Por Pbro. Gustavo Irrazábal*
Para el Instituto Acton Argentina
Octubre 2025

El 9 de octubre pasado fue presentada la primera exhortación apostólica del papa León XIV, Dilexi te, sobre el amor hacia los pobres. Las palabras del título son dirigidas por Dios a la Iglesia de Filadelfia, en Asia Menor, comunidad pobre en recursos, pero que se mantuvo fiel en la persecución (Ap 3,9; cf. n.1). Salta a la vista la continuidad con la última encíclica de Francisco, Dilexit nos, sobre el amor divino y humano del Corazón de Cristo. De hecho, se trata del título que Francisco había elegido para la exhortación que estaba preparando sobre el cuidado de los pobres en la Iglesia. El papa León hace propio este proyecto, añadiendo sus propias reflexiones, con el objeto de insistir en la íntima conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres (n.2).

La perspectiva cristológica se convierte así en la columna vertebral de todo el documento. La identificación de Jesús con los pobres lleva a tratar este tema no ya en el horizonte de la beneficencia, sino en el de la revelación (n.5). En su encarnación, Jesucristo “se anonadó a sí mismo” (Flp 2,7) asumiendo una pobreza radical. Este misterio debe ser entendido en todo su realismo: “el Señor se hace carne, carne que tiene hambre, que tiene sed, que está enferma, encarcelada” (n.110). Al decir de Francisco, una Iglesia que quiera ir realmente hacia los pobres de comenzar por ir “hacia la carne de Cristo” (ibid.). Sólo así seremos capaces de liberarnos de nuestra autorreferencialidad y escuchar “el grito de los pobres”, eco del sufrimiento del mismo Cristo (n.7-8).

Pero ¿qué debe entenderse por pobreza? La exhortación aclara a continuación que este fenómeno reviste muchas formas más allá de la estrictamente material: “la pobreza del que está marginado socialmente y no tiene instrumentos para dar voz a su dignidad y a sus capacidades, la pobreza moral y espiritual, la pobreza cultural, la del que se encuentra en una condición de debilidad o fragilidad personal o social, la pobreza del que no tiene derechos, ni espacio, ni libertad” (n.9). Por esta razón, el solo compromiso por remover las causas sociales y estructurales de la pobreza, aunque importante, es insuficiente: es necesario un cambio de mentalidad que pueda incidir en una “transformación cultural”, en particular, frente a “la visión de la existencia basada en la acumulación de la riqueza y del éxito social a toda costa” (n.11). En esta misma línea, el texto encara algunos “prejuicios ideológicos”, como una falsa visión de la meritocracia que pretende hacer culpables a los pobres de su propia condición (n.14) apelando a injustas generalizaciones que influyen incluso en algunos cristianos.

El capítulo II está dedicado a la opción por los pobres, expresión surgida del magisterio latinoamericano pero integrada en el magisterio sucesivo de la Iglesia. La exhortación pone de relieve su fundamento cristológico: la pobreza de Jesús, manifestada sobre todo en su progresiva exclusión, que une su destino al de los pobres, los excluidos de la sociedad. Así, “Él se presenta al mundo no sólo como Mesías pobre sino como Mesías de los pobres y para los pobres” (n.19). Es precisamente de la fe en este Cristo que se hace pobre de donde brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad (n.23).

La exhortación introduce luego un recorrido bíblico que ilustra la inseparabilidad del amor a Dios y el amor a los pobres (n.26ss.). Su conjunto presenta un testimonio tan consistente sobre la centralidad de la caridad que ninguna hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarlo (n.31). El capítulo siguiente se dedica a delinear el perfil de una “Iglesia pobre para los pobres”, comenzando por algunos aspectos relevantes de su historia. Para los Padres, “la caridad hacia los necesitados no se entendía como una simple virtud moral, sino como expresión concreta de la fe en el Verbo encarnado” (n.39), y hacían de la caridad “el criterio del verdadero culto” (n.42) y del compartir los bienes una exigencia ética de justicia (n.43), que no sólo alivian las necesidades de los hermanos, sino que purifican el corazón de quien da (n.46). Pero, en la historia de la Iglesia, la caridad no se ha limitado al socorro de los pobres, sino que incluyó desde el comienzo el cuidado de los enfermos, la liberación de los cautivos, la educación popular, el acompañamiento de los migrantes, etc. (nn.49-79), procurando siempre servir a los necesitados no como un gesto “de arriba hacia abajo”, sino como “un encuentro entre iguales, donde Cristo se revela y es adorado” (n.79). Al referirse a los movimientos sociales, el papa insiste en una idea cara a Francisco: los pobres deber ser sujetos de su propia promoción; las políticas sociales no deben ser solo hacia los pobres sino con los pobres y desde ellos (n.82).

