Por Oscar Grau R. y Virna Vega P.
Fuente: Evoluntarynomics
5 de diciembre de 2021

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y con el objetivo de impedir a futuro los horrores de la experimentación médica en humanos observada en campos de concentración, surge un Código Ético Universal para la investigación, en donde se establece la necesidad del consentimiento informado para la experimentación médica.

El Código de Nuremberg, de 1947, señala explícitamente:

Es absolutamente esencial el consentimiento voluntario del sujeto humano. Esto significa que la persona implicada debe tener capacidad legal para dar consentimiento; su situación debe ser tal que pueda ser capaz de ejercer una elección libre, sin intervención de cualquier elemento de fuerza, fraude, engaño, coacción u otra forma de constreñimiento o coerción; debe tener suficiente conocimiento y comprensión de los elementos implicados que le capaciten para hacer una decisión razonable e ilustrada.

Sin embargo, y a razón del surgimiento del COVID-19, este código ético ha sido totalmente violado y menospreciado. Y se sigue violando y menospreciando día a día, a vista y paciencia de personas en todo el mundo que, enajenadas por el mainstream media y bajo la influencia de una gigantesca propaganda global y gubernamental sin precedentes históricos, se someten a procedimientos experimentales casi sin cuestionamiento, asumiendo —de buena fe o por ausencia de pensamiento crítico— que la única o principal motivación de los gobiernos a este respecto es velar por la salud de los ciudadanos.

No obstante, y como se mostrará más adelante, ni la vacunación obligatoria ni los pases movilidad (permisos para el disfrute de actividades sociales comunes) están basados en criterios científico-epidemiológicos: su implementación obedece meramente a mecanismos de control de masas y de invasión a la privacidad de las personas y a sus derechos. Si bien las autoridades gubernamentales en la mayoría de los países dicen —astutamente y para evitar responsabilidades posteriores— que la vacunación es «voluntaria», el hecho de que se restrinja la movilidad y otras garantías individuales básicas de los que deciden no inocularse con una vacuna experimental es sencillamente una maniobra extorsiva, consistente en elevar los costos de ejercer un determinado derecho (no vacunarse) en el sentido contrario al deseo de los extorsionadores (los gobernantes).[1]

Y es que si el gobierno toma todo tipo de medidas que le fuercen a uno, por la fuerza de los hechos, a vacunarse para tener una vida normal y un sustento en su ya limitada esfera de libertad; y si los costos derivados de no vacunarse que le imponen desde el gobierno son insostenibles para él; entonces el gobierno está haciendo efectivamente lo contrario de su supuesta razón de ser: proteger los derechos individuales. En este caso, no sólo el de no vacunarse, sino todos aquellos que ahora dependen de que se vacune y no de su mera condición humana.

Lo que el libertarismo y el mundo en que vivimos nos pueden decir

La primera propiedad de un individuo es su propio cuerpo. Todas las decisiones sobre él deben ser voluntarias, sin coerción externa. Desconocer este principio fundamental significa desconocer o menospreciar la base misma para los derechos individuales: significa apoyar la idea de que unos pueden disponer del cuerpo de otros contra su voluntad, es decir, apoyar la esclavitud.

Muchos libertarios dirán que poner en riesgo la salud de otro violaría el principio de no agresión (PNA). Pero tal violación es sólo posible en virtud de la iniciación de la fuerza —o la amenaza de su uso— o mediante el acto objetivamente comprobable e intencionado del portador de un patógeno de transmitirlo. La razón de esto se hará enseguida evidente. Debe decirse que, respecto a violar el PNA, nadie puede ser prima facie un riesgo para la salud de otro solamente en función de la ineludible probabilidad constante de contraer un virus o bacteria en cualquier momento y luego transmitirlo circunstancialmente: uno primero debe contraer efectivamente el agente infeccioso y, siendo ya portador, buscar transmitirlo de manera consciente e intencionada, y esta intención además debe ser comprobable. Si esto no fuera así, ya estaríamos todos «violando» el PNA todo el tiempo por el mero hecho de estar vivos y socializar, y la posibilidad de diferenciar una agresión[2] del resto de los actos humanos pacíficos sería imposible.

El mundo es un lugar lleno de peligros biológicos microscópicos y constantes que, en lo cotidiano, resulta muy difícil evadir (incluso evadirlo puede llegar a ser muchas veces contraproducente para el fortalecimiento de nuestro sistema inmunológico). Normalmente, estos peligros mencionados están naturalmente fuera del alcance del control de nosotros, más allá de que típicamente sabemos cada vez más de las cosas (más visibles) que contienen estos peligros.

