Fuente: JudíayCatólica.com
El adviento es una época de espera, de esperanza, de vivir en el presente pero con la mirada puesta en lo que vendrá, en lo que vendrá en el futuro y en lo que vendrá hoy a nuestra vida.
¿Qué esperamos que llegue? ¿Estamos abiertos a la sorpresa? ¿A recibir lo inesperado? ¿A no recibir lo que queremos?
Como judía católica, muchas veces cuando doy charlas me preguntan “¿Por qué los judíos no reconocieron a Jesús como el Mesías? Con tantas profecías que parecen tan evidentes…
Y mi respuesta ante eso es doble: primero, afirmo que los judíos sí reconocieron a Jesús como el Mesías: María, los apóstoles, San Pablo y los cientos de primeros cristianos eran todos judíos que reconocieron a Jesús como el Mesías y lo siguieron, y muchos dieron sus vidas por él.
Ahora bien, el judaísmo como totalidad, como religión, no lo reconoció. Ellos esperaban otra cosa, un mesías diferente, que cumpla con sus expectativas, con lo que creían que necesitaban.
Después de tantos años de espera, de tantas oraciones y súplicas para que Dios envíe al mesías, al salvador de Israel y de todo el mundo, llegó Jesús. En el silencio de la noche, en una familia sencilla y en la pequeñez de un bebé. ¿Es este quien nos va a salvar de la opresión de los poderosos? ¿Este que no se salva ni a sí mismo? (Lc.23.29).
Si escuchamos atentamente la voz de Dios en la revelación en las Sagradas Escrituras, podemos ver que su lógica es siempre diferente a la nuestra. Su modo de salvar siempre fue inesperado, mediante los más débiles, los más pequeños.
En el transcurso de toda la historia de la salvación este “modus operandi” se repite una y otra vez. ¿Y por qué pensábamos que con el Mesías iba a ser diferente?
Nos sorprendemos hoy que no todos hayan reconocido al mesías en su venida 2 mil años atrás. ¿Pero acaso hoy en día no hacemos muchas veces lo mismo? Reconocemos su presencia cuando estamos bien, cuando obtenemos lo que queremos, pero cuando las cosas no salen como pensamos llegamos a dudar de su presencia en nuestras vidas; creemos que no nos escucha o que no viene en nuestra ayuda.
Gedeón, un luchador del pueblo de Israel en la época de los “Jueces”, también era el más pequeño de toda su tribu y logró salvar a Israel de la opresión de los enemigos gracias al poder de Dios. Sin embargo, cuando Dios lo llama para darle esta misión, él tampoco podía creerlo, ni se sentía capaz de llevarla a cabo. Y en este diálogo con Dios, donde, como en todo llamado vocacional, Dios le afirma que está junto a él: “El señor está contigo”, Gedeón le dice: “”«Perdón, señor mío. Si el Señor está con nosotros ¿por qué nos ocurre todo esto?” (Jue, 6.13)
Esto sucedió desde el principio de la existencia humana, también dos mil años atrás, y sigue ocurriendo hoy en día. Nos cuesta recibir lo que no estamos esperando, lo que no encaja con nuestros criterios, con nuestras expectativas, y sin querer esto nos cierra a nuevas oportunidades, a nuevos desafíos.
Del mismo modo que Jesús sorprendió a tantas personas con su llegada, abrámonos hoy a lo inesperado y dejémonos sorprender por Dios, el más creativo y maravilloso. Que no sólo sabe qué es lo que necesitamos sino que nos ama y nos da siempre lo mejor.
Recibamos los que nos da con gratitud y alegría, sabiendo que es lo mejor para nosotros, aunque a veces no logremos comprenderlo.
Estemos atentos a su llegada, “vigilantes”. Para eso, no nos carguemos de tantas cosas y obligaciones que suelen presentarse en esta época del año. Así podremos percibir su presencia en el modo en que Él siempre actuó: a través de las pequeñas cosas, en el suave murmullo del silencio y en los lugares y personas que menos esperamos…
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