Patrick Deneen es el representante más destacado de un “conservadurismo del bien común” caracterizado por su antiliberalismo (en este artículo expliqué su obra más reciente, “Regime Change”), y una de las principales influencias intelectuales de la nueva administración norteamericana.
Deneen ataca al “fusionismo” que cree posible conciliar el conservadurismo moral-cultural con el liberalismo político y económico. El “liberalismo conservador” es, para él, un oxímoron ridículo: el liberalismo no puede conservar nada porque cree en el progreso constante; como afirmó el Manifiesto Comunista y comparte Deneen, “la época de la burguesía se caracteriza por […] la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes”. El liberalismo, según Deneen, es culpable de la dualización social -los ricos cada vez más ricos; los pobres cada vez peor-, de la desindustrialización de Occidente, de la inmigración masiva, de la aparición de una élite tecnológico-managerial cosmopolita (los “anywhere”) que domina y desprecia al pueblo todavía arraigado a lugares y profesiones concretas (los “somewhere”)… El liberalismo, al poner en el centro la libertad individual, es también culpable de la revolución sexual, la fragilización de la familia, el “cambio de sexo” o el hundimiento de la natalidad. La idea de la soberanía del consumidor es extendida, según Deneen, a la esfera amoroso-familiar: uno debe poder cambiar de pareja -o de sexo- con la misma facilidad con que cambia de nevera.
Por mi parte, creo que la esperanza de un futuro decente pasa precisamente por el liberalismo conservador (o “fusionista”). Los nuevos (o viejos, porque todo eso ya estaba, mutatis mutandis, en De Maistre, en Vázquez de Mella, etc.) conservadores antiliberales carecen de alternativas serias a las ideas de “libertad ordenada” (importante el adjetivo) que presidieron la mejor época de la Historia occidental. No hay alternativa seria a la economía de mercado y al libre comercio: los aranceles encarecen los productos (penalizando a los más pobres, esos cuya defensa pretende asumir el conservadurismo populista) y favorecen el anquilosamiento de la industria nacional; la terciarización de las economías más desarrolladas es una tendencia universal que no podrá ser revertida con proteccionismo voluntarista. El experimento trumpiano de guerra comercial mundial va a dar y quitar razones muy pronto. Creo que los aranceles empobrecerán a los americanos, pondrán en peligro las cadenas de suministro y no traerán de vuelta a EE.UU. el tejido manufacturero que poseyó antes de la globalización, la terciarización, la digitalización y la IA (entre otras cosas, porque muy pocos americanos quieren ya ser obreros). Las fábricas automovilísticas del EE.UU. de Norman Rockwell no volverán.
Por otra parte, Deneen y demás conservadores antiliberales se equivocan cuando afirman que los Federalist Papers de Hamilton-Madison-Jay o el Ensayo del Gobierno Civil de Locke -o sea, el liberalismo clásico- tenían que llevar tarde o temprano al aborto legal, el cambio de sexo o el Desfile del Orgullo Gay, o que todo partidario del libre mercado debe serlo también, por ejemplo, de la pornografía o de los vientres de alquiler (“es mi cuerpo y hago con él lo que quiera”). Los liberal-conservadores queremos libre mercado, pero no la comercialización de la reproducción humana o el libertinaje sexual. Es esencial -y en eso consiste el aspecto conservador del fusionismo- que se trace una frontera moral entre lo mercantilizable (los bienes económicos) y lo que debe permanecer extra commercium (“lo que el dinero no puede comprar” -o no DEBE poder comprar-, parafraseando a Michael Sandel)[1]. Debe haber la máxima libertad para comprar y vender coches o alquilar pisos, pero no para vender gametos o alquilar vientres. Y un cónyuge no es -no debe ser- un objeto de consumo que se renueve cada X años en las rebajas del hipermercado amoroso. La libertad económica y política es perfectamente compatible con la ética conservadora y la estabilidad familiar.
Y la prueba de esto es que durante siglos -digamos de 1776 a 1968- la libertad política del Occidente democrático floreció al mismo tiempo que la familia nuclear, la restrictiva moral sexual victoriana y una edad de oro demográfica. Si Locke, Montesquieu o Washington inocularon en el organismo occidental el virus de una libertad egoísta/absoluta que no reconoce límites derivados de la naturaleza humana o de la sostenibilidad social… ¿cómo es que tardó tres siglos en activarse el bacilo (los que van del Ensayo del Gobierno Civil [1690] a Woodstock [1969])?
