Por Gabriel Zanotti
Fuente: Faro Argentino
Abril 2022
Sólo llega lo que logra ir venciendo lentamente horizontes culturales en principio imbatibles. Y para eso hay que vencer la tentación de la revolución, para pasar a la evolución cultural
En estos días los cristianos de todo el mundo conmemoran el momento de la Cena del Señor, y su pasión. Veremos cómo pasar un importante símbolo del relato a los seres humanos de todo el mundo, creyentes o no.
Hay algo que siempre me llamó la atención del relato de la última cena. Es el momento posterior del arresto de Cristo. Pedro saca una espada para defenderlo y Jesucristo le dice: «guardá la espada».
Los cristianos, pacíficos (digo, los primeros….) no querían molestar al Imperio. Sólo había un temita, una cosita de nada, una pequeñez. No iban a dar culto al emperador.
La interpretación habitual del pasaje es que ello es coherente con lo que antes le había dicho a Pilatos: «Mi reino no es de este mundo«. De ninguna manera niego esa interpretación. Es más, Jesucristo la ratifica: «Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores habrían venido a defenderme«. Él no ignoraba la lógica de los reinos de este mundo. Pero su misión era otra. Siempre me pregunto qué habrá pensado verdaderamente Pilatos cuando lo escuchó. ¿Se habrá preocupado al menos por un segundo?
A pesar de que esta interpretación es correcta, tengo la hipótesis de que hay un símbolo adicional. Alguien podría decir: – ok, no hubo espadas, hubo crucifixión, y desde el punto de vista político, los romanos siguieron allí. La revolución que quería Barrabás, líder de los “romanos go home”, no se produjo. O sea, parece que el reino de este mundo siguió igual, exactamente igual. Sí, excepto por un pequeño detalle. Los cristianos, pacíficos (digo, los primeros….) no querían molestar al Imperio. Sólo había un temita, una cosita de nada, una pequeñez. No iban a dar culto al emperador.
Los romanos advirtieron el peligro. Coherentemente, los persiguieron hasta el alma para que lo hicieran. Porque no hacerlo era herir de muerte a la lógica del Imperio. Era quitarle legitimidad al poder ilimitado. Era, en realidad, una actitud que exigía pacíficamente un limited goverment: a mi conciencia no llegás. Sí, serás el emperador, pero no de mi alma. Pequeño detalle.
Pero, ¿por qué pudieron los cristianos mantenerse tan firmes?
Precisamente, porque el reino de Dios no es de este mundo. Como muy bien explica Ratzinger, si Cristo hubiera fundado un reino de este mundo, hubiera tenido todas las limitaciones y dificultades consiguientes: un territorio, un ejército, etc. O sea, no hubiera sido universal, ni hubiera llegado hasta el alma. Pero Cristo fundó la Iglesia, que es universal, que no tiene límites, y que llega directamente, y precisamente, hasta el alma.
Cuando algo nos llega hasta el alma, cuando algo nos transforma hasta los huesos, parece que no pasa nada, pero pasa. Todo tranquilo, sigo siendo el mismo, sigo con el trabajo, mis amigos, pago el impuesto (mm, aquí se enojan los anarcos….), pero….. Eso no. ¿Darte culto? ¿A vos, Imperio? No. Eso no, Nunca. No, no y no.
La tentación de violencia está a la vuelta de la esquina. Pero debemos guardar la espada y comenzar a decir no. Debemos fundar una nueva subcultura, debemos nuevamente poner en peligro al Imperio, precisamente porque no le hicimos la guerra, sino porque estamos llegando hasta el alma.
Y eso destruyó al Imperio.
Siempre me he preguntado cómo hacer cambios radicales en paz. Porque casi siempre surgen de las guerras o de las revoluciones. La revolución y la espada van de la mano. Y la tentación revolucionaria, el NO guardar la espada, llega a todos. No coherentemente, pero llega. Castro, Videla y Dick Cheney tuvieron una cosa en común: la espada. Pero no funciona. Porque no llega hasta el alma. Llega al premio, al castigo, al temor, a la corrupción, al terror, pero no hasta el alma.
Sólo lo que allí llega, logra ir venciendo lentamente horizontes culturales en principio imbatibles. Y para eso hay que vencer la tentación de la revolución, para pasar a la evolución cultural. Pero no la hay, tampoco, si no estamos radicalmente convencidos.
Los partidarios de la libertad, en estos momentos, somos pequeños cristos en medio de imperios romanos decadentes pero insistentes. La tentación de violencia está a la vuelta de la esquina. Pero debemos guardar la espada y comenzar a decir no. Debemos fundar una nueva subcultura, debemos nuevamente poner en peligro al Imperio, precisamente porque no le hicimos la guerra, sino porque estamos llegando hasta el alma.
A partir de allí, nunca mejor dicho, que sea lo que Dios quiera.
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