Por Gabriel Zanotti
Fuente: Filosofía para mí
30 de julio de 2023
Otro de los debates que está sacudiendo hoy a los católicos es que, aparentemente, no hay que enseñar, mostrar, predicar la Fe al prójimo, porque eso sería “proselitismo”, “adoctrinamiento”, “imposición”, etc.
Por ende, debemos hacer algunas clarificaciones.
Gracias a Dios, la filosofía del diálogo del s. XX ha trabajado mucho estos temas.
En Buber y Levinas, queda clara la diferencia entre instrumentalización y diálogo. Lo primero reduce al otro a un instrumento a nuestro servicio. El otro es un insecto dentro de nuestras redes, nosotros somos la araña. En el diálogo, en cambio, el otro es respetado en tanto otro, esto es, alguien cuya dignidad racional no puede ser reducido a un instrumento. Para decirlo en términos de Kant: debo tratar al otro como medio y no como fin.
Habermas, tomando la herencia de Wittgenstein, ha aclarado que los actos del habla perlocutivos ocultamente estratégicos son precisamente el medio lingüístico para la manipulación del otro. O sea, lo que hacía todo el tiempo el famoso Frank Underwood de House of Cards. Un acto del habla perlocutivo es aquel por el cual quiero convencer a alguien de un pensamiento o una acción. Ningún problema, siempre que el otro lo sepa (ello es un acto del habla perlocutivo abierto) y además sea respetada su distancia crítica, esto es, su derecho al desacuerdo, a la interpelación de lo que estamos diciendo, cosa en la cual Habermas y Popper coincidían, a pesar de las apariencias. Pero si no, hay engaño. Se puede “engañar” lícitamente a un bebé que está gateando, para que deje de ir hacia el enchufe y gire hacia nosotros, pero ello es una excepción. El objeto de la educación es que dejemos de ser bebés. Mala noticia para los autoritarios.
El diálogo implica, también, ponerme en el horizonte del otro (Gadamer) para comprender que, aunque no coincidamos en todo, desde su tradición no es un absurdo lo que dice, y para tratar luego de encontrar algún punto en común que permita una fusión de horizontes.
Todo ello, y mucho más, es dialogar. La manipulación lingüística, en cambio, es una forma no física de coacción; una manera, mediante el lenguaje, de engañar al otro para que no se de cuenta de que está cayendo en nuestro pensamiento sin espacio para el pensamiento crítico, la pregunta, la conversación, su pensamiento.
La diferencia es, por ende, entre diálogo y manipulación lingüística. Diálogo es enseñar, comunicar.
La manipulación es, en cambio, la coacción lingüística, el engaño, el tratar al otro como un mero medio, aunque los fines sean lícitos.
Adoctrinamiento, proselitismo, son otros términos para esa manipulación lingüística.
Y el asunto no es privativo del ámbito religioso. Todo, sencillamente todo, debe ser dialogado, desde la Física hasta la doctrina de la Santísima Trinidad. Ni una cosa ni la otra debe ser coaccionada desde el lenguaje. Claro, el sistema educativo formal es manipulación, y eso lo sufren tanto educadores como educandos que creen que pueden “enseñar” Física o Catequesis desde ese sistema: no pueden. Adoctrinan porque no hay diálogo. Para NO adoctrinar, se debe dialogar.
El contenido es otra cosa. Yo puedo estar hablando de cosas muy buenas, con diversos niveles de certeza, desde la Física de Newton, la metafísica de Sto. Tomás o el Catecismo de la Iglesia, pero si no respeto el derecho del otro a la pregunta, a la crítica, estoy adoctrinando en todos los casos.
Ahora bien, Buber, Levinas, Gadamer, Habermas, todos ellos eran muy bien conocidos por cualquier universitario europeo después de la Segunda Guerra, y por ende también por los teólogos. No de causalidad, no de la nada, Pablo VI escribe Ecclesiam suam, sobre el diálogo, en 1964, un año antes del cierre del Vaticano II que, no de casualidad tampoco, declara documentos sobre el diálogo con los no creyentes, con las religiones no cristianas, con los hermanos separados, y declara el derecho a la libertad religiosa, basado en el derecho a la ausencia de coacción sobre la conciencia, derecho que debe ser respetado sobre todo a nivel espiritual: nunca recurrir a un lenguaje engañoso, manipulador, para invadir la conciencia del otro (y por eso hay tantos “otros” que no quieren saber nada con los “cristianos” que los “educaron”).
Por ende, la Iglesia Católica tiene clara la diferencia entre transmitir la Fe y el adoctrinamiento. La verdad brilla por sí misma, se impone por la sola fuerza de la verdad, por la belleza y calma de la verdad. La predicación, la evangelización, por ende, son diálogo o pasan a ser adoctrinamiento. Pablo VI, los Padres del Vaticano II, y también Juan Pablo II y Benedicto XVI, lo tenían muy claro. Otros católicos no lo tienen claro. Bueno, que se detengan y reflexionen sobre el anti-testimonio que están dando y sobre los no-creyentes que están produciendo en masa.
Pero que también lo tengan en claro todos. Profesores de Física, de Matemática, de Filosofía, de lo que fuere: si no dialogan, esto es, si no respetan el horizonte del otro y su distancia crítica, incurren en proselitismo, adoctrinamiento y autoritarismo, y no educan de ningún modo.
En la novela Las Llaves del Reino, su protagonista, un joven sacerdote escocés misionero en China, el Padre Francisco (el relato se sitúa antes de la Primera Guerra) cura al hijo del mandarín de la zona de una gran infección. Al día siguiente, el mandarín se presenta en los humildes aposentos del P. Francisco. Este le pregunta sobre el motivo de tan honorable visita. “Naturalmente”, responde el mandarín, el Sr. Chia, “para hacerme cristiano”, en retribución a la curación de su hijo. Con lo cual, toda la comarca se haría cristiana.
Pero el P. Francisco le responde que eso no es Fe. La Fe no es un pago por servicios prestados, debe ser una convicción personal, profunda, íntima, libre.
El mandarín emprende el regreso. Pero a mitad de camino, vuelve. Y le dona al P. Francisco varios acres de tierra y todos los materiales y recursos necesarios para levantar un digno edificio para su misión, porque el P. Francisco vivía en las ruinas de una misión anterior.
El sacerdote católico vuelve a rechazar la oferta, pero el mandarín, perspicaz, lo convence de que ese agradecimiento sí es pertinente.
El mandarín no se convierte al Catolicismo, a pesar de mantener una gran amistad con el P. Francisco.
Ya anciano, al sacerdote católico se le ordena regresar a Escocia.
Un día antes de su partida, el mandarín aparece nuevamente por los jardines de su amigo.
Le dice que ha estado pensando en la otra vida.
Pero su estilo oriental le impide ser directo.
Y le dice algo así como que extrañará caminar con su amigo sacerdote por esos bellos jardines. Pero que luego de su muerte, querría encontrarse otra vez con él, en el mismo jardín.
Y pide el bautismo.
Lean esta novela de A.J. Cronin (elogiada por Castellani, amigos tradis) quienes quieran comprender qué es realmente la evangelización y la conversión.
Y mientras tanto, despreocúpense. La Fe, la conversión, no es cálculo, no es planificación, no tiene criterios de calidad, no tiene evaluación. No tiene estrategias. La predicación es sólo el testimonio de vida, aunque no se tenga el don de la palabra. La predicación es sólo la paz de un cafecito hablando de bueyes perdidos, sin estrategias, ni cálculos, ni nada más allá de la amistad. Lo demás lo hace Dios.
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