Deneen ofrece una caricatura del liberalismo: afirma que se caracteriza por “una alianza cada vez más profunda entre el economismo libertario y el libertarianismo social experimental”[2] (o sea, que quien defienda la libertad económica también debe estar a favor de los “experiments in living” de John Stuart Mill: las formas de vida alternativas, los nuevos modelos de familia, la diversidad moral y sexual…). Afirma que “el objetivo de la civilización liberal moderna es el individualismo expresivo y la autocreación”[3], la maximización de la libertad, sólo limitada por su compatibilidad con la libertad de los demás (lo que Mill llamó “principio del daño”), pero no por la naturaleza humana (por tanto, ¿por qué no infinitos sexos en vez de sólo dos, por ejemplo?) o por las necesidades de la sociedad.
Volviéndose contra la interpretación clásica de su país como nación intrínsecamente liberal-conservadora[4] (“The Right Nation”, definieron Micklethwait y Wooldridge)[5], Deneen cuestiona incluso la filosofía de los Padres Fundadores, intentando contraponerle una tradición conservadora no liberal que encontraría sus hitos, por ejemplo, en Burke, en la Tory Democracy de Disraeli o en el distributismo de Chesterton y Belloc. La América actual -la del divorcio, el aborto, la polarización “pijoprogres vs. rednecks”, etc.- es, según él, el resultado inevitable del ADN liberal que los Fundadores le insuflaron. “Los americanos tendrán que romper con [el ADN de] América e intentar refundar la nación sobre mejores verdades”[6].
Dediqué mi libro Una defensa del liberalismo conservador[7] a demostrar que el liberalismo no es enemigo de la virtud y la estabilidad; el gran Robert Reilly ha dedicado su America on Trial: A Defense of the Founding (2020)[8] a defender, más específicamente, la filosofía fundacional norteamericana de las acusaciones de los reaccionarios estilo Deneen. El bueno de Locke, convertido por los antiliberales en precursor de la Drag Queen Story Hour y del ligue por Tinder, fue en realidad un cristiano sincero -en su lecho de muerte pidió que Lady Masham le leyera los Salmos- que intentó teorizar un fundamento iusnaturalista razonable para el Estado de Derecho. Frente a un Hobbes que había sostenido que la única solución posible para la guerra de todos contra todos era un Leviatán absoluto frente al cual los individuos carecieran de garantías, Locke afirma que el poder político debe estar limitado por los derechos naturales de las personas, y que de hecho su razón de ser estriba en garantizar la vigencia de estos. Esos derechos son “la vida, la salud, la libertad y la propiedad”, y los tenemos porque somos hijos de Dios: “Nadie debe dañar a otro en su vida, salud, libertad o posesiones; porque, siendo los hombres todos obra de un Hacedor omnipotente e infinitamente sabio, […] son propiedad de ese Hacedor y Señor, que los hizo para que existan mientras le plazca a Él y no a otro” (Ensayo sobre el Gobierno Civil, 6)[9].
No nos pertenecemos a nosotros mismos, piensa Locke: pertenecemos a Dios. La libertad lockeana, por tanto, no es absoluta; no es libertad para hacer lo que me plazca y “autocrearme”, sino para colaborar en el plan del Creador. No puedo autocrearme porque ya me creó Dios: “[Para Locke] El fundamento más profundo de la inviolabilidad jurídica de las personas […] es su condición de criaturas […]: en cuanto creación divina, los hombres son propiedad de Dios, y por tanto no pueden ni disponer de sí mismos de cualquier forma, ni convertirse jurídicamente en objetos libremente disponibles para otros”(Wolfgang Kersting)[10]. Locke defiende “la libertad para ordenar sus actos y para disponer de sus propiedades […] dentro de los límites de la ley natural”[11].
No es cierto que el liberalismo propugne un individualismo absoluto, o derechos infinitos no contrapesados por deberes. Por ejemplo, Locke insiste en los deberes naturales de los padres hacia sus hijos y entre sí: “Todos los padres y madres están obligados por ley natural a defender, alimentar y educar a los hijos, que deben ser considerados, no como una obra propia, sino una obra de su propio Hacedor, ante el cual responden de aquéllos. […] Como la unión entre el varón y la mujer no tiene, simplemente, por objeto la procreación, sino la continuación de la especie, esa unión debe persistir incluso después de la procreación, mientras sea necesaria para alimentar y proteger a los hijos”[12]. Tan importantes como los derechos son los deberes (de hecho, los derechos se tienen para poder cumplir libremente los deberes naturales): “Dado que el hombre ha sido creado tal como es, equipado con la razón y con otras facultades […], resultan necesariamente de su constitución intrínseca [from his inborn constitution] ciertos deberes que no pueden ser otros que los que son”[13].
