El capitalismo en serio no funciona como una mesa de ricos que derrama migajas al suelo de los pobres, como sí ocurre en los regímenes corruptos 


Fuente: La Nación (Argentina)

25 de junio de 2017
 
El gobierno de Cambiemos se encontró con un gasto público monumental para atender sueldos, subsidios, jubilaciones y pensiones, cuyos beneficiarios no están dispuestos a resignar. Esa es la razón del déficit y éste, al financiarse con impuestos y deuda externa, motiva el atraso cambiario que incentiva las importaciones, desalienta las exportaciones, promueve el turismo hacia el exterior, daña las economías regionales y fogonea las críticas opositoras. Sin embargo, todos eluden las soluciones de fondo, pues nadie quiere afectar a los empleados públicos, ni a los jubilados, ni a los pensionados, ni a los subsidiados. Ni en la Nación, ni en las provincias ni en los municipios.
Esa carga configura el «costo argentino» que quita competitividad, demora las inversiones, alarga el desempleo y empuja a la pobreza. La distorsión acumulada durante décadas de populismo es un vástago que nadie reconoce como propio, atribuyendo su paternidad al actual gobierno, por ineptitud, por insensibilidad o por no ser peronista. Por haber aplicado un «ajuste feroz», por no haber aplicado ajuste alguno o por el ajuste que, según se presagia, aplicaría.
Ante la demora en la reactivación, se culpa al presidente Mauricio Macri de gobernar para los ricos, postergando a las grandes mayorías, que sólo recibirían las migas caídas del banquete neoliberal, después del café y los habanos. Entretanto -reza la crítica-, los excluidos deberán esperar en la calle revolviendo la basura.
Es la «teoría del derrame», una metáfora banal, inventada para descalificar al capitalismo y sus dos pilares fundamentales: los derechos de propiedad y la libertad individual. La promesa de bienestar basada en la iniciativa privada es denunciada como subterfugio de los ricos para mantener sus privilegios, ilusionando a los pobres con un arco iris inalcanzable.
El populismo, que ha infectado a todos los partidos, reclama políticas activas para no esperar un «derrame» tardío e insuficiente. Parafraseando a Keynes, sentencia que «en el largo plazo estaremos todos muertos» y, para beneficio de los vivos, aconseja profundizar los desajustes, reduciendo impuestos y aumentando gastos. Durante décadas ganadas y perdidas se «derramaron» millones en políticas de corto plazo invocando la ética de la solidaridad, la justicia social y la igualdad inclusiva. La culminación fue el kirchnerismo y sus millones de pobres, secuela tenebrosa de la valija de Antonini, las cajas de Florencia, la bolsa de Felisa y los bolsos de López, la imprenta de Boudou, los casinos de Cristóbal, las estancias de Lázaro, los hoteles de Cristina, los aviones de Jaime, los testaferros de De Vido y los fondos de Santa Cruz. Todo ello malversando los verbos «alimentar, educar y curar» e invocando los derechos humanos como manto indecoroso para cubrir aquellos escándalos de corrupción y testaferros.
Contrariamente a la crítica, Macri es un campeón del gasto público. Mantiene a casi un millón de empleados, incluyendo los tres poderes del Estado nacional, y no exige a las provincias y municipios la reducción de los tres millones restantes. Amplió los ministerios y los planes sociales, respetó los subsidios al transporte y ajustó sólo parcialmente las tarifas de energía. Con desaprensión fiscal, impulsó la reparación a los jubilados y lanzó obras por todo el país, desde rutas a cloacas, pasando por agua potable, ferrocarriles y obras hídricas, para cumplir en meses lo que nunca se realizó en años. Por eso, su cautela gradual es tildada como «kirchnerismo de buenos modales» financiado con deuda externa y presión fiscal.
El capitalismo en serio no funciona como una mesa de ricos que derraman migajas al suelo de los pobres. Eso ocurre en los regímenes corruptos, cuya finalidad real es enriquecer a los poderosos del mercado… político, mientras distraen a la población con dádivas inmorales, falsas inauguraciones y discursos en cadena nacional.
La esencia del capitalismo implica movilidad social e igualdad de oportunidades. Cuando no hay corrupción ni populismo, el progreso personal se logra con mérito y esfuerzo, no mediante el «derrame» de sobras de un festín. En el capitalismo verdadero cualquiera puede sentarse a la mesa y no son migas las que caen, sino excluidos que ascienden hasta ella. Esa inocultable realidad impulsa a miles de familias a buscar un futuro en Estados Unidos, Gran Bretaña o Alemania. No cruzan alambrados ni se embarcan en chalupas para esperar el derrame, sino en pos de una vida mejor.
Para que la dinámica capitalista impulse prosperidad en la Argentina, como hace un siglo y medio cuando llegaron cinco millones de inmigrantes, es indispensable desatar los nudos de corrupción y privilegios que sustentan el costo argentino y ahuyentan la inversión en la economía real.
La referencia peyorativa al «derrame» es apenas oportunismo taimado, como si fuese posible curar una enfermedad con el mismo bacilo que la causó. Sólo con inversión y aumento de productividad habrá educación para todos, alimentación para los niños, trabajo verdadero, transporte decente, viviendas dignas y acceso a la salud. Las bases indispensables para que la movilidad social funcione.
Ha llegado el momento de la verdad y ello incluye mirarse en el espejo, asumir responsabilidades colectivas y acordar propuestas sensatas para sacar a nuestro país del pozo en que lo han dejado. Sin más palabrerío populista.