Por Ezequiel De Francesco
Para el Instituto Acton
Abril 2023

 

A pesar de la connotación alegre y reivindicativa que tiene el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, lo que realmente se recuerda cada año es la terrible matanza de 120 mujeres trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York en 1875. Si tomamos esa fecha como punto de partida, podremos notar (al menos en gran parte de occidente) un gran avance en cuanto a los derechos sociales, civiles y políticos de las mujeres. Sin embargo cabe preguntarnos ¿en la actualidad realmente se verifica tal progreso? Las políticas de género ¿han empoderado a las mujeres o las han debilitado?

En los tiempos que corren es difícil abordar esta temática sin ser encapsulado en algunas de las etiquetas diseñadas por los hacedores de lo políticamente correcto. Nuestra propuesta para el lector, no es esquivar la dificultad que subyacen a estos temas. Estas sencillas líneas pretenden problematizar el snobismo de las políticas que buscan la igualdad como condición sine qua non para el progreso de la sociedad, sobre todo de las mujeres que son interpeladas como una minoría  débil y desvalida dentro de un mundo complejo y violento.

La pregunta sobre el progreso humano siempre fue una incógnita  a responder para muchos filósofos.  Fue Immanuel Kant uno de los primeros  que abordó exhaustivamente el progreso de la sociedad sin hacer divisiones de géneros, etnias o culturas. Este gran pensador fue más allá y e intentó averiguar si la especie humana en su conjunto, se desarrolla a través de un principio teleológico guiado por la naturaleza que la lleva a evolucionar y mejorar continuamente

Kant buscaba el hilo conductor de la historia, quería saber si la humanidad estaba determinada  al éxito montada sobre una evolución lineal sin interrupciones ni hiatos. O más bien lo contrario, está condenada a una involución violenta y autodestructiva que la llevaría a desaparecer de la faz de la tierra, cargándose al planeta en su derrotero

El oriundo de Konigsberg, sostuvo que la respuesta sobre la pregunta  del progreso humano, solo puede caer en tres categorías.  Ya sea que la humanidad se halle en una constante involución  hacia lo peor, en un progreso hacia lo mejor, o inclusive en un eterno estancamiento. A la primera categoría, en la que la que la humanidad se encuentra en  un prolongado retroceso la llama la Concepción Terrorista de la historia. Kant ve un inconveniente con esta interpretación, dado a que no se constata en los hechos. Simplemente, porque de ser así, nuestra especie  hubiera desaparecido hace tiempo.

La segunda categoría, en la nos encontraríamos en un constante progreso hacia lo mejor, el pensador la llama la Concepción Eudeomonista de la historia. Esta definición, hace referencia a  un término griego que se traduce como felicidad o prosperidad.  Sin embargo, al igual que la primera categoría, el eudemonismo como una evolución permanente hacia la prosperidad parece insostenible en el tiempo y tampoco se corrobora en los hechos.

La tercera categoría es la Concepción Abderitista de la historia. Este término es una referencia cultural, viene de abderita que es el gentilicio de la antigua ciudad griega de Abdera. Esta región sufrió una gran animadversión  por parte de los romanos, que  la consideraron como una republica de tontos. La mala reputación de Abdera era tan grande, que la recopilación de chistes más antiguos que tenemos, el Philogelos, eran burlas basadas en la supuesta idiotez de los abderitas. Kant acuña este concepto para referirse   a una posición  ante la historia moral de la humanidad, en la que esta no se orienta ni hacia el bien ni hacia el mal. El gran chiste de la historia, es que cada progreso es compensado por un retroceso, una especie de oscilación constante en la que se halla atrapada la humanidad

