Por Jaime Nubiola
Fuente: Filosofía para el siglo XXI
1 de febrero de 2023

El pasado miércoles 11 de enero llovía en Pamplona. Iba caminando a mi trabajo en la Universidad —procuro hacer 11.000 pasos diarios—, protegido con paraguas y un calzado adecuado. Lamentablemente, mientras iba pensando en las personas y los asuntos que iban a llenar mi día, en una bajada de la Plaza de los Fueros me falló un pie, resbalé y cayó todo mi considerable peso sobre el pie izquierdo. Me di cuenta enseguida de que había sido un golpe muy fuerte, pero pensé también que seguía vivo y que no tenía nada roto. Fui recuperándome poco a poco. Como podía caminar y el dolor era soportable, seguí hasta mi despacho.

            Al enfriarse la pierna se produjo una notable hinchazón. Como la molestia era llevadera pude dar la primera clase del curso de «Filosofía del lenguaje» y después me fui en taxi al Servicio de Urgencias de la Clínica de la Universidad. Una vez hechas las radiografías, la Dra. Laura Olías me dijo que tenía rotura de peroné, que no requería cirugía, sino inmovilización de la articulación con una férula y escayola durante seis semanas. Añadió que tendría que manejarme con silla de ruedas y muletas durante ese tiempo porque no debería apoyar el pie izquierdo en el suelo.

            Llama mucho la atención cómo un pequeño resbalón puede cambiarte tanto la vida. Desde el primer instante vino a mi memoria aquella frase de la filósofa judía Edith Stein: «Lo que no estaba en mis planes, estaba en los planes de Dios» (Ser infinito y ser eterno, Herder, 1986, p. 109). De hecho, tuve que cancelar tres breves viajes previstos para las semanas siguientes y, sobre todo, dejarme cuidar por los demás en mi forzosa inmovilización. Esa frase de Edith Stein —que murió en la cámara de gas en Auschwitz en agosto de 1942— invita siempre a pensar. Mi amigo filósofo Nathan Houser me escribía: «Debo preguntarte, ¿crees que tu pierna rota fue el plan de Dios, como sugieres con la cita de Stein, o fue tal vez el capricho arbitrario del Azar?». Este es el tipo de problemas que han perseguido a filósofos y teólogos cristianos y no cristianos desde hace siglos en torno a cómo conciliar la ciencia,  omnipotencia y bondad atribuidas a Dios con nuestras desgracias.

            Contesté a Houser evocando la respuesta del papa Benedicto XVI a esta grave cuestión precisamente en Auschwitz en su visita de mayo del 2006: «¡Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar! Siempre surge de nuevo la pregunta:  ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal? […] Nosotros no podemos escrutar el secreto de Dios. Solo vemos fragmentos y nos equivocamos si queremos hacernos jueces de Dios y de la historia. […] El Dios en el que creemos es un Dios de la razón, pero de una razón que ciertamente no es una matemática neutral del universo, sino que es una sola cosa con el amor, con el bien».

            En mi caso personal he podido comprobar el tsunami de afecto que ha suscitado mi caída del pasado día 11, con la fractura y el escayolamiento del tobillo izquierdo subsiguiente. Los alumnos a los que aquel día había dado clase cojeando me agasajaron el miércoles siguiente con una estupenda caja de bombones. El post que subí a Facebook generó más de 300 reacciones y 200 cariñosos comentarios. En la mayor parte de los casos solo pude contestar con un corazón para expresar «Gracias, ¡me encanta!». ¡Cuánto reconforta sentirse querido, quizá más todavía en circunstancias como esta! Me han emocionado en especial los encuentros casuales con colegas y amigos por los pasillos de la Universidad o la desinteresada ayuda de desconocidos ante ocasionales dificultades con la silla de ruedas en mis traslados.

            Todo son motivos de agradecimiento. El punto, sin embargo, que quería destacar aquí hoy —además de la permanente invitación a pensar sobre las cosas que nos pasan— es la importancia de dejarse cuidar. Frente a la encendida defensa de la autonomía personal, el dejarse cuidar nos enseña a ser humanos, nos enseña que somos dependientes de los demás: esa es la humana condición.

Pamplona, 1 de febrero 2023.