Por Carolina Riva Posse
Para el Instituto Acton
Julio 2022

Asistimos nuevamente a una grave crisis en nuestro país. E irrumpen ideas, como la de un Salario Básico Universal, que por la velocidad con la que han aparecido revelan sospechosamente un plan casi orquestado por el populismo. Operar eficientemente como una fábrica de pobres para erigirse luego en mágico salvador de la situación.

La idea no es sólo inmoral, sino impracticable, y conduce a una mayor decadencia social, cultural y económica.

Un gran educador como Don Luigi Giussani, un sacerdote italiano que no separaba la fe de la vida, sino que llamaba a reconocer el nexo entre todo lo que vive el hombre y su destino eterno, repetía la potente máxima de «Más sociedad, menos estado». Decía Giussani que la única salvaguarda que la humanidad de hoy sabe oponer a la propia disolución es el estado[1]. Y frente a la propuesta mágica de «salarios para todos», él en cambio llamaba al trabajo, a construir comunidad, a desarrollar la persona humana desde su iniciativa libre.

«Más sociedad, menos estado» es retomar una postura más humana, porque el hombre nace con un deseo de infinito, que debe ser respetado desde el poder y no moldeado desde arriba. Los seres humanos tienen un ímpetu de desarrollo propio que pide ser desplegado en el trabajo. Y en la Argentina, este ímpetu se choca permanentemente con trabas que le quitan fuerza, lo disminuyen, lo apagan.

En estos días se viralizó el video de un emprendedor que explicaba la gran carga impositiva, la carga jurídica y otras tantas dificultades que debe enfrentar una pyme argentina. Escuchar su historia y su dolor no pueden dejarnos indiferentes. Es una persona humana aplastada por un estado que quiere crecer para que las personas disminuyan.

Es preciso buscar una alternativa al infantilismo de una fórmula mágica que venga a acabar con la pobreza material. Se recae en la idea de un mecanismo automático repartido por agentes impolutos, que obviamente no existen, y llenan sus arcas por saquear previamente a los pobres tipos como el desgraciado empresario pyme. Hay que dejar de soñar con sistemas tan perfectos en donde «ya no haya más necesidad de ser bueno», al decir de T. S. Eliot.

Todo hombre tiene una pepita de oro dentro, decía el filósofo esloveno-argentino Emilio Komar, aunque muchas veces esté cubierta de barro. El enorme valor de las personas no es otorgado por el estado, sino que constituye la identidad fundamental de las personas. El brillo del oro se descubre en la valoración positiva del otro, en primer lugar en la familia, o en algún adulto que haga las veces de educador. El verdadero educador es una presencia que hace crecer; guía y acompaña sin reemplazar.

La mentalidad de dependencia del estado ha opacado el brillo de muchos: desentendidos de los problemas de sus semejantes, se han vuelto más individualistas en pos del supuesto estado solidario. Individuos despojados de vínculos con sociedades intermedias han habilitado el esquema confiscatorio para la indiferencia social.

Es cierto que a pesar de la arremetida estatista brotan asombrosamente espontáneas iniciativas solidarias en nuestro país, que contagian el entusiasmo de hacerse cargo del otro. Pero la mentalidad estatista conspira contra este tipo de iniciativas sociógenas. Explicaba Komar que la persona que florece genera sociedad, hace brotar una comunidad en torno a ella.

Sócrates también enseñaba que la riqueza brota de la virtud. La virtud del sujeto protagonista, que desarrolla su potencial, que tiene dones y talentos que nadie más tiene. Es a partir de esta subjetividad comprometida que se puede pensar en una Argentina más habitable. Construyamos más sociedad, y menos estado.

  1. Cfr. Savorana, Vita di don Giussani, Rizzoli, Milano, 2013, p. 662.