Volviendo al asunto principal, consideremos la presunción de que un no vacunado (o no ‘protegido’) representa —respecto al patógeno en cuestión y por el mero hecho de no estar vacunado— un riesgo para un vacunado (o ‘protegido’). Esta presunción es lógicamente falsa, porque para que tal cosa fuese cierta, debería cumplirse la falsa equivalencia de que no estar vacunado es necesariamente igual a ser portador del patógeno en cuestión, contra el cual uno se vacunaría de manera preventiva. Sin embargo, cualquiera debe primero haber contraído este patógeno para siquiera ser capaz de transmitirlo y ser acusado de suponer cualquier riesgo al respecto. Entonces, de no estar vacunado, no sólo no se sigue ser necesariamente portador del patógeno determinado, sino que, además, quien acuse este hecho lleva consigo la carga de la prueba.[3]

Por lo tanto, cualquier acusación circunstancial de tal riesgo de transmitir un determinado patógeno con el fin o no de dañar físicamente a alguien más, conlleva colocar la carga de la prueba en quien acusa, es decir, este último debe comprobar o que tal persona puede transmitir o que, si fuese el caso, hubo intención deliberada de esta —conociendo su condición de portador— para transmitirlo y causarle un daño (ya de por sí una tarea sumamente difícil).

Por otra parte, debe decirse que, en todas las relaciones interpersonales que establecemos voluntariamente, estamos aceptando implícitamente el riesgo de compartir patógenos a través del aire, o el mero contacto, sin ser conscientes de si esto pueda tener un efecto nocivo inmediato o futuro en nuestras vidas. Y sí, vivir es en verdad un riesgo constante autoasumido y autogenerado por el simple hecho de vivir, un hecho imposible de deshacer mientras estemos vivos; esta es, como diría el autor Hans-Hermann Hoppe, la naturaleza de las cosas.

En resumen, solamente las acciones objetivamente comprobables e intencionados respecto a ser portador de un determinado patógeno y buscar transmitirlo pueden dar lugar a cualquier reclamo de invasión de derechos de propiedad, es decir, cuando una persona trasmite un patógeno intencionalmente y a sabiendas de que esto dañará a la otra sin su conocimiento ni consentimiento. Sobre la cuestión de la responsabilidad, la agresión y lo objetivo y subjetivo del acto agresivo (en este caso, la transmisión de un patógeno) haría falta una última apreciación esclarecedora que, en este caso, es dada por el recién mencionado Hans-Hermann Hoppe:

Está claro que, aunque los criterios «objetivos» (externos, observables) deben jugar un papel importante en la determinación de la propiedad y la agresión, tales criterios no son suficientes. En particular, definir agresión «objetivísticamente» como una «abierta invasión física» parece deficiente porque excluye la trampa, la incitación y los intentos fallidos, por ejemplo. Ambos, el establecimiento de derechos de propiedad y su violación surgen de acciones: actos de apropiación y expropiación. Sin embargo, además de la apariencia física, las acciones también tienen un aspecto interno, subjetivo. Este aspecto no puede ser observado a través de nuestros sentidos. Más bien se debe comprobar por medio del entendimiento (verstehen). La tarea del juez no puede —por la naturaleza de las cosas— reducirse a una simple decisión basada en un modelo cuasi-mecánico de causación. Los jueces deben observar los hechos y entender a los actores y las acciones implicadas con el fin de determinar la existencia de falta y responsabilidad.[4]

Lo que la ciencia nos dice

Además de los asuntos e implicancias de carácter ético y lógico recién expuestos, también existe información actualizada sobre el virus para poner en tela de juicio la supuesta conveniencia de la vacunación masiva y, por tanto, de todas las medidas legales para forzarla en quienes no adhieran a tal cometido. Algos factores que delatan la poca solidez de su conveniencia son presentados a continuación:

