Por Manuel Alvarado Ledesma
Para el Instituto Acton
Febrero 2024

Douglass C. North muestra cómo aquellos sistemas políticos que diseñaron instituciones y organizaciones adecuadas para bajar los costos de transacción, son las que han logrado mayor grado de desarrollo. Al explicar cómo se dan tales instituciones y organizaciones, recurre a los factores culturales y de valores de una sociedad. 

Resalta la alianza entre las organizaciones políticas y económicas de los países exitosos y su estructura de creencias más pragmática que intelectual. En este campo, desarrolla su pensamiento, aunque lógicamente de forma más elaborada, como lo hiciera Juan B. Alberdi, casi siglo y medio atrás. Para ambos autores, no se trata solo de instituciones de origen legal, sino también de códigos sociales y culturales que viabilizan el proceso económico.

Alberdi es un precursor del institucionalismo. De hecho, se adelanta a John Rogers Commons, el principal representante de la economía institucional. Para revertir la situación de pobreza y miseria, sostiene Alberdi, es menester realizar un cambio en las instituciones. Y aunque no use los términos se refiere claramente tanto a los formales como informales. Sostiene que para alcanzar un elevado nivel de desarrollo es necesario no sólo un cambio de las normas formales (un sistema constitucional, una república democrática, y un marco de libertad e igualdad), sino también de las informales (el respeto a las normas, la cultura del trabajo y del esfuerzo).

North coincide con Alberdi cuando señala la importancia que tienen los fundamentos del enfoque institucional-cognoscitivo al momento de implementar políticas de desarrollo en los países subdesarrollados. Es que el mero traspaso de reglas formales diseñadas en las economías de mercado pujantes a éstos no resulta suficiente. Y no lo son por cuanto cualquier economía depende además de las reglas informales, por un lado, y por otro, de las reglas cuyo costo está dado en buena parte por las reglas informales. 

En su obra «Bases y puntos de partida para la Organización Política de la República Argentina», Alberdi entendía a la inmigración como «un medio de progreso y de cultura para América del Sur». La consigna alberdiana de “gobernar es poblar” conlleva una suerte de “importación” de instituciones informales mediante la inmigración: la Argentina debía recibir, a través de los inmigrantes, «el espíritu vivificante de la civilización europea». Ellos traerían hábitos de orden y de buena educación, y de trabajo e industria y los transmitirían al conjunto social.

Las instituciones engloban no sólo organizaciones –tales como corporaciones, bancos, y universidades- sino también entidades sociales sistemáticamente integradas, como el dinero, el lenguaje y el Derecho. La razón de una definición tan amplia de una institución se debe a que todas las anteriores entidades suponen características comunes: todas las instituciones suponen la interacción de agentes, con retroalimentación de información crucial. Todas tienen un número de características, concepciones comunes y rutinas. 

El lenguaje es un ejemplo de una institución que no es una organización. Una empresa corporativa es una institución y también una organización. El lenguaje es un signo de los comportamientos de la sociedad. Así se advierte por qué existen, por ejemplo, expresiones tan argentinas como chanta o garca.  Estos términos surgen de una sociedad más ligada al juego de suma cero que al de suma positiva. 

Las personas se apoyan en la adquisición de los hábitos cognitivos, antes de que sea posible el razonamiento, la comunicación, la elección o la acción. Cuando los hábitos se convierten en parte común de la cultura social, pasan a ser rutinas o costumbres.

Hábitos y rutinas preservan el conocimiento, particularmente el conocimiento tácito y, así, las instituciones operan como hilo conductor a lo largo del tiempo.

Las instituciones pueden ayudar a explicar los diferentes grados de desarrollo alcanzados por los países del mundo. De acuerdo a North, las sociedades desarrollaron diferentes modelos mentales para explicar la realidad donde se desenvuelven. Tales modelos serían resultado de la experiencia acumulada por generaciones pasadas, esto es básicamente, la cultura y la experiencia recogida en el tiempo.

A partir de tales premisas se explica cómo se generan instituciones económicas y políticas de diferente índole y con dispar resultado en la resolución de los problemas que aquejan a las sociedades. 

Siguiendo el razonamiento de North, puede afirmarse que, desde mediados del siglo XIX, aquellas naciones con instituciones y organizaciones que protegieron los derechos de propiedad y aseguraron su cumplimiento alcanzaron un alto grado de crecimiento económico. Nuestro país, bajo la conducción de la generación del 80, pese a sus contradicciones, se colocó en el camino del desarrollo, merced al faro de la generación del 37, de la que Alberdi fue un guía prominente. En cambio, las incapaces de reorganizar sus entornos institucionales y organizacionales, no gozaron de estas ventajas. A consecuencia de ello, sufrieron inestabilidad política y económica que marcó una tendencia de subdesarrollo.

Llegamos a un gran interrogante. ¿Por qué hemos quedado tan rezagados respecto a países como Australia? Mancur Olson brinda una buena respuesta: “Cuando se pregunta uno: ¿por qué algunas naciones son ricas mientras otras son pobres? La idea clave es que las naciones producen dentro de sus fronteras no aquello que la dotación de recursos permite, sino aquello que las instituciones y las políticas públicas permiten».

En tal caso, la Argentina ha recorrido un camino muy diferente. A comienzos de la década del cuarenta, se impuso una estructura corporativa. 

A lo largo de poco más de sesenta años fue cerrando su economía y permitiendo la implantación de un férreo régimen corporativo, mediante grupos de presión de distinto orden. Se trata de un régimen que sostiene una ideología adversa al agro y, por ende, a la agroindustria. Tal ideología conduce al falso debate entre mercado y Estado.

La esperanza hoy reside en mantener el ideario alberdiano. Así, es posible que nuestro país, después de décadas, retome la senda del desarrollo sostenido.

Manuel Alvarado Ledesma, Economista.