Pbro. Gustavo Irrazábal*
16 de junio de 2024

La misa, la celebración eucarística, es un acto de fe. Los creyentes celebramos en la misa a Jesucristo como nuestro Salvador. Sin embargo, desde hace tiempo se vienen sucediendo en nuestro país misas con sobretonos cada vez más políticos y menos religiosos. En algunos casos, ése es el propósito explícito de los organizadores; en otros, resulta una consecuencia esperable del tipo de convocatoria, así como de las consignas que se enarbolan, convirtiendo tales misas en “celebraciones temáticas” en las cuales la eucaristía es puesta al servicio de otros fines. Un ejemplo claro fueron las misas de “desagravio” al Sumo Pontífice, en plenas elecciones nacionales, por expresiones vertidas años antes por el actual presidente. En cualquier caso, quien preside la celebración es el responsable del orden en la asamblea y del adecuado desarrollo de la liturgia. 

Ante lo sucedido el viernes 14 de junio, en una misa presidida por el Vicario General de la Arquidiócesis de Buenos Aires, Mons. Gustavo Carrara, en la parroquia Inmaculado Corazón de María (Constitución), en la cual se entonaron sobre el final cánticos políticos contra el gobierno, el arzobispo José Ignacio García Cuerva tuvo palabras muy firmes: “La misa es algo sagrado. Aquí venimos a alimentarnos de unidad, de fraternidad y de paz. No está bien usar la misa para dividir, para fragmentar, para partidizar”.

Lamentablemente, esta advertencia resulta insuficiente en medio de un clima enrarecido. La politización de ciertos sectores de la Iglesia argentina es inocultable. Y, como en ocasiones anteriores, el tema del hambre brinda la mejor de las ocasiones. ¿Quién podría negar que es una cuestión gravísima y perentoria? La demora en el reparto de los alimentos por parte del gobierno es ciertamente inexcusable. Pero el problema del hambre no comenzó en diciembre, como tampoco la corrupción organizada a partir de las políticas asistenciales, que incluye desde la venta de alimentos destinados a los comedores hasta el escándalo de los comedores falsos, las cooperativas fantasma y el sometimiento de los pobres a toda clase de extorsiones por parte de algunas organizaciones sociales.

Por un lado, las autoridades eclesiásticas, desde el mismo momento en que recibieron cierta información de fuentes no oficiales y −hasta donde se sabe− sin ningún contacto con el respectivo ministerio para chequear los datos y constatar las razones de las demoras en la distribución de los alimentos, hicieron pública la denuncia en los medios, generando la impresión de que se trataba de un proceder deliberado. Esa precipitación le hizo el juego a un sector de la oposición contra el actual gobierno que está empeñada en incitar con cualquier excusa la indignación general. “¡¡¡¡Con la comida, no!!!!” (sic), exclamó el Equipo de Sacerdotes de Villas y Barrios Populares de CABA y GBA en una vehemente declaración.

Sin embargo, frente a las denuncias de irregularidades en el manejo de la ayuda social (apoyadas por copiosa información), las mismas autoridades religiosas cerraron filas en una actitud de negación y, más aún, han decidido responder con misas en todo el país en “homenaje” a las “Madres de la Patria”, es decir, las mujeres que colaboran en los comedores, supuestamente agraviadas por dichas denuncias. No sería de extrañar que desórdenes como los ya sucedidos se repitan. En cualquier caso, se puede generar fácilmente la impresión de que estas misas son actos contra el gobierno y de que su objetivo implícito es el de condicionar las auditorías y las investigaciones judiciales en curso.

Se ha vuelto frecuente invocar una frase del papa: “para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?” (Fratelli Tutti, n. 176).

Pero estas palabras de Francisco sobre la importancia de la política no autorizan a que obispos y sacerdotes deserten de su función específicamente religiosa e intervengan en política partidaria o que dispongan a su arbitrio de bienes que pertenecen a toda la Iglesia, como son los sacramentos. Quienes han sido llamados a participar activamente en la vida política no son los ministros de la Iglesia, sino los laicos. Y cuando éstos lo hacen, deben actuar a título personal, sin comprometer la autoridad de la Iglesia. 

La Iglesia tiene ciertamente una misión profética en el campo social, sobre todo en favor de los pobres, pero ésta debe ser ejercida con prudencia evangélica, sin espíritu faccioso ni afán de protagonismo. Es preciso escuchar con atención la voz de una multitud creciente de fieles que, justamente agraviados por los episodios referidos, reclaman: “¡Con la Misa, no!”

 

*Pbro. Miembro del Consejo Consultivo del Instituto Acton