El Jueves Santo es nuestra entrada en el Triduo Pascual −los tres días centrales de la Semana Santa− y nos brinda ya las claves para recorrer el camino que conduce con Jesús a la resurrección.
El Evangelio según San Juan es el último de los cuatro evangelios en ser escrito. Juan, el autor, debió conocer el relato de la institución de la Eucaristía contenido en los primeros tres evangelios (que llamamos sinópticos, porque en términos generales relatan los mismos hechos), y decidió no repetirlos, sino narrar otra historia de esas últimas horas de la vida de Jesús que, del mismo modo que la Eucaristía, revela el sentido profundo de su muerte, y su significado para nosotros.
Juan comienza señalando de que Jesús sabía con toda claridad que había llegado su “hora”, el momento fijado por el Padre para que entregara su vida en la Cruz. Y por eso mismo, es también el momento de revelarles a sus discípulos el sentido de su muerte: su amor por ellos “hasta el fin”, es decir, hasta el último aliento de su vida, hasta el extremo, e incluso a pesar de todo: sabiendo que Judas ya había decidido traicionarlo (y que Pedro lo iba a negar y que los demás iban a huir).
Y en medio de la cena, “se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido”. Creo que a nosotros nos resulta muy difícil entender el estupor que debió suscitar este gesto en los apóstoles. (…)
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