Por Karina Mariani
Fuente: La Gaceta
13 de marzo de 2022

Hace poquísimo, en octubre pasado, los líderes del G20 reunidos en Roma posaban para una foto de dudoso gusto tirando una moneda a la Fontana de Trevi. La monedita lanzada a la fuente contenía los obsesivos deseos de lograr objetivos climáticos conforme los azarosos criterios de los líderes mundiales. La ocasión era también la despedida de Angela Merkel, baluarte de dichas obsesiones, que sonreía flamante junto al resto de los mandatarios, en un marco bucólico de fresca algarabía. Gases, sostenibilidad, resiliencia y redistribución eran las preocupaciones con las que durante 16 años machacó al mundo todo. No estaban, ni en la memorable foto ni en el resto del programa, los presidentes chino, Xi Jinping, y ruso, Vladimir Putin, que monitorearon el convite por zoom.

Impresiona mucho pensarlo. Hace sólo cuatro meses, las cabezas de los Estados más ricos y poderosos, dueños de carísimos y sofisticados sistemas de inteligencia, que llevaban meses ocupados en ver si se tomaba un avión un ciudadano sin vacunar, no pudieron plantear una mínima agenda de seguridad y defensa que advirtiera la inminencia de una guerra que les estalló en las manos semanas después. Apretando el acelerador barranca abajo, ni siquiera debatieron sobre la creciente dependencia energética que los ataba al líder ruso. Ese mismísimo Putin que hoy describen como un monstruo pero que en octubre pasado era un desinteresado proveedor. Vale decir que, o Putin se volvió malo en cuatro meses, o algo anda muy mal en la cabeza de las personas más poderosas del planeta, que llevan años danzando dentro de las fauces del lobo.

Los dirigentes del G20 no pudieron prever ninguno de los males que hoy aquejan a sus países (…), pero sí tuvieron la soberbia de pensar que podrían limitar el calentamiento global a 1,5 °C

Cuestión que estalló la guerra y desde hace un par de semanas, la gran política occidental anda como un mono con navaja repartiendo sanciones al tiempo que paga por otra ventanilla al sancionado. Las cosas se vuelven vertiginosas cuando se estudia geopolítica en las academias Greta Thunberg. La dependencia de Putin se reemplazará con la dependencia de un monstruo peor. Por un lado, afianzan la alianza ruso/china mientras tratan de tapar un error estratégico comprando petróleo al delincuente Nicolás Maduro, que actualmente está acusado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos de narcotráfico y crímenes de lesa humanidad. Van a negociar con un socio y aliado de Putin sobre el que pesa una recompensa de 15 millones de dólares por su captura. Es como sacar el agua del Titanic con una cucharita.

La obsesión climática viene copando la agenda de una forma tan infantil y superficial como el tratamiento que le diera la joven Greta

Las promesas vacías, que los sacerdotes de la sustentabilidad le hicieron a los europeos, consistieron en gigantes presupuestos para comprar tecnología que sabían que no podía reemplazar a los combustibles fósiles. Ni chicha ni limonada, no protegieron el medio ambiente, no mejoraron la calidad de vida y gastaron más en tecnología ineficiente que en desarrollo e investigación. En la cumbre, los dirigentes del G20 no pudieron prever ninguno de los males que en verdad aquejan a sus países en la actualidad. En cambio, sí tuvieron la soberbia de pensar que podrían limitar el calentamiento global a 1,5 °C mediante una subida de impuestos mundial, es que «Si le das a un niño un martillo, le parecerá que todo necesita un golpe«.

La obsesión climática viene copando la agenda de una forma tan infantil y superficial como el tratamiento que le diera la joven Greta, sin considerar que el 80 por ciento de la energía primaria europea depende de combustibles fósiles, según la Agencia Internacional de Energía. El paraíso energético alternativo con que endulzaron los oídos de los ciudadanos les aporta menos del 4 por ciento. Sin embargo se encargaron de suprimir o encarecer la savia que los mantenía funcionando.

Aun cuando la transición verde fuera vital y urgente, omitieron en su insistente propaganda que era costosa e inestable y que los volvía vulnerables. Tal vez con la misma arrogancia con la que pensaban dominar la temperatura, creían que podían manipular al Sol para que brille más tiempo o al viento para que sople parejito. Pero la verdad es otra. Los precios vuelan y a medida que avancen con estas políticas suicidas los costes volverán a aumentar. En un mundo en recesión, con un proceso inflacionario producto de las medidas liberticidas tomadas durante la pandemia, los programas de emisión cero costarían trillones. Mucho más de lo que todos los gobiernos del mundo gastan en salud, educación o defensa. Lo que nos vuelve a la paradoja inicial.

