Por Mariano Carbajales* 

El martes 25 de julio se ha cumplido un nuevo aniversario de esa profética encíclica que Pablo VI  publicó con el nombre de Humanae Vitae. Por entonces, el documento papal levantó gran revuelo,  como era esperable en aquellos años de “liberación” sexual, de divorcio del sexo de su finalidad  natural de procreación y, como consecuencia, de la aparición (y promoción) de instrumentos y  métodos anticonceptivos. En pocas palabras, de la escisión entre el aspecto unitivo y procreador  del acto conyugal. Subyacía por entonces, y aún hoy, la errada convicción de que el control de la  natalidad sería la solución al hambre y la pobreza en el mundo. 

Hoy, 55 años después, esta falacia ha quedado más que demostrada. No sólo el hambre no ha  disminuido, sino que la población envejece sin renovación generacional, tornando cada vez más  insostenibles los sistemas de pensiones, cuya discusión aún pervive, especialmente en Chile. Por  otro lado, asistimos a la indiscriminada legalización del aborto, eufemísticamente llamada  Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), como si la vida pudiera “interrumpirse” un instante en  su evolución para luego continuar. Ilusión también de quienes no paran de desarrollar recetas,  tratamientos y entrenamientos para la longevidad. Por último, profética también si observamos el  nacimiento del llamado “transhumanismo”, que pretende, en palabras resumidas del filósofo británico Max More: El modo más eficaz y rápido para mejorar la condición humana y el  perfeccionamiento de la persona a través del progreso tecnológico sin límite, como si la libertad  humana pudiera “programarse” 

Estos tras ejemplos tienen un denominador común: la desvalorización (o degradación) de la  dignidad intrínseca de la vida humana y la persona como ser único, irrepetible e irremplazable,  verdad que inspira a la encíclica cuyo aniversario debería ser motivo de reflexión, no sólo para  quienes profesamos la fe católica, sino de todos los hombres de buena voluntad y muy  particularmente a quienes dedican, o han dedicado, su vida a la ciencia y a la investigación, tanto  biomédica como tecnológica y también a quienes dedican su vida al Derecho, donde hoy asistimos  a una personificación de la naturaleza y otras creaturas del reino animal que, buenos en sí mismos,  son ontológicamente inferiores al ser humano 

A 55 años de la Humanae Vitae, la encíclica sigue generando controversias, palmaria demostración  de su carácter profético. Y no debe de extrañarnos que así sea, pues como subrayaba Benedicto XVI,  «lo que era verdad ayer, sigue siéndolo también hoy. La verdad expresada en la Humanae vitae no  cambia; más aún, precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos, su doctrina se  hace más actual e impulsa a reflexionar sobre el valor intrínseco que posee»1. Se entiende, por eso,  que el papa Francisco, en la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, escriba «es preciso redescubrir  el mensaje la encíclica Humanae vitae de Pablo VI» (cfr. AL, n. 82). 

1 BENEDICTO XVI, «A los participantes en un Congreso Internacional sobre la actualidad de la Humanae vitae» (10-V-2008), n. 5.

 

*Profesor UCT