Por Gabriel Zanotti
Fuente: Filosofía para mí
Uno de los pocos consensos que parece haber, actualmente, en materia de ética sexual, es que el abuso de menores es un mal y un delito gravísimo (aunque algunos ya están diciendo que si hay consentimiento del menor………).
Pero al mismo tiempo, hay una hiper-sexualización de los niños y una exposición para ellos del tema sexual que equivale a un abuso de menores. Eso es terriblemente hipócrita en sí mismo y es promovido y consentido a veces por los mismos padres.
Más allá de la conveniencia de la educación sexual en el hogar, habitualmente los contenidos de la educación sexual obligatoria (impuesta por el Estado y dictada por las agendas de la ONU) son una promoción directa de la masturbación y del cambio psicológico de género, sin consentimiento de los padres. Y los padres que se oponen son perseguidos judicialmente, en gran parte de los EE.UU., en Canadá, en Europa Occidental, e incluso aquí si no fuera porque nuestra habitual anarquía permite burlar esas leyes.
Las drag queens bailan sexualmente delante de menores de todas las edades y a veces son los mismos padres los que los llevan a esos espectáculos.
Niñas y adolescentes se visten (o se desvisten) como si estuvieran en lo que antes eran espectáculos reservados a adultos, con consentimiento y estímulo de los propios padres.
Se estimula y se incita a los adolescentes a comenzar su vida sexual antes de que puedan entender psicológicamente qué significa todo ello y, vuelvo a decir, con consentimiento de los padres.
Todo eso es abuso sexual agravado por el vínculo.
No se termina de entender que la sexualidad, precisamente por ser una riqueza enorme, es muy delicada.
Freud dijo claramente que cuando nacemos somos perversos polimorfos. Casi todos lo han rechazado porque creen que «perverso» es un término contrario a la tierna inocencia del bebé. No es eso lo que quiere decir Freud. Si se lo lee directamente sin pasar por la verdadera perversión, o sea Marcuse en adelante, lo que Freud dice es que cuando nacemos, todas nuestras pulsiones del Eros están in-diferenciadas. Lo que permite que se vayan socializando es el Super Yo, o sea, en otros términos, la educación, y un claro rol paterno y materno, que permiten al individuo diferenciar luego entre el amor de ternura -así lo llama Freud- entre familiares y amigos y el amor dirigido a su futura unión sexual. Y contrariamente a lo que se cree, Freud estaba plenamente de acuerdo con el papel civilizatorio de ese Super Yo. Obviamente, eso tiene un precio llamado neurosis, inevitable, y está bien, y el papel de la terapia psicoanalítica es sobrellevarlo lo mejor que se pueda.
Sin ese Super Yo, sin ese conjunto de «no» (odiados por la cultura post-moderna) el individuo queda a merced de sus pulsiones indiferenciadas, su sexualidad queda totalmente caótica y el resultado es toda la sexualización que estamos viendo hoy.
Y hacer todo eso con menores y adolescentes, que no pueden consentir ni entender qué está sucediendo (muchos mayores de 18 tampoco, pero algún límite legal hay que establecer para la categoría de «menor») es un abuso físico y emocional tan grave como lo que habitualmente se considera abuso de menores.
Lamentablemente, es todo coherente. Marcuse habló en los 60 de la represión excedente del capitalismo y eso encaja perfecto con el neo-marxismo que considera las normas familiares como una explotación del patriarcado. Para ese neomarxismo no sólo mujeres, indígenas, homosexuales y afroamericanos son los explotados por el capitalismo, sino los menores también. Y son ahora todas las leyes de educación sexual obligatorias los que los van a salvar de la explotación, y si es necesario hay que defenderlos por la fuerza de sus explotadores, o sea los padres.
Los tiempos han cambiado. Ser padres hoy demanda una enorme formación intelectual, una gran fuerza de carácter y fortaleza para ejercer el derecho a la resistencia a la opresión.
Asúmanlo.
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