Junio de 2016
Por Héctor Mario Rodríguez
Los 4 sustantivos que elegí para el título constituyen las aristas que más querría destacar de mi paso (sólo mi primer paso, si Dios quiere) por Acton University en Grand Rapids este junio de 2016.
Para quienes no tuvieron aún la dicha de conocerla, esta ciudad de Michigan es un encanto, al menos en su Downtown. No tenés tiempo para conocer nada más. Primera consecuencia de la INTENSIDAD: casi no llegás a ducharte si querés participar de todas las actividades programadas. Y yo no quería perderme una sola. Misa en inglés o en latín, a las 7:15 am puntualísimo. Luego desayuno, luego clases (sessions), luego almuerzo, luego clases (algunas, especiales), luego cena, luego disertación magistral y luego cerveza y vino a discreción para confraternizar. Guau!! Ya son casi las 22 y nos echan porque tienen que limpiar para mañana.
Claro, hay recreos o ratos de intervalo. Esos son los tiempos para pegarse una ducha, escapándote a la habitación. Que, en mi caso, tuve la suerte de compartir con un caballero (knight) del sur de EEUU llamado Calvin. No católico romano, como yo. Pero tan amante de Jesús como yo. Es más, su presencia en AU (la quinta o sexta vez, en su caso) obedecía a que presentaba sus escritos y los de su agrupación sobre la defensa de la naturaleza como mandato divino. Nuestras conversaciones me permitieron percibir la fuerza del mensaje del Señor, en diferentes ámbitos. Aunque, esas diferencias fueron mucho más patentes cuando, una de las noches después de la disertación magistral, espontáneamente un grupo de no más de 7 mujeres y hombres de África se pusieron a cantar, “a capella” en su idioma, rítmicas canciones que, luego advertimos, eran alabanzas a Dios. Un regalo. De humildad, desenfado y alegría. ¡Viva la DIVERSIDAD! mandé por whatsapp (junto con el video) a mis hijos y esposa que quedaron en Buenos Aires.
Fue otra africana, en este caso senegalesa, quien nos deslumbró con su prosa atrapante en forma y contenido durante la primera disertación magistral. Entonces aprendí lo que es, a todas luces, obvio pero, encarnado, se aprehende: que la pérdida de una cultura ancestral, por pocos que sean sus representantes actuales, empobrece a toda la Humanidad. Y que para que no se pierda, tienen que crear empresas propias que generen productos y servicios distintivos que el resto del Mundo aprecie y, por tanto, demande. Toda una NOVEDAD, no sólo para mí sino para muchos de los que la escucharon con atención y la ovacionaron. Tecnológica, pero novedosa al fin, fue la forma de hacerle llegar las preguntas a los disertantes al final de la cena: vía nuestros propios smartphones. Inclusive, contando con la posibilidad de votar por las preguntas más interesantes, las cuales podían ser anónimas. Había viajado hasta Michigan, entre otras cosas, con la intención de escuchar la clase magistral de Vernon Smith, Nobel de Economía 2002. Disertante de la segunda noche, nos sorprendió con la novedad que su ponencia no se centraría en “la ciencia lúgubre” (como los detractores llaman a mi campo profesional) sino sobre la, más iluminada, ciencia de las estrellas: la astrofísica. Un gusto que puede darse quien con casi 90 años de edad y una jovialidad admirable nos paseó por Einstein y Hawking, para sostener que, cuanto más chico (nano partículas) o más grande (galaxias) sea el área de investigación, más se realza la presencia del Creador.
El Creador a quien el profesor musulmán sunni, que nos dio la clase de “Islam 101”, bien se encargó de señalar que no difiere del de los cristianos o los judíos. Y luego nos pidió que no juzgáramos a todo el Islam a partir de un grupo de asesinos, quienes, en muchos casos, leen el Corán con la extemporánea mirada que tuvieron, en los tiempos de Jesús, los fariseos respecto de la Biblia. En el octavo siglo de nuestra era no había cárceles todavía, por lo cual era casi admisible que los castigos corporales a los que delinquían fueran cruentos. Pero hoy no lo son, ejemplificó. El cierre de los intensos tres días de reflexión, debate, interacción y aprendizaje lo constituyó la disertación del Padre Robert Sirico. El llamado a la UNIDAD en la acción quedó cristalizado en la anécdota de su niñez, cuando su madre le explicó que los números grabados en los brazos de sus vecinos judíos de su apartamento en Brooklyn se debían a que alguien los había considerado “su propiedad” y los había marcado como se marca al ganado. Todos los presentes teníamos el común denominador del respeto a la dignidad humana como Imago Dei y, por lo tanto, la intención de buscar caminos de rescate material a aquellos indignamente deshumanizados. Bien se trate de regímenes dictatoriales opresores (había varios representantes de países hoy oprimidos), bien se trate de poblaciones marginadas (los excluidos de los que a menudo habla Francisco), los que tuvimos la dicha de estar en AU nos llevamos ideas, ejemplos, procedimientos, vínculos y energía suficiente para ayudarlos a cambiar un destino que puede ser evitable.
Mil gracias, Cecilia Vázquez Ger. Mil gracias, Instituto Acton. Mil gracias, Acton Institute.
HÉCTOR MARIO RODRÍGUEZ
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