1 de febrero de 2018
Por Gabriel Boragina
Fuente: Web personal: “acción humana”
“Hayek introduce el supuesto gnoseológico de la dispersión del conocimiento en el análisis económico para explicar la evolución de este orden espontáneo y su funcionamiento: el mercado como único mecanismo capaz de dar una respuesta al problema planteado. La comprensión de tal fenómeno social nos permite entender mejor aún el significado de los precios como expresión de la interacción de tal información (la valoración que los sujetos hacen de cada bien, por ejemplo), la transmisión de ésta al cálculo económico.”[1]
Esa dispersión del conocimiento toma en cuenta tanto el conocimiento erróneo como el correcto, lo que no asegura (siempre y en todo lugar) la toma de decisiones acertadas. Parte de ese conocimiento se compone de información, y el error o acierto de aquel depende del de ésta. No hay absolutamente nada que nos permita sugerir que un ente centralizado sería capaz de tomar todo el conocimiento cierto y dejar de lado el falso, ni que pueda hacer lo mismo con la información que sirve de base a ese conocimiento. La pretensión socialista deviene una vez más como aquella fatal arrogancia que diera título al último libro de Hayek. El mercado -como proceso- va depurando y separando el conocimiento falso del verdadero, y no hay ningún otro mecanismo que pueda remplazarlo en esta tarea.
“De allí que toda adulteración efectuada sobre aquéllos termine por viciar lo que con ellos se pretende hacer. Por lo tanto, la planificación centralizada no es adecuada como método pues resulta ineficiente o incapaz de reunir toda la información necesaria para llegar al resultado buscado: satisfacer las necesidades de los individuos.”[2]
Esto supone una planificación que tenga por miras satisfacer las necesidades de los individuos, y no como sucede normalmente en que las planificaciones estatales tienen por intención la complacencia de las apetencias de ciertos grupos, los cuales se busca privilegiar para obtener de ellos sus votos como contrapartida. Para ese fin se expolia a unos para dar a otros. Es lo que sucede, por ejemplo, en el populismo. Dejando de lado este hecho cierto, los precios son la información necesaria para que el cálculo económico pueda operar, y sin ellos ningún cálculo es posible. Es importante que tengamos en cuenta que “planificación centralizada” no es sinónimo de estatal. Esto se apreciará mejor cuando veamos el punto de vista de Rothbard sobre el tema que venimos tratando.
“El cálculo económico es la herramienta mental que utiliza todo agente para maximizar el beneficio que busca con su acción. Con esta acción que tiene lugar en el plano de las decisiones individuales, este “orden extendido de cooperación espontánea” que es la sociedad disfruta de esta síntesis: el fenómeno por el cual los agentes económicos coordinan la asignación de los recursos escasos para la satisfacción de sus necesidades.”[3]
Sin precios no hay cálculo y el cálculo permite la comparación de diferentes precios de bienes y servicios que los individuos estiman necesitar. El cálculo siempre se refiere a un concepto cardinal donde se ponderan cantidades, y no pueden serlo otras cosas diferentes a estas. En tanto los precios refieren a términos cardinales los valores lo hacen a términos ordinales. He aquí la diferencia entre precio y valor. Podremos, ergo, calcular precios, no valores, si bien los primeros son expresiones numéricas de los segundos. Es la única manera en que los humanos tenemos una referencia y guía válida para saber que vender, comprar y en que cantidades hacerlo. Y sólo el sistema capitalista ofrece esta herramienta indispensable.
“El cálculo económico es cálculo monetario, y como tal requiere de los precios monetarios como instrumento esencial. A través de ellos el calculista podrá expresar numéricamente el valor de sus costos y el valor de sus ingresos esperados; de esa comparación determinará a priori la existencia de ganancias o de pérdidas. Si el cálculo resulta en ganancias, habrá servido para comenzar con el proyecto; si en pérdidas, estará indicando que el proyecto no es económicamente conveniente. “[4]
Sin poder calcular precios ningún proyecto sería pasible de ser evaluado y no se sabría si encararlo o no. En realidad, todo sería azaroso en un mundo sin el cálculo económico, porque no se sabría si iniciar un emprendimiento o abstenerse de hacerlo. Ninguna certeza habría sobre la eventualidad de pérdidas o de ganancias, y ante la contingencia de perder nadie movería un dedo para hacer nada. Por lo demás, no significa que el cálculo sirve únicamente a priori del proyecto, ya que una vez decidido su comienzo será necesario seguir calculando para poder evaluar si el cálculo inicial que arrojaba utilidades realmente se está cumpliendo o, si no es así, resultara necesario hacer reajustes al proyecto original, o bien abandonarlo por completo. Para calcular, nuevamente se necesitan precios, y para estos de un mercado, es decir, propiedad privada.
“El cálculo económico se aplicará por el lado de los costos no sólo a los costos reales sino también a los costos de oportunidad para determinar el ingreso que cada alternativa podrá dejar y al que el agente renuncia al optar por la más rentable. “[5]
Preferimos hablar de costos contables en lugar de costos reales como distintos a los de oportunidad, porque para nosotros los de oportunidad también son costos reales. Puede que sea una mera cuestión terminológica, pero aun así nos parece más claro expresarlo de