Santiago Oría conoció a Javier Milei hace menos de dos años y hoy ocupa un rol fundamental en su grupo de asesores. MAURO ALFIERI
Ya en el colegio secundario se consideraba como alguien “muy creativo’’. Era cantante solista del coro, tenía una banda de heavy metal, hacía teatro, dirigía la radio de la institución…. “Era inquieto desde las cosas más artísticas. Y la inquietud intelectual la heredé de mi familia. En mi casa había bibliotecas por todos lados. Todos muy lectores, mi mamá, mi hermano, mi hermana…”.
A los 18 años, no pudo rodear la premisa de las carreras “más serias” y se enroló en la Universidad Austral para estudiar Derecho. Dentro de todas, era la que más le gustaba, por el contenido del temario y la cantidad de textos históricos y filosóficos que tendría que leer. Ingresó a la carrera en el año 2004.
“Fueron muchos años hasta que el cambio se dio. Terminé como tercer mejor promedio de mi camada. Pero en la mitad de la carrera, empecé a dudar. Mis papás me taladraban para que me recibiera de abogado, pero yo quería dedicarme a otra cosa”, cuenta.
En el transcurso de su carrera, tanteó la posibilidad de estudiar periodismo, inscribirse en la carrera de Historia e incluso en la de Filosofía. Hasta que en un momento dado, empezó a ver en YouTube entrevistas a directores de cine. Los que más lo impactaban eran Tarantino, Scorsese y Coppola. También Sergio Leone, un director italiano que lo influyó mucho.
En ese discurrir le nació un fanatismo particular por Pino Solanas. “No comulgaba con sus ideas, pero me gustaba mucho su cine político. Me acuerdo que tenía una amiga que me decía «Vas a ser el Pino Solanas liberal»”.
—¿Cómo se dio tu salto a la política?
—Luego de recibirme, entro en la Maestría de Derecho. Pero ahí se dio el quiebre: esa no la terminé. En el 2008 está la crisis del campo, por la 125. Yo me involucro mucho, voy a todas las marchas opositoras. En ese momento, paso al grupo de Esteban Bullrich en Pro. Corría el año 2009, todavía no existía Cambiemos. Por mis lazos familiares conocía a mucha gente de ese grupo. Estuve con él de 2009 a 2011.
—¿Qué rol cumplías?
—Hacíamos el armado político. Trabajábamos en la construcción de Pro en el Noroeste argentino.
—Pero, después de un tiempo, te fuiste.
—Me harté de ser tan “pichi” en la política. Me termino de recibir cuando estaba trabajando con Bullrich. Después me voy de Pro; no me gustaba que fuesen tan demócratas. Se referenciaban mucho en el partido demócrata de EEUU. Y yo prefería que miraran hacia los republicanos.
Oría optó por irse y hacer una carrera individual, para luego volver a la política con más espalda. Entonces ingresó a la Universidad del Cine, donde algunas de sus ideas “derechosas” hicieron ruido. Aunque “no mucho”, aclara.
“En una clase, muchos plantearon que era injusto que los actores ganaran más plata que las actrices, y yo hice una explicación de mercado…”
“…Dije que, a diferencia de las primeras décadas del cine, cuando la estrella femenina era la gran estrella de Hollywood, hoy en día, el público demanda ver hombres. Las películas que arrastran taquilla son las que tienen a DiCaprio, a Al Pacino, a De Niro… En este momento, los hombres ganan mucho más que las mujeres. Hice esa explicación y me quisieron crucificar”.
En los tres años que duró la tecnicatura, fue acuñando su estilo e imaginando cómo seguiría su carrera.
“Me interesaba el cine documental, pero durante la carrera me concentré en los géneros de ficción. Me encantaba la política, ya había tenido la experiencia de 2009. En ese momento, tenía a Pino Solanas como modelo de cineasta político”.
Un par de años bastaron para ganar experiencia en el rubro de los videoclips musicales hasta que llegó su primer “ascenso”.
“Yo trabajaba haciendo videoclips. Más que nada de trap, de reggaeton; Tini Stoessel, esa onda [aclara que no trabajaba para Tini Stoessel]. Es la principal salida laboral en este momento. Hasta que con algunas personas que conocí ahí hice Economía de Guerra, un cortometraje que ganó muchos premios. Incluso, llegó al festival de Cannes”.