Mientras Biden y el resto del G20 destruía la autonomía energética que le facilitaba a Rusia dividir a Europa, Putin les dejó acercarse como un cazador, aprovechó la debilidad y la imbecilidad. Los miró sacarse fotos, hacer grandilocuentes promesas, hundirse en su vanidad. La gran política europea traicionó a sus representados y como una “mob wife” se dedicó a la frivolidad y a los negocios al tiempo que confió en que Rusia les proveyera calor y EEUU seguridad. Mientras la cruda realidad no tocara a su puerta, mejor no preguntar. El proyecto ruso estaba ahí, lo ha expresado claramente Putin, incluso en artículos públicos. Decidieron hacerse los distraídos e incluso enriquecerse con un régimen que no ha dudado jamás en ir contra países más chicos, suprimir a la oposición, secuestrar periodistas en aviones, y tantas barbaridades más que cuesta pensar que se trate sólo de distracción.

¿Dónde estaban los grandes estadistas? ¿Dónde estaban los medios y la prensa para hacer preguntas, los asesores, los cerebros militares?, ¿Qué pensaban que pasaría si descansaban su calefacción, industria y movilidad sobre Putin? ¿No era el mismo Putin de Chechenia, de Osetia, de Siria o de Crimea? ¿Y qué pensaban que iba a hacer la administración Biden si alguna vez enfrentaban un conflicto? ¿No era el mismo Biden de la pérfida y humillante retirada de Afganistán de tan sólo dos meses antes? ¿La debacle de Afganistán no les abrió los ojos? ¿Confiaron en el mismo Biden que confunde los países, las guerras y hasta a su propia esposa para que maneje la diplomacia mundial? ¿Es que hay alguien que pueda fingir sorpresa?

No parece casual que justo en el momento en que Occidente reniega de su propia composición moral y cultural, sus líderes estén tan profundamente desconectados de la sociedad y de la realidad

Mienten, siempre han mentido. Son incapaces de sincerarse ante los ciudadanos a los que han estafado con un delirio verde sin pies ni cabeza. Irresponsables, obcecados, cínicos… hoy buscan revertir el funeral energético. Los incrementos de precios, el desabastecimiento, los desastres logísticos, la manipulación de los países proveedores, las zancadillas semánticas para definir qué cosa es verde y cuál no. Todo es su entera responsabilidad, aunque traten de esquivar el estigma.

La ofensiva de sanciones económicas destinadas a dañar a Rusia va a impactar en todos los ciudadanos de a pie de Europa y del mundo. La torpeza la pagan los de abajo, siempre.

Las alternativas para revertir esta mala praxis requieren mucha inversión, mucho tiempo y no parecen accesibles en el corto plazo y menos si se apela a jugadas desesperadas poco dignas de quienes entienden el tablero militar y energético.

Hasta hace pocas semanas era una herejía poner en duda la verdad oficial climática y quienes lo hacían eran negacionistas, terraplanistas y cosas peores. Pero de pronto no es tan inminente el armagedón ecológico. Vamos Greta, a correrse a un lado, vamos a quemar carbón de nuevo, que no eran tan tan malo. Se ha presentado un proyecto de etiquetado verde para centrales nucleares y de gas con criterios que permitirán clasificar como «sostenibles» las inversiones para esa producción con el objetivo de reorientar las «finanzas verdes». Y las barreras arancelarias impuestas por la misma UE al comercio de granos, que infundía pánico a la población mundial sobre los transgénicos y fitosanitarios, ahora pide que sean modificadas. La chapucería da miedo. Lo que está sucediendo a raíz de la invasión a Ucrania está mostrando, como nunca, a los líderes desnudos.

No parece casual que justo en el momento en que Occidente reniega de su propia composición moral y cultural, sus líderes estén tan profundamente desconectados de la sociedad y de la realidad, tirando moneditas mientras se gestaba una guerra en sus narices. El mundo entero viene presenciando el aislamiento, indolencia, incompetencia y totalitarismo de una casta política sumida en una arenga autodestructiva, que a la vez impone esa destrucción sobre los valores que nos hicieron más libres y prósperos. Y para peor, es esa casta que justo cuando occidente tambalea, siembra la duda sobre quien pretenda defenderlo. Son parte del problema. Si el mundo libre quiere sobrevivir, además de enfrentar a quienes lo atacan, deberá cambiar a quienes lo defienden. Han hecho muy mal su trabajo.

Foto: La Gaceta