  1. Población de riesgo: Según la CDC,[5] las muertes por COVID-19 ocurren principalmente en personas mayores de 65 años, las que tienen un 81% más de probabilidades de morir que las del rango entre 18 a 29 años. El riesgo también aumenta con enfermedades subyacentes como el cáncer, enfermedad renal crónica, hepática, respiratoria, demencia, diabetes, síndrome de down, afecciones cardiacas, VIH e inmunodeprimidos, obesidad y embarazadas.[6] Los pacientes con obesidad, por ejemplo, muestran una mayor incidencia de ingreso a cuidados intensivos y agudos en comparación con las personas delgadas y con sobrepeso; además, muestran una menor respuesta inmune al COVID-19.[7] Por otro lado, las conclusiones de un estudio realizado a personas sanas después de la vacunación (n=11) con el tipo m-ARN tampoco parecen ser muy alentadoras para la población con enfermedades crónicas, ya que describe que existen alteraciones de los anticuerpos neutralizantes, hemoglobina A1c, niveles séricos de sodio y potasio, perfiles de coagulación y funciones renales, imitando lo ocurrido con un contagio, pero en este caso disminuyen a partir del día 28 desde la primera inoculación.
  2. Miocarditis y pericarditis pediátrico: Un estudio preprint[8] determinó que la tasa de eventos adversos cardiacos (CAE por sus siglas en inglés) con la vacuna m-ARN después de la segunda dosis en niños de 12 a 15 años es de 162,2 por millón, la más alta. Mientras que, para los niños de 12 a 17 años sin comorbilidades médicas, la probabilidad de un CAE fue de 94,0 por millón. Es decir, que, en niños sanos, la probabilidad de un evento adverso u hospitalización por complicación cardiaca es considerablemente más alta con la segunda dosis de una vacuna de m-RNA que su riesgo de hospitalización por COVID-19, incluso en momentos del peak epidémico (3,7 a 6,1 veces), y por tanto, la cuantificación de los beneficios aún no es clara para este segmento etario y se debería considerar la inmunidad natural en este grupo como la más indicada para minimizar los daños. Por otro lado, los reportes de estos casos son raros y de carácter leve, la mayoría de los infectados se curan por sí solos o responden bien al tratamiento. Algunos estudios publicados en Nature concluyen que la tasa de mortalidad por covid en niños sanos es prácticamente cero.[9]
  3. Inoculación vs. inmunidad natural: La evidencia es clara: la inmunidad natural es fuerte y duradera en contraste a la adquirida por la vacunación, que es leve y breve,[10] al menos así lo presentan más de 123 artículos científicos resumidos en el mes pasado.[11] Un último estudio de The Lancet (noviembre, 2021) concluye que la inmunidad natural persiste por más de 10 meses, y menciona los resultados de estudios en diferentes países, entre ellos, el riesgo de repetición de la infección disminuyó entre un 80,5-100% para quienes habían tenido COVID-19 y que sólo el 0,7% se reinfectaba. Además, en USA los que no se habían infectado anteriormente tenían una tasa de incidencia de 4,3 por 100 personas, mientras que los que se habían infectado anteriormente era de 0 por 100 personas. Por último, en Austria se encontró que la frecuencia de hospitalización debido a una infección repetida fue de 0,03% y la muerte fue de un 0,01% para estos casos.[12]
  4. La vacunación no previene el contagio: No sólo se ha demostrado que la carga viral entre vacunados y no vacunados es bastante similar[13], sino que se ha reconocido científica y mundialmente que la vacunación no impide el contagio, y una muestra clara de esto es que incluso el mandamás de la OMS reconoce que nuevos picos de contagios se han visto tanto países con bajos porcentajes como con altos porcentajes de vacunación.[14]De hecho, un estudio publicado en The Lancet[15], encontró en una muestra que la carga viral en contagiados doblemente vacunados resultó ser incluso 251 veces superior a la medida en infectados por SARS-CoV-2 con las primeras cepas del virus, cuando no había vacunas. Los datos reales obtenidos en algunos países también revelan algo similar. El último informe de vigilancia vacunatoria de Reino Unido,[16] por ejemplo, muestra que las tasas de infección para los casos de variante Delta en grupos etarios mayores a 30 años son mayores en los vacunados con dos dosis que en los no vacunados. De este modo, se desprende que si los vacunados pueden contagiar —y de acuerdo con estos estudios, ¡hasta podrían contagiar incluso más! — no hay razón científica alguna para limitar la movilidad de los no vacunados.
  5. Infección Dependiente de Anticuerpos (ADE por sus siglas en inglés). Un estudio con más de 3.800 personas concluyó que a los seis meses después de recibir la segunda dosis, los anticuerpos fueron sustancialmente más bajos entre los hombres, personas mayores de 65 años e inmunodeprimidos.[17] Esto hace pensar que se requerirán de repetidas dosis para mantener la inmunidad. Sin embargo, no se debe olvidar el riesgo del ADE como un efecto no deseado, ya que la presencia de los anticuerpos —formados por la vacunación— frente a un agente infeccioso empeora la enfermedad en lugar de mitigarla.[18] Los estudios aún no son concluyentes.

Conclusiones e ilustraciones relacionadas

Revisados estos antecedentes se podría resumir que hay dos argumentos técnico-científicos principales imposibles de evadir: Primero, que la vacuna no impide el contagio, por lo que vacunados y no vacunados transmiten el virus de modo similar. Y segundo, que el virus no va a desaparecer. Enfocarse entonces en alcanzar la inmunidad de rebaño con variantes menos mortales, como la actual predominante Delta, podría ser la mejor estrategia a seguir. Como bien señala el Dr. Martin Kulldorf, epidemiólogo y Profesor de Harvard Medical School: «La inmunidad de rebaño es inevitable, así que no hay razón para posponerla a propósito».[19]