En esa precisa etapa, Oría no hacía nada de política, pero seguía la actualidad del país con atención. De hecho, en la universidad formaba parte de un grupo de gente a la que (“secretamente”, ríe) le gustaba Donald Trump. “Ahí empezó una especie de cofradía oculta de gente que simpatizaba con él”.
En agosto de 2020, Oría le envió un mensaje a Carlos Maslatón, uno de sus faros de luz en medio de los meses en los que se inflaba la grieta “cuarentena sí o cuarentena no”.
“Durante el confinamiento, noté que el país se destruía. Y traté de hacer algo desde el punto de vista político. Lo contacté a Maslatón a través de Facebook. Le dije que estaba de acuerdo con su postura y le propuse hacer un breve documental en el que él fuera una especie de General de resistencia de la Segunda Guerra Mundial: blanco y negro y con el arte que a él le gustara. Le encantó. Lo hice con un grupo de amigos de la facultad de cine. La primera reunión con él fue organizada en un restaurante clandestino, con todas las ventanas tapadas”.
Ese video fue publicado en internet, pero no llegó a ser tan exitoso: apenas ganó 40 mil visitas. No obstante, una de ellas fue determinante.
“Lo ve una persona clave… el hijo de un amigo mío. Él y su madre me dijeron « Tenés que hacer algo con Milei»”.
Entonces, le comparten su contacto y le escribe. La respuesta a la propuesta fue “Sí, hagámoslo”.
—Ahí le propusiste hacer Pandemonics [el libro de Javier Milei] en formato video.
—Sí, yo lo venia siguiendo, ya era fan de él, me parecía el referente más importante. No sabía cómo hacer para convencerlo, cómo lograr que le gustara mi propuesta. El no tenía idea de quién era yo y yo no lo conocía en persona. Él estaba a punto de publicar su libro y yo le dije de hacer una publicación cinematográfica. Era un win-win.
La producción fue financiada por Oría. Dura 33 minutos y cuenta con severas críticas a la cuarentena. Enfatiza en la frase “No es la pandemia, es la cuarentena, pelot…” y muestra una escena en la que varias personas destruyen una maqueta del Banco Central de la República Argentina. “Lo tuve diez horas para mí, filmando. Para mí era inédito tener esa oportunidad. Que viniera el número 1 del liberalismo “de onda” a filmar”.
—Ese cortometraje fue publicado a fines de 2020, pero Milei ya tenía esa impronta de candidato, meses antes de oficializar su ingreso a la política.
—Cuando lo conozco él estaba recorriendo, pero no se había lanzado. No obstante, ya estaba armando su equipo. Yo pude ver ese cambio, esa transición del personaje de TV al candidato.
—¿Cómo siguió el vínculo entre ustedes luego de finalizar el rodaje?
—Cuando terminamos el proyecto, quedé muy amigo de él. No amigo íntimo, pero sí con una excelente relación. Le dije que podía contar conmigo durante la campaña. Entonces, un tiempo después, me llaman del partido liberal para cubrir eventos. Yo le escribí a Milei que creía que yo estaba muy sobre-calificado para ese tipo de trabajo, que no era un mero organizador de eventos, sino un director de cine. Le ofrecí hacer la parte audiovisual, ponerme esa campaña al hombro, y trabajarlo con una imagen nítida, profesional. Yo quería armar una campaña audiovisual interesante.
—¿Y qué te dijo?
—Que tenía razón y que sí, que dale.
—Habías mencionado el ejemplo del BCRA como algo en lo que ustedes disienten.
—Yo no soy economista, me consideraba más liberal clásico. Estaba chipeado con el mainstream económico porque los bancos centrales existen en todos los países… Pero de tanto escucharlo, cambié de opinión. Me di cuenta de que la plata fiduciaria está en crisis.
—En un momento hablaste de mostrar un Milei más “apto para todo público”. ¿En qué aspectos tuviste que enfatizar?
—No había que corregir nada. Había que mostrar a la persona completa. La gente conocía al Milei de la TV, al que iba a batirse a duelo con otras personas. Pero faltaba mostrar su lado personal, con un montaje rítmico, narrativo, incluso con música…
—Pocos partidos tienen un director de cine a disposición. Si decidieran pedirte que ocupes un cargo político, ¿aceptarías?
—Si me dijesen que me necesitan ahí, podría ser. Pero, por ahora, yo me concentro en mi trabajo.
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