Por Gabriel Zanotti
Fuente: Revista Criterio
Noviembre/Diciembre 2023

1100 páginas, sin los apéndices y los índices. Esa es la  extensión de las aclaraciones y comentarios de Joseph  Ratzinger al Vaticano II, publicados como los tomos VII/1  y VII/2 de sus Obras Completas1. Ninguna de las objeciones  habitualmente hechas contra el Vaticano II desde sectores  tradicionalistas está sin responder. Coherentemente  con su hermenéutica de lo continuidad en lo esencial, y  reforma en lo contingente2, todo está explicado: desde la  Revelación y Eclesiología de Lumen gentium y Dei verbum,  hasta la libertad religiosa en Dignitatis humanae, el diálogo  con las religiones no cristianas en Ad gentes, el ecumenismo  en Unitatis redintegratio, las reformas litúrgicas, el tema  de la colegialidad, la Nota explicativa previa, el famoso  subsistit… Y, por supuesto, largos comentarios a Gaudium et spes, el significado de “mundo”, de aggiornamento

No he visto nunca ninguna referencia a estos dos tomos,  cuya edición alemana es del 2012, en los habituales  críticos tradicionalistas (que abarcan una diversidad de  posiciones: desde los lefebvrianos moderados hasta los  radicales, los sedevacantistas, y católicos que sin negar al  Vaticano II les piden aclaraciones –que yo no niego que en  los tiempos actuales puedan ser pertinentes, no por defectos  intrínsecos del Vaticano II, sino por sus interpretaciones  progresistas en total dis-continuidad–). Pero que yo no las  haya visto no quiere decir que no existan. Se me pueden  haber escapado muchas cosas.  

La relevancia de estos dos tomos en los tiempos  actuales es absoluta. Hacia fines del pontificado de  Benedicto XVI, el diálogo con los sectores moderados  del lefebrismo iba avanzando. Pero luego, por supuesto,  todo se detuvo. Algunos sostienen que las actuales crisis  postmodernas en la Iglesia, esto es, una interpretación del  cristianismo en clara contradicción con el Catecismo de  la Iglesia Católica, se debe directamente al Vaticano II.  Ratzinger es la clave para comprender que no es así. 

¿Es la intención de este artículo resumir el contenido de estos dos tomos? Por supuesto que no. Creo que sería entre imposible y contraproducente. Los dos tomos ya  son un resumen de la vida de Joseph Ratzinger como  protagonista del Vaticano II. Hay que leerlo con calma  desde ese contexto y con relación a todo el pensamiento  de Ratzinger. Un resumen aún mayor haría pensar  que el tema es breve o que las respuestas pueden ser  taxativas. Sería contrario no sólo al espíritu del autor,  sino a la importancia del tema. A los que consideran  que el Vaticano II es el origen de todos los males, habría  que decirles tolle lege. Conozco algunos coherentes que  sostienen que Ratzinger e incluso su magisterio como  Benedicto XVI está equivocado en estos temas. Bueno,  que lo reiteren, pero si citan estos textos sería mejor.  

Sin embargo hay algo, como filósofo, que creo que está  en la clave de todos estos asuntos teológicos, si es que la  filosofía y la teología se pueden separar en estos temas. 

Lo que está en juego es la relación entre Catolicismo y  Modernidad. Porque, como el mismo Ratzinger aclara, en  el Vaticano II la Iglesia no se habla a sí misma, como fue  necesario, históricamente, en Trento y en el Vaticano I.  Habla al mundo, y el “mundo” al que habla (que tampoco  es “externo” a la Iglesia, porque los laicos forman parte  del mundo en sentido propio) es el mundo moderno.  

Pero, ¿qué es la Modernidad? Esa es la clave de la  cuestión. Porque el contexto histórico del Vaticano I es la  segunda fase del pontificado de Pío IX, quien se enfrenta,  siguiendo a Gregorio XVI, a todo el mundo moderno,  sin distinciones3. Lo que allí sucede es la NO distinción  entre Modernidad e Iluminismo, carencia conceptual que  padecen tanto los católicos que se oponen a todo diálogo con el  mundo moderno, como los no creyentes que siguen pensando  que la Iglesia está irremisiblemente unida a la oscuridad de la  irracionalidad, el fanatismo y la superstición

Pero esos no creyentes son en realidad iluministas. La  distinción entre Modernidad e Iluminismo es esencial  en dos autores: Augusto del Noce4 y Francisco Leocata5.  Ambos aclaran que la clave de un mundo post-medieval  contradictorio con toda trascendencia está en el  libertinismo erudito. Leocata lo ha aclarado bien a lo largo de toda su obra, pero especialmente en La vertiente  bifurcada (op.cit): autores como Montaigne, Charron, La  Mothe Le Vayer, Naudé6, etc. habrían tomado lo peor  del escepticismo y el hedonismo de la filosofía antigua  para exponer una visión del hombre que sí se resume  en una vida humana librada a la arbitrariedad de sus  pulsiones y, por ende, identificada con ese libertinaje  total, que aún hoy ciertos tradicionalistas atribuyen al  “liberalismo”, citando al famoso libro de Felix Sarda y  Salvany7, como si todo ello se identificara con Locke,  Montesquieu, Tocqueville, El Federalista…. 

