covid y me aterra que nos enredemos en ella. Hace ya muchos años leía sobre una oficina creada para el Quinto Centenario (quizás los más jóvenes no lo saben, pero hablamos de 1992) y que seguía abierta cuando llegó la época de los recortes en la crisis de 2008-2012. Como decía aquél, no hay nada más permanente, estable y sólido que un programa gubernamental temporal. El problema es que aquí no hablamos de una empresa pública absurda en la que vegetan (y cobran, claro) 8-10 funcionarios, sino de una forma de vida que nos atrapa en una tela de araña cada vez más asfixiante. Desde hace dos años nos dicen que esto es cosa de dos meses: primero el confinamiento, luego la vacuna, después la segunda dosis, las variantes… estamos constantemente a unos metros, pero siempre pasa algo que aleja la meta en el último momento. Ahora los datos de ómicron parece que sitúan la enfermedad más cerca que nunca de los parámetros de los que hablaban los sologripistas oficiales en febrero de 2020: una especie de gripe. Es decir, una enfermedad grave porque, como cualquier afección respiratoria, puede complicarse para algunos contagiados, pero no como para que cambiemos lo que siempre hemos hecho en estas situaciones (vacunación a la población de riesgo, refuerzos asistenciales en otoño-invierno, medidas de protección adicionales para aquellos con otras patologías asociadas…).
Aquel sologripismo también fue en parte consecuencia de la inercia. Como en los años anteriores habíamos visto que las alertas previas se quedaban en casi nada (de la gripe A al ébola), pensamos que también esta vez el peligro pasaría de largo. Una de las claves de los buenos datos de los países asiáticos (Corea, Japón) ha sido que ellos sí sabían lo que podía pasar y tomaron medidas para controlarlo desde el principio. No hablo sólo medidas a nivel legal; la población también estaba mucho mejor preparada para protegerse.
Lo sé, hay que ser prudente y esperar a que esos datos de ómicron se confirmen. El problema es que suena a lo mismo de siempre: otra vez, los que llevan dos años dirigiendo nuestras vidas nos dicen que esperemos otros dos meses y esto se habrá acabado. No dejemos que controlen nuestras vidas y tengamos siempre presente si las suyas no dependen, en buena parte, de decirnos que ellos deben seguir ahí, cuidándonos por nuestro bien.
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