Por Daniel Arasa
Fuente: Religión en Libertad
4 de septiembre de 2022
No pocos de los que se califican de ecologistas no se limitan a una defensa del medio ambiente dirigida a reducir los efectos negativos y las agresiones derivadas de la acción del hombre. Lo han convertido en una verdadera religión. Posiblemente sea ya la mayor religión de nuestro tiempo, al menos en Occidente.
Una religión que sustituye en muchos al cristianismo. Una religión panteísta, en la que el nuevo dios es la Madre Tierra, en la que las personas adoran a los animales y los elevan al nivel de los humanos, y no faltan quienes abrazan a los árboles, no como un ejercicio puramente deportivo, sino como integración con ellos.
En el fondo es un resultado, no el único, de la pérdida del sentido de la trascendencia y, como el ser humano no puede dejar de adorar a algo o a alguien aunque muchos crean lo contrario, cuando se deja de honrar a Dios se pasa a adorar al mundo. Este ecologismo es una vuelta al paganismo.
Son sin duda reales los problemas ecológicos. Estos deben ser abordados y tratados de resolver desde una óptica científica, pero muchos van más allá: se ha convertido en una religión ecológica, con sus dogmas, sus anatemas, incluso sus sacerdotes y sus profetas y teólogos, sustituyendo al pensamiento científico. Muchos son los ejemplos. Entre ellos que se impida hablar y se hostigue a quienes se muestran escépticos ante determinadas interpretaciones del cambio climático, o que una chiquilla como Greta Thunberg sea asimilable a las sacerdotisas o profetas y provoque con algunas ideas simples una convulsión mundial.
En una óptica similar puede situarse el desarrollo del veganismo. Va más allá del simple rechazo a comer carne.
Todo está en la línea de que cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa, como decía Chesterton. En todos o casi todos los tiempos ha habido intentos de sustituir a Dios. En unas ocasiones ha sido la ciencia, en otros la revolución, el progreso, el comunismo… Para algunos, a nivel más individual, es el dinero, el placer, el éxito.
El cristiano no puede dejar de tener en cuenta la preservación del planeta y participar activamente en su conservación y mejora, para bien de toda la humanidad y por ser el lugar en que Dios nos ha puesto para que nos desarrollemos y cuidemos, pero no convertirlo en el sustituto del propio Dios. Muy bien lo expone al Papa Francisco en la Laudato Si’. Promueve el cuidado del entorno natural, pero enmarcado en la relación del hombre con Dios y con los demás seres humanos.
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