Por Mario Šilar
Para Instituto Acton
Agosto 2023

El pasado mes de junio el Santo Padre publicó la Carta Apostólica Sublimitas et Miseria Hominis a raíz del cuarto centenario del nacimiento de Blaise Pascal (19 de junio de 1623). La Carta pasó un tanto desapercibida fruto de la multitud de eventos y mensajes en el contexto de la reciente Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa. El texto, que tiene claros elementos que exhiben la impronta del Papa en su contenido –como la superioridad de la realidad sobre la ideologiá, la importancia de la atención a las pobres para vivir la caridad, el peligro de lo que denomina neopelagianismo, etc.,– entronca con lo mejor de la tradición del pensamiento cristiano en su promoción de la importancia del cultivo de la sabiduría humana filosófica en su diálogo con la vida de Fe.

En la Carta podremos encontrar citas de la famosa encíclica de San Juan Pablo II, Fides et Ratio (1998), así como de Hans Urs von Balthasar, expertos en el pensamiento de Pascal como Henri Gouhier, uno de sus primeros biógrafos –Gilberte Périer–, entre otras referencias a encíclicas y textos de Benedicto XVI y de, mismo Papa Francisco.

El texto aborda elementos clásicos del pensamiento filosófico en su búsqueda por el cultivo de la sabiduría y del sentido de la existencia humana. El Papa identifica en la reflexión sobre el hombre que hace Pascal una actitud de “asombrada apertura a la realidad”, actitud que resulta fundamental para abrirse al mundo y a los demás. Un dato que destaca el Santo Padre –y que revela tanto que esta apertura a la realidad en Pascal no era una actitud desencarnada y abstracta, como la especial predilección del Papa por esta necesidad de “estar con los pies en la tierra”– es la creación de una especie de primer sistema de transporte comunitario o público, diseñado en el año 1661 para la ciudad de París, por parte de Pascal, y que se conocía como los “carruajes de cinco centavos”. Ni la conversión a Cristo en la famosa “Noche de fuego” del 23 de noviembre de 1654, ni su búsqueda intelectual en defensa de la fe cristiana lo aislaron de los aspectos más prosaicos y concretos de la época en que vivía.

El Papa encuentra dos realidades muy cercanas a su mensaje en la obra de Pascal. Por un lado, en su temprana enfermedad –Pascal fallece con solo 39 años– el pensador francés manifiesta que “si los médicos dicen verdad y Dios permite que salga de esta enfermedad, estoy resuelto a no tener más ocupaciones ni otro empleo del resto de mis días que el servicio de los pobres”. Al Papa le conmueve que “un pensador tan brillante … no viera mayor urgencia que dedicar su energía a las obras de misericordia”, expresivo de la convicción pascaliana de que “el único objeto de la Escritura es la caridad” (Pascal, Pensamientos, nº 270 de la edición Lafuma). Por otra parte, el Papa encuentra en Pascal una preocupación muy cercana a su corazón: alertar de que el mensaje del cristianismo no se reduce a una moral humana. De hecho, uno puede encontrar en el pensamiento nº 417 una versión avant la lettre del mensaje de Gaudium et Spes, nº 22 de que “Cristo manifiesta revela el hombre al propio hombre”. En palabras de Pascal: “no solamente no conocemos a Dios más que por Jesucristo, sino que no nos conocemos a nosotros mismos más que por Jesucristo; no conocemos la vida, la muerte más que por Jesucristo. Fuera de Jesucristo no sabemos lo que es nuestra vida, ni nuestra muerte, ni Dios, ni nosotros mismos” (Pascal, Pensamientos, nº 417).

