Por Carolina Riva Posse
Septiembre 2022

Evitar que a uno lo juzguen, que la sentencia no sea nunca pronunciada. Estas son palabras de Jean-Baptiste Clamence en «La caída» de Camus, un viaje al interior del alma humana.

Un hombre que recobra la memoria de su vida y repasa sus acciones e intenciones se descubre soberbio y egoísta. «Yo, yo, yo era el estribillo de mi vida», decía Clamence de sí mismo. Jugaba la comedia. Andaba por la superficie de la vida y todo le resbalaba. «Ya no tengo amigos, solo tengo cómplices», reconocía.

Camus nos enfrenta a una inclinación que tenemos todos los seres humanos: vivir en la mentira y construir en la apariencia.

Cada cual pretende ser inocente, a toda costa. Nos justificamos, queremos que nos compadezcan. Hoy día siempre estamos prontos a juzgar. La gente se apresura a juzgar para no verse ella misma juzgada.

El escritor argelino nos hace enfrentar la propia conciencia en ese soliloquio con un aparente interlocutor. Ese «yo dentro del yo», que podemos escuchar, y someternos a su medida, o por el contrario podemos acallar, manipular o deliberadamente olvidar.

Este año es «La caída» el texto elegido por Inés Cassagne, la Presidente de la Sociedad Latinoamericana de Estudios Camusianos, para ser leído y comentado mes a mes en la Alianza Francesa de Buenos Aires. Y el ciclo culminará en noviembre con una interpretación dramática de fragmentos de la obra seguida de diálogo e intercambio con el público.

Esta propuesta quiere responder a la queja de Camus mismo, que lamentaba que se hablara de él sin haberlo realmente leído.

En consonancia con esta apelación a la conciencia, podemos recordar a Hannah Arendt retomando el llamado socrático a la reflexión: «Ningún hombre puede conservar su conciencia intacta si no actualiza el diálogo consigo mismo». Esta vida interior es una tarea indelegable y necesaria para la vida social sana. Y además, requiere de una vigilancia constante, porque no se adquiere de una vez para siempre. Actualizar el diálogo consigo mismo se asemeja a la labor de Penélope, dice Arendt; cada mañana destejía lo que había hecho la noche anterior.

Volver a sí mismo, escuchar esa voz de la conciencia, es un trabajoso ejercicio cotidiano para no volverse extraños en la propia casa. Sin vida personal, sin el hábito de examinarse a sí mismo y sin juicio crítico en el que se confronta lo que ocurre con la propia interioridad, se prepara el terreno para el atropello del poder. El «yo» no se ancla en algo firme. Queda tapado, desconocido. Arendt advertía sobre lo fácil que había resultado a los gobernantes totalitarios en el siglo XX invertir las normas morales básicas de la ética occidental.

Augusto Del Noce, también estudioso de las raíces filosóficas del totalitarismo coincide en señalar a la negación de la interioridad como característica totalitaria. Sin dimensión interior, el ser humano sólo busca el bienestar opiáceo- o, en la Argentina que nos toca, la mera supervivencia física – , y reduce su existencia a la de un animal. También la mentalidad burocrática en que nos hallamos inmersos conspira contra la memoria de sí mismo y divulga la mentira cultural de disolver la responsabilidad personal.

Aprovechar el viaje de Camus y enfrentarnos en primera persona al juicio de nuestra conciencia es un primer paso que nos aleja del vaciamiento antropológico despersonalizante que empobrece la vida y allana el camino a quien quisiera avanzar sobre otros.

Carolina Riva Posse