Si el liberalismo es la filosofía del egoísmo, ¿cómo es que Locke, su fundador, escribió en sus Essays on the Law of Nature que “el interés de cada hombre no es la base del Derecho natural”?[14] Si el único norte del liberal es la real gana y ganancia, ¿por qué dijo en Political Essays que “un gran número de virtudes, y las mejores de ellas, consisten en hacer el bien a los otros en nuestro propio perjuicio [at our own loss]”?[15] Si el liberalismo consiste en el derecho a satisfacer todos mis deseos compatibles con la libertad de los demás, ¿cómo escribió su formulador que “el principio de toda virtud reside en la capacidad de negarnos la satisfacción de nuestros propios deseos allí donde la razón no los autoriza”?[16]. Si el liberalismo es la racionalización del solipsismo depredador, ¿por qué Locke escribe que “mi deseo de ser amado por mis iguales naturales me impone el deber natural de consagrarles a ellos plenamente el mismo afecto”?[17].
Pero no se trata solamente de Locke: los hombres que construyeron EE.UU. compartieron esta filosofía liberal-conservadora, igual que muchos liberales hispanos de los siglos XIX y XX. Lo veremos en un próximo artículo.
Francisco José Contreras
Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla. Autor de once libros individuales (entre ellos, “Kant y la guerra”, “Liberalismo, catolicismo y ley natural”, “Una defensa del liberalismo conservador” y “Contra el totalitarismo blando”). Ha recibido el premio de honor Diego de Covarrubias 2020, el Premio Angel Olabarría y el Premio Legaz Lacambra de la Academia Aragonesa de Jurisprudencia.
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[1] Michael Sandel, What Money Can’t Buy: The Moral Limits of Markets, Allen Lane, 2012.
[2] “We witness the deepening alliance between the libertarian economism of classical liberalism and experimental social libertarianism of progressive liberalism” (Patrick J. Deneen, Regime Change: Towards a Postliberal Future, Forum, 2024, p. 58). “Primary [for liberalism] was a belief in self-making, demanding a social order that allowed the greatest possible freedom -even liberation- from unchosen commitments. […] Borders of all kinds would be challenged as arbitrary limitations upon the pursuit of one’s preferences. Family duties and formation would increasingly be seen as a burden upon personal autonomy” (Regime Change, cit., p. 73).
[3] “The aim of modern liberal civilization is individual expressivism and self-creation, and those who fail to achieve this status receive their just deserts; whereas, those who expressly reject these aims in the name of older norms are summarily branded as bigots and zealots” (Regime Change, cit., p. 53).
[4] “The position that the United States was originally, and thus most truly and in essence, a “classical” liberal nation. Conservatism could declare allegiance […] to a set of liberal ideas and principles that it claimed constituted the true animating philosophy of America” (Regime Change, p. 66). Pero Deneen NO comparte ese compromiso con las ideas liberales fundacionales de EE.UU.
[5] John Micklethwait – Adrian Wooldridge, The Right Nation: Conservative Power in America, Penguin, 2005.
[6] Patrick J. Deneen, “Better Than Our Philosophy: A Response to Muñoz”, Public Discourse, 29 de noviembre de 2012.
[7] Francisco J. Contreras, Una defensa del liberalismo conservador, Unión Editorial, 2018.
[8] Robert R. Reilly, America On Trial: A Defense of the Founding, Ignatius Press, 2020.
[9] John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil [1690], Aguilar, trad. de Amando Lázaro, p. 10.
[10] Wolfgang Kersting, Die politische Philosophie des Gesellschaftsvertrags, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1994, p. 112.
[11] Ensayo sobre el gobierno civil, cit., p. 7.
[12] John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil, cit., pp. 97-98.
[13] John Locke, Political Essays, Cambridge University Press, 1997, p. 125.
[14] John Locke, Essays on the Law of Nature, Oxford University Press, 1988, p. 268.
[15] John Locke, Political Essays, cit., p. 129.
[16] John Locke, Some Thoughts Concerning Education [1693], Lightning Source, 2011, p. 58.
[17] John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil, cit., p. 9.
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