Otra experiencia muy cercana al espíritu de Francisco y que encuentra en Pascal es la vinculación entre Dios y la verdad, sin que ello implique “presentar nuestra fe como una certeza incuestionable que se impone a todos”. Además, en palabras que podrían casi encontrarse en la encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate, el Papa Francisco vincula esta búsqueda de la verdad en la caridad: 

“Él, que por la fe había tenido el encuentro personal con el «Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos y de los sabios», (nº 913) reconoció en Jesucristo «el Camino, la Verdad y la Vida» ( Jn 14,6). Esta es la razón por la que les propongo a todos los que quieran seguir buscando la verdad ―una tarea que nunca termina en esta vida― que escuchen a Blaise Pascal, hombre de inteligencia prodigiosa que quiso recordarnos cómo fuera de los objetivos del amor no hay verdad que valga la pena: «No hacemos un ídolo con la verdad misma, porque la verdad sin la caridad no es Dios y es su imagen y un ídolo al que no hay que amar ni adorar» (nº 926)”.

El Papa también menciona algunos datos biográficos de Pascal tal vez poco conocidos entre el gran público. El fallecimiento de su madre a muy temprana edad –cuando Pascal tenía solo tres años– y el compromiso de su padre –jurista– que decidió “educar él solo a sus tres hijos, Jacqueline, Blaise y Gilberte”, en algo que hoy se conocería como “homeschooling”. Esto permitió a Pascal relacionarse desde su temprana adolescencia con los más grandes científicos de su época. También se refiere a esa temprana invención de una máquina aritmética, antecesora de las calculadoras, diseñada con tan solo 19 años.

Respecto a la famosa distinción pascaliana entre el esprit de géométrie y el esprit de finesse, frecuentemente mal planteada donde el espíritu de geometría se presenta casi como sinónimo de una actitud racionalista y cientificista, el Papa destaca, con el teólogo Hans Urs von Balthasar, un aspecto positivo también presente en el espíritu de geometría, en la medida en que puede permitir un acceso valioso a la comprensión de la existencia humana: 

“Pascal es capaz […] de alcanzar desde los planos propios de la geometría y de las ciencias de la naturaleza, la precisión muy diferente y propia del plano de la existencia en general y de la vida cristiana en particular». (von Balthasar, “Pascal”, en Gloria. Una estética teológica, p. 191). Esta práctica confiada de la razón natural, que lo hacía solidario con todos sus hermanos en busca de la verdad, le permitirá reconocer los límites de la inteligencia misma y, al mismo tiempo, abrirse a las razones sobrenaturales de la Revelación, según una lógica de la paradoja que es su peculiaridad filosófica y el encanto literario de sus Pensamientos: «Le ha costado tanto a la Iglesia demostrar que Jesucristo era hombre contra aquellos que lo negaban, como demostrar que era Dios; y las posibilidades eran igualmente grandes»” (nº 307).

El Papa Francisco señala que esta perspectiva permite llevar a cabo “una evangelización llena de respeto, que nuestra generación haría bien en imitar”. Y al señalar la importancia a la vez que los límites del saber filosófico llamado a abordar las grandes preguntas frente a las que –clara paradoja pascaliana– apenas puede esbozar respuestas, el Santo Padre cree encontrar en Pascal el principio fundamental que suele repetir insistentemente: “la realidad es superior a la idea”. Sin duda, se trata de un principio de gran importancia que harían bien en tener presente los intelectuales, los científicos sociales, los religiosos y todos aquellos que estén llamados a estudiar los problemas de la vida en comunidad y a tomar decisiones en la esfera pública y en la enseñanza. Sin embargo, también es importante no caer en autoengaños y sesgos a la hora de tratar de llevar a la vida este principio. En efecto, se puede caer en formas ideológicas de expresar este principio, como si fuera que siempre son los demás los que caen en ideología y como si el pensamiento propio fuera siempre una especie de espejo cuasi-perfecto de la realidad. Se caería así en la insensatez de dar por hecho que las ideas de los demás son las ideológicas y que los propios pensamientos son un reflejo prístino de la realidad. 