La historia que la exhortación describe a través algunos de sus protagonistas más relevantes se continúa en el presente, en “la lucha de los laicos cristianos lidiando con los desafíos de su tiempo”, junto con religiosos y religiosas, y que constituyen la “raíz popular” de la Doctrina Social de la Iglesia (capítulo IV). El actual “cambio de época” hace aún más necesaria “la continua interacción entre los bautizados y el Magisterio, entre los ciudadanos y los expertos, entre el pueblo y las instituciones” (n.82). El Concilio Vaticano II, en particular, representó una etapa fundamental en la toma de conciencia de la solicitud por los pobres, como “fermento” de naturaleza cristocéntrica, es decir, doctrinal y no sólo social (n.84).

El texto se refiere luego a dos temas que profundizan la enseñanza conciliar en el magisterio latinoamericano. En primer lugar, menciona el tema de las “estructuras de pecado” que causan pobreza y desigualdad “extremas”. Denuncia, como Francisco, la “dictadura de una economía que mata” por estar imbuida en una ideología que defiende “la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera”. Frente a esta fe “en las fuerzas invisibles del mercado”, el papa reivindica “el derecho de control de los Estados” (n.92). Es necesario superar el vigente modelo “exitista” y “privatista” de distribución de la riqueza, que hace posible un nivel de consumo insostenible de unos pocos y lleva al deterioro del “ambiente y de la sociedad” (n.95). Esto requiere tanto “un cambio de mentalidad” como “políticas eficaces en la transformación de la sociedad” (n.96).

El segundo tema aludido, esta vez con referencia a la conferencia de Aparecida, es el carácter cristológico de la opción por los pobres, a la luz de la cual estos deben ser considerados como “sujetos capaces de crear su propia cultura, más que como objetos de beneficencia”, así como “sujetos de la evangelización y de la promoción humana integral” (n.100). En esta perspectiva, incluso, cabe afirmar la necesidad de que “todos nos dejemos evangelizar por los pobres, y que todos reconozcamos la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (n.101).

En el capítulo final, el papa contrapone “la cultura dominante de los inicios de este milenio”, proclive a abandonar a los pobres a su propio destino, con la figura del Buen Samaritano, propuesta por Francisco en Fratelli Tutti, que nos desafía a superar un estilo de vida caracterizado por la indiferencia (nn.106-107). En particular, la limosna, como gesto personal asiduo y sincero, “sigue siendo un momento necesario de contacto, de encuentro y de identificación con la situación de los demás” y, aunque no sustituya la lucha por la justicia, infunde pietas en la sociedad (n.115).

Como decíamos al comienzo, el planteo de esta exhortación es fundamentalmente teológico, cristológico y espiritual, un llamado a conectar la fe en Cristo y la solicitud por los pobres en la vida concreta de cada creyente. La adopción de esta perspectiva constituye, a nuestro juicio, el principal mérito de este documento, junto al reconocimiento de todo el esfuerzo realizado a lo largo de la historia de la Iglesia para poner en práctica las exigencias de la caridad.

Parece claro que, en el contexto de una Iglesia ideológicamente dividida, la intención de León XIV en este primer documento ha sido la de afirmar su continuidad con el magisterio de su predecesor, destilando su esencia más pura, en la cual todos los creyentes, más allá de nuestras diferencias, podemos coincidir: la centralidad evangélica del amor operante por los pobres. Es cierto que, más allá de este objetivo, el papa incluye alusiones a temas más debatibles como la economía, el mercado, el rol del Estado, el alcance de la función social de la propiedad o la interpretación de las estadísticas, pero lo hace en términos genéricos que quedan abiertos a ulteriores desarrollos.

Por último, aunque se trata de un documento dirigido principalmente a los creyentes, no se limita exclusivamente a ellos. Por esta razón, hubiera sido deseable incluir una valoración de los esfuerzos que realizan en la actualidad tantos países, organizaciones e instituciones internacionales para combatir la pobreza. La única mención a este tema, la erradicación de la pobreza extrema como uno de los objetivos del Milenio de las Naciones Unidas (n.10), no está acompañada por un reconocimiento de los éxitos que dicho programa ha alcanzado. Es verdad que el amor cristiano, por su naturaleza, “es profético, hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible” (n.117). Pero la Iglesia nunca podrá derrotar a la pobreza por sí sola, sin la colaboración humilde y fraterna con todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

*Miembro del Consejo Consultivo del Instituto Acton Argentina.

10-10-2025

Crédito de foto: © Vatican Media