Las políticas basadas en el género son por analogía abderitistas. Funcionan como un contrapeso ante el progreso de las sociedades. Si la  obtención de los derechos políticos, civiles y sociales conseguidos por las mujeres es un claro avance para la humanidad en su totalidad, la pretendida igualdad basada en el género, es un retroceso. Y esto  debe a que parte necesariamente  de un estereotipo de mujer débil,  única víctima de las contingencias históricas y necesitadas de una constante protección. Además escinde a la sociedad en dos, en tres, o en la cantidad de auto percepciones existentes. Promueve la creación de edificios llenos de ventanas sin cortinas, para que sean las propias personas las que miren hacia el interior de las casas para auto vigilarse. Se crea de esta manera la estructura perfecta para la cultura de la cancelación, la censura y acusaciones de discurso de odio para el que piensa diferente

Lo más llamativo de este retroceso que describimos anteriormente, es que las más perjudicadas son las mujeres que  pretenden defender.  Debido a  que todo género que no sea masculino, es por contraposición una víctima  carente de derechos.  Las mujeres pasan a ser menores de edad incapacitadas para tomar sus propias decisiones, por lo cual deben encomendarse bajo la tutela del Estado que te construye, descontruye y vuelve a construir (habría que ir pensando en cambiar el albañil)

Estas políticas  son por definición abderitistas,  porque nos han hecho  retroceder   tan atrás en el tiempo  que volvemos a la época del oikos griego. El oikos es el equivalente al termino casa en la Grecia Antigua. Es el conjunto de bienes y personas que constituía la célula de la sociedad en la mayoría de las ciudades.  En la cima de esta primitiva estructura social   se encuentra el padre de familia. Los intelectuales del género ahí ubican el origen del patriarcado y hasta allí parece que  pretenden trasladar a la “minorías oprimidas”

Las mujeres de ese periodo, no poseían ningún tipo de reconocimiento jurídico, político o social, por lo tanto no podían acceder al estatus de ciudadanía. Estaban atadas a la casa bajo la tutela del padre de familia. Eran eternas menores de edad y un costo para el oikos. Debido a que una vez que una mujer se casaba la tutela pasaba a manos de su marido, que recibía como contra partida una dote, un conjunto de bienes para el mantenimiento de su pareja. Las sociedades grecolatinas en la antigüedad habían construido un estereotipo débil e inhábil del género femenino, por lo que necesitarían de por vida el cuidado de los hombres.

En la actualidad no existen mayores diferencias. El feminismo,  elaboró un tipo de mujer frágil,  desposeída de libertad de acción e incapaz de luchar por sus derechos sin  la tutela ineficiente de algún colectivo ideológico enquistado en las estructuras del Estado.  Sus  diferentes políticas públicas   buscan “cuidar” a la mujer, pero parten de la premisa  equivocada   de que existe un género más débil que otro por eso  fracasan una y otra vez en su concreción, debido a que no atacan la raíz del problema. Además muestran en su aplicación varias contradicciones internas.  Por ejemplo en la Argentina,  a pesar  que las tasas de femicidios no bajan,  varios de los portavoces del género votaron en contra de la prisión efectiva contra los violadores.

En España estas ideas impulsaron una reforma legislativa  que buscaba endurecer las condenas por delitos sexuales. Sin embargo, la mala elaboración  y aplicación de la propuesta  tuvo un efecto contrario, ya que  bajo  las penas de los abusadores sexuales. Todo esto refuerza la cosmovisión de una mujer débil y necesitada de protección. Tal cual como sucedía en el oikos. Se intenta devolver a la mujer a la casa, bajo la supervisión del Estado. El feminismo actual no es más que el gran chiste de la historia. Se convirtió en una máquina del tiempo que lleva a las mujeres a una época violenta y compleja.  Es un ancla que no solo inmoviliza el progreso de la especie humana, además la hace retroceder para compensar los logros conseguidos.

Se nos presenta como una epifanía abderitista porque es “un absurdo dinamismo en virtud del cual el bien y el mal van alternándose mediante avance y retroceso, todo este juego de vaivén de nuestra especie habría de ser considerado como una mera bufonada”   (I. Kant).