Llegados a este punto, es del todo atingente mencionar el caso sueco. Al comienzo de la pandemia, Suecia anunció una estrategia de mayores libertades para la ciudadanía en relación a la mayoría de los países de Europa, con el foco en el cuidado personal y en la responsabilidad individual y con el objetivo de alcanzar pronto la inmunidad de rebaño. Dicha estrategia fue severamente criticada por la comunidad internacional. Sin embargo, transcurrido este tiempo, se ha llegado a presentar la siguiente situación: sin cuarentenas, sin vacunación obligatoria ni pases de movilidad, sin cerrar colegios e incluso sin mandatos de usar mascarillas, Suecia es hoy el país con menor cantidad de personas en la UCI en toda Europa.[20] Si contrastamos con el caso alemán —en donde existen altos niveles de vacunación, estrictos mandatos de pases de movilidad y uso de mascarillas, y hoy exhibe el nivel de hospitalizaciones más elevado de Europa— la conclusión vuelve a reforzar el hecho de que no existe sustento científico serio sobre el que se puedan apoyar las medidas liberticidas para la obtención de mejores resultados.

En síntesis, además de la éticamente impermisible violación a la autonomía individual, la invasión de derechos y la trasgresión de códigos éticos reconocidos internacionalmente, la vacunación coercitiva o extorsiva a través de pases de obediencia carece incluso de justificación técnica, es decir, aquella que la ciencia informaría para la posterior implementación de tales medidas liberticidas con el fin de obtener ciertos resultados relativos.


[1] Sobre el asunto de la abstención vacunal y los problemas ético-jurídicos de las medidas sanitarias relacionados a la vacunación a lo largo del último tiempo, revisar el siguiente artículo de José Hernández Cabrera.

[2] Véase Hans-Hermann Hoppe, A Theory of Socialism and Capitalism, Mises Institute, 2010, p. 22. Traducción nuestra. Hoppe define «agresión» así:

Si, por otro lado, se realiza una acción que sin ser solicitada invade o cambia la integridad física del cuerpo de otra persona y le da un uso a este cuerpo que no es del gusto de esta misma persona, esta acción, según la posición natural respecto a la propiedad, se llama agresión.

[3] Si tal presunción fuese cierta, los no vacunados sólo pueden suponer un riesgo real al respecto si se da por hecho que ya poseen el patógeno cuestión. Pero si esto fuera así, todos los vacunados se habrían vacunado con la intención de hacer frente a la misma eventualidad que ya habría estado presente en sí mismos antes de vacunarse (la portación del virus), convirtiéndolos en portadores ‘protegidos’ realmente no protegidos de lo que buscaban protegerse, hecho que implicaría el mismo y supuesto riesgo que denuncian, es decir, que ellos no dejaron de ser un riesgo para el resto por haberse vacunado. Un verdadero sin sentido de quienes acusan a otros de suponer tal riesgo y de quienes se protegen de lo que jamás podrían haberse protegido en primer lugar según sus mismas presunciones.

[4] Véase Hans-Hermann Hoppe, «Propiedad, causalidad y responsabilidad».

[5] Centers for Disease Control and Prevention, Agencia Nacional de Protección de Salud estadounidense.

[6] Las personas con ciertas afecciones | CDC

[7] The majority of SARS-CoV-2-specific antibodies in COVID-19 patients with obesity are autoimmune and not neutralizing | International Journal of Obesity

[8] SARS-CoV-2 mRNA Vaccination-Associated Myocarditis in Children Ages 12-17: A Stratified National Database Analysis

[9] Deaths from COVID ‘incredibly rare’ among children

[10] Comparing SARS-CoV-2 natural immunity to vaccine-induced immunity: reinfections versus breakthrough infections

[11] 123 Research Studies Affirm Naturally Acquired Immunity to Covid-19: Documented, Linked, and Quoted ⋆ Brownstone Institute

[12] Protective immunity after recovery from SARS-CoV-2 infection

[13] No Significant Difference in Viral Load Between Vaccinated and Unvaccinated, Asymptomatic and Symptomatic Groups Infected with SARS-CoV-2 Delta Variant

[14] https://twitter.com/albernap/status/1461474863932223489

[15] Transmission of SARS-CoV-2 Delta Variant Among Vaccinated Healthcare Workers, Vietnam

[16] COVID-19 vaccine surveillance report – week 45

[17] Waning Immune Humoral Response to BNT162b2 Covid-19 Vaccine over 6 Months | NEJM

[18] Two Different Antibody-Dependent Enhancement (ADE) Risks for SARS-CoV-2 Antibodies

[19]  Martin Kulldorff, epidemiólogo de Harvard: “No hay razones científicas ni de salud pública para mantener las escuelas cerradas”

[20] https://ourworldindata.org/covid-hospitalizations [24 de noviembre 2021].