El Papa también da cuenta de la paradójica condición humana, tan bien descrita por Pascal en la imagen del junco o caña pensante: “el hombre es sólo una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña que piensa” (nº 200). También se subraya la radical insatisfacción del ser humano, un ser con afán de eternidad, que vive envuelto en la finitud: 

 “No hay que tener el alma muy elevada para comprender que no hay aquí satisfacción verdadera y sólida, que todos nuestros placeres no son más que vanidad, que nuestros males son infinitos, y que, finalmente, la muerte, que nos amenaza a cada instante, debe ponernos infaliblemente, en pocos años, en la horrible necesidad de ser eternamente aniquilados o desgraciados. No hay nada más real que esto, ni más terrible. Hagámonos los valientes tanto como queramos: he aquí el final que espera a la vida más bella del mundo” (nº 427).

El carácter lúgubre de la certeza señalada en el pensamiento 427 es lo que impulsa al hombre a escapar de sí mismo, a distraerse, persiguiendo la diversión y el bullicio. Es en esta nueva tensión o paradoja entre la búsqueda de sentido y la abundancia del sinsentido donde Pascal introduce la oportuna “necesidad” de una religión verdadera que religue al hombre con su verdadera fuente de sentido y felicidad. Es aquí, también, donde el Papa Francisco profundiza en la singularísima experiencia de la conversión de Pascal en aquel 23 de noviembre de 1654, conocida como “Noche de fuego”, de la que da testimonio un pequeño pedazo de papel, conocido como “Memorial”, que había sido cocido en el forro de un abrigo, y que fue descubierto después de su muerte. Sin duda, se trata de una de las historias de la intimidad de un alma en su búsqueda del Rostro divino más bonitas, a la par que sencilla y profunda en su simbología: “como toda auténtica conversión, la conversión de Blaise Pascal se lleva a cabo en la humildad, que nos libera de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad”.

En los últimos dos epígrafes de la carta, el Papa Francisco reflexiona sobre dos puntos que marcan la impronta y la vida de Pascal: la relación entre el corazón y la razón en la vida de Fe. Aquí, el principio intuitivo vuelve a ser muy en sintonía con los principios de una sociedad de personas libres y responsables, que respetan la libertad de los demás y que no desvirtúan sus convicciones cayendo en el proselitismo: “Nada más que el amor, ‘que se propone pero no se impone -el amor de Dios nunca se impone’. Jesús dio testimonio de la verdad (cf. Jn. 18,37) pero ‘no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían’ (Dignitatis Humanae, nº 11). Esta es la razón por la que ‘hay suficiente luz para aquellos que sólo desean ver, y bastante oscuridad para aquellos que tienen una disposición contraria” (nº 149).

El último epígrafe menciona la famosa controversia de Pascal y el jansenismo, con motivo de su cercanía y defensa de la congregación en la que había entrado su hermana Jacqueline, en Port-Royal, influenciada por Cornelius Jansen. Francisco toma ocasión de esta controversia para señalar que la advertencia de Pascal sigue siendo válida para nuestro tiempo, donde “el neopelagianismo, que hace depender todo del esfuerzo humano encauzado por normas y estructuras eclesiales, nos intoxica con la presunción de una salvación ganada con nuestras propias fuerzas”. En sintonía con el modo en que tenía la escuela komariana (en referencia al reconocido pensador esloveno afincado en la Argentina, don Emilio Komar), en concreto con las enseñanzas de uno de sus más profundos discípulos, el profesor experto en Metafísica, Juan Pablo Roldán, el Papa señala que “es necesario afirmar ahora que la última posición de Pascal sobre la gracia, y en particular sobre el hecho de que Dios ‘quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de Dios’ (1 Tim., 2,4), al final de su vida se expresó en términos perfectamente católicos”.

El lector versado, que conoce los principios que orientan al Instituto Acton podrá ver la cantidad de elementos que el Papa encuentra en la vida y en la obra de Pascal que tan bien pueden cimentar la cooperación humana en una sociedad de personas libres y responsables, como defiende la tradición liberal. Se echa un poco en falta que, a la hora de pensar los problemas de la vida social, el Santo Padre no explicite con mayor claridad la línea de continuidad entre las intuiciones tan profundas señaladas al hilo de la reflexión sobre la obra pascaliana y las potenciales implicancias a la hora de pensar los problemas de la vida social en la actualidad.