por Julio Saguier
11 de octubre de 2017
Fuente: La Nación
Cuando las reflexiones y el abordaje de cuestiones coyunturales surgen de una mirada profundamente humana, es inevitable que se conviertan en auténticas lecciones de sabiduría capaces de trascender ampliamente la inmediatez de un momento.
El padre Rafael Braun, Raffy Braun, será siempre recordado como un excelente ejemplo de quien aprendió a tomar cualquier disparador como oportunidad para la sintonía fina, la que rescata la voz del corazón y nos proyecta hacia lo eterno.
Hace unos años, en uno de los fructíferos encuentros organizados por la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), tuve oportunidad de escuchar una de esas memorables exposiciones a las que Raffy nos tenía acostumbrados y que luego volcó en un artículo publicado en la nacion (http://www.lanacion.com.ar/13895-los-valores-humanos-frente-a-la-globalizacion). Tomaba como marco una peregrinación al santuario mariano de Luján para destacar la importancia de que todos, y no sólo algunos, arribaran a destino. Para ello, nos invitaba a reflexionar sobre la importancia que en toda marcha compartida adquieren dos puestos claves: la vanguardia, que marca el rumbo, y la retaguardia, que marca el ritmo. ¿Podría alguien haber sintetizado mejor esta idea?
Continuando por esa sabia línea, muchas veces reiteraba que es una cuestión de ritmos, que el origen de mucho de lo que nos ocurre radica en un desacompasamiento social. Líderes políticos, empresariales, sindicales y religiosos, intelectuales integran entre nosotros esa vanguardia de la que hablaba Raffy. Desbordantes de palabras, tantas veces equivocados en la acción, pero mucho más aún por la omisión, capaces de desoír las necesidades de los que menos tienen y motorizados por ambiciones personales, nuestros dirigentes tiene mucho por hacer y por aprender. Siempre preocupado por quienes más sufren y padecen carencias diversas, materiales, educacionales, marcados por una discapacidad, una enfermedad o, simplemente, por la indiferencia de nosotros, sus conciudadanos y sus gobernantes, testigos y víctimas de una corrupción que, como hemos experimentado, mata, excluye y condena.
Tres, planteaba sabia y humildemente Raffy, son los desafíos para una sociedad. Proponer un liderazgo creativo, innovador y audaz desde una vanguardia que no puede estar sólo preocupada por encuestar la opinión de los que siguen detrás; ayudar a que todos puedan caminar mejor por sí mismos y dedicar parte de las mejores cabezas, corazones y energías para atender debidamente a la retaguardia a fin de que no haya excluidos que no puedan llegar a la meta, a destino.
Lamento que los argentinos todavía no hayamos incorporado estas sabias vivencias y consejos de Raffy que nos hubieran evitado, entre otros males, el aumento de la exclusión y la profundización de la grieta que nos atraviesan lacerantemente como sociedad. Pero aún estamos a tiempo.
Desde los múltiples ámbitos en los que su presencia se tornó indispensable y su palabra señera, Raffy asumía siempre con alegría y sabiduría su papel de dirigente responsable y creativo, moviéndonos a la reflexión, liderando, acompañando y activando voluntades, para que nadie quedara atrás. Raffy nos legó el mejor de los ejemplos, tratemos de seguirlo.
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