El Iluminismo no es, por ende, la modernidad. El  Iluminismo se caracteriza por su radical voluntad de  inmanencia, al decir de Leocata8. Eso es lo que lo aparta  de toda trascendencia cristiana, y se concentra en el ala  radical de la Revolución Francesa y en los autores más  cientificistas de La Enciclopedia, como D´Alambert,  más moderadamente, y Diderot, más radicalmente9. Ese  Iluminismo radical no es lo mismo que el más moderado  de Kant, donde aún se mantienen valores morales y  preocupaciones ontológicas, en algo compatibles con la  escolástica anterior10.  

La modernidad, por ende, es otra cosa. Sintetizando  al pensamiento de Leocata con el de Ratzinger, la  modernidad se caracteriza por, en primer lugar, la  emergencia de la ciencia y de la técnica como resultado  del neoplatonismo cristiano medieval, donde Dios es el  autor de un mundo físico regido por una matemática que  es reflejo de la mente de Dios11. Tal era el pensamiento  de Galileo, Copérnico y Newton, al que se agrega la  autonomía de las causas segundas de Santo Tomás. Esto  implica la famosa autonomía relativa de lo temporal  en las ciencias y una noción de mundo sanamente  secularizado y des-mitificado, totalmente compatible con  la idea de creación12. 

En segundo lugar, la modernidad que estamos describiendo propone un replanteo de la relación entre  príncipe secular e Iglesia, sobre todo a partir de la  des-clericalización llevada adelante por Francisco de Vitoria13, que toma elementos de Aristóteles y Santo  Tomás en cuanto a que el bien común temporal es  causa eficiente principal en su propio ámbito. Esto lleva  coherentemente a la justa autonomía de lo temporal en  materia social y a la noción de sana laicidad, tan cara al  pensamiento de Ratzinger14. 

En tercer lugar, aparece un replanteo de la dignidad  humana: todo ser humano está creado a imagen y  semejanza de Dios, pero las nuevas circunstancias  del descubrimiento de América y la consiguiente  evangelización llevan a la emergencia histórica de  los derechos del súbdito ante el príncipe secular. Ese es el fundamento católico de las libertades civiles y  especialmente de la libertad religiosa, cuya clarificación  conceptual en la Iglesia se da recién en 196515, luego de  largas aclaraciones necesarias por el enfrentamiento con  laicismo de la Revolución Francesa. 

Esto es la modernidad católica. Nada más ni nada menos.  

Todo ello pudo ser visto por Rosmini16, pero no por  Pío IX. No es que la Quanta cura esté equivocada:  el problema es su rechazo radical al Iluminismo sin las aclaraciones pertinentes sobre la modernidad en  lo político, que van surgiendo con León XIII, Pío XII y Juan XXIII17, y se concretan, precisamente, en  los documentos más controvertidos del Vaticano II.  Ad gentes, Unitatis redintegratio, Gaudium et spes y  Dignitatis humanae son precisamente la modernidad  católica. Es coherente que sean rechazados por los  sectores tradicionalistas que nunca vieron, precisamente,  la distinción entre Iluminismo y modernidad. La  modernidad católica de esos documentos fue un logro de  pensadores y teólogos católicos que luego de la Primera  Guerra fermentaron todas esas nociones que luego se  concretaron en esas declaraciones y decretos, que no  surgieron por ende de la nada.  

Pero no esquivemos un bulto. La declaración de  infalibilidad del Vaticano I fue impulsada por Pío IX  en el contexto de su rechazo total al “mundo moderno”  sin distinciones, unido a una intensa concentración del  poder religioso del pontífice. Así se entiende la respuesta  de Pío IX al cardenal Guidi18, cuando le propuso una  formula superadora entre los partidarios y opositores a la  declaración (impulsados estos últimos por Dollinger, santo  varón sepultado injustamente en el olvido). Esa respuesta  que, gracias a Dios, nunca mejor dicho, no formó parte  de la declaración, fue: “La tradición soy yo”19. Todos los  grandes teólogos que redactaron esas declaraciones (entre  ellos, Ratzinger) conocían perfectamente este episodio,  aunque no se acostumbraba recordarlo en público.  

La doctrina de la colegialidad del Vaticano II fue, y sigue  siendo, precisamente, la respuesta –basada en la tradición de los doce apóstoles– a esa afirmación de Pío IX. No  quiere decir (y esto va para todo el Vaticano II) que  haya sido una respuesta definitiva, cerrada a ulteriores  aclaraciones, y que no haya quedado dentro de un humo  de conflictos como la misma Nota explicativa previa lo  manifiesta. Pero los tradicionalistas, que no quieren ni  quisieron saber nada con la colegialidad, agradézcanle la  colegialidad a la no sutil franqueza de Pío IX. 

Resumiendo: los sectores tradicionalistas seguirán  rechazando al Vaticano II, o seguirán pidiendo  aclaraciones y aclaraciones (como los epiciclos a los  epiciclos) mientras no comprendan la distinción entre  Iluminismo y modernidad, y mientras no comprendan  la noción de diálogo que los teólogos del Vaticano II  aprendieron de Gadamer, de Buber y de Levinas, y que  se encuentra asumida en la Ecclesiam suam de Pablo VI  20, escrita no de casualidad un año antes del cierre del  Vaticano II. 

Por supuesto, habrá muchos que se horrorizarán de  esta conclusión. Pero en los tiempos actuales, de caos  doctrinal absoluto, donde hay tantos catolicismos como  católicos, no hay más remedio que hacer aún más lo de  siempre, esto es, seguir la conciencia. Y mi conciencia me  dicta fidelidad a la hermenéutica de la continuidad y la  reforma explicada por Benedicto XVI. 

 

  1. BAC, Madrid, VII/1 y VII/2, 2013 y 2016 respectivamente.  2. Nos referimos a su discurso del 22-12-2005. Ojalá ese discurso hubiera  sido una encíclica.  
  2. Nos referimos a su discurso del 22-12-2005. Ojalá ese discurso hubiera  sido una encíclica. 
  3. Nos referimos a las famosas Mirari vos, de Gregorio XVI, y Quanta  cura, de Pío IX, 1836 y 1864 respectivamente. 
  4. Sobre del Noce, ver Riva Posse, C., La f ilosofía hecha mundo. La  interpretación filosófica de la historia contemporánea en Augusto del Noce,  Instituto Acton, Buenos Aires, 2023.  
  5. De Leocata, sobre estos temas, ver Del iluminismo a nuestros días. Síntesis  de las ideas filosóficas en relación con el cristianismo, Buenos Aires, Ediciones  Don Bosco, 1979; Estudios sobre fenomenología de la praxis, Buenos Aires,  Centro Salesiano de Estudios, 2007; y, sobre todo, La vertiente bifurcada:  La primera modernidad y la ilustración, Buenos Aires, EDUCA, 2013.
  6. Op.cit., cap. V 
  1. El liberalismo es pecado (1884), ediciones diversas.  
  2. Del Iluminismo a nuestros días, op.cit.  
  3. La vertiente bifurcada, op.cit, cap. VI. 
  4. Op.cit., cap. IX. 
  5. Sobre este tema, ver Koyré, Alexandre, Estudios galileanos, Madrid,  Siglo XXI, 1990; Estudios de historia del pensamiento científico, Madrid,  Siglo XXI, 1990, y Del mundo cerrado al universo infinito, Madrid, Siglo  XXI, 2000. 
  6. Hemos desarrollado estos temas en Judeo-Cristianismo, Civilización  Occidental y Libertad, Instituto Acton, Buenos Aires, 2018. 
  7. Este punto está muy bien explicado en Fazio, Mariano: Francisco de Vitoria.  Cristianismo y Modernidad, Eds. Ciudad Argentina, Buenos Aires 1998.
  8. Ver su Introducción al Cristianismo, Sígueme, Salamanca, 2016.
  9. Declaración Dignitatis humanae sobre la Libertad Religiosa, 1965, https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/ documents/vat-ii_decl_19651207_dignitatis-humanae_sp.html
  10. Sobre Rosmini, ver Muratore, U., Antonio Rosmini. Vida y pensamiento,  BAC, Madrid 1998. Antonio Rosmini es un perfecto ejemplo de la  modernidad católica, y una víctima de las lamentables intrigas vaticanas  ultramontanas. Sobre su total rehabilitación, ver Nota sobre el valor de  los decretos doctrinales con respecto al pensamiento y a las obras del sacerdote  Antonio Rosmini Serbati, de la Sagrada Congregación sobre la Doctrina de la Fe, 2011, escrita y firmada no de causalidad por Joseph Ratzinger:  https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/ rc_con_cfaith_doc_20010701_rosmini_sp.html  
  1. Hemos comentado todas esas aclaraciones en Judeo-Cristianismo….  Op.cit., cap. 6. Ver al respecto, también, Irrazábal, G.: Iglesia y democracia,  Instituto Acton, Buenos Aires, 2014. 
  2. Sobre Dollinger, Pío IX y el Cardenal Guidi, ver Howard, A.T.: The  Pope and the Professor, Oxford University Press, 2017. 
  3. Op. Cit, nota al pie nro. 202. 
  4. https://www.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/ hf_p-vi_enc_06081964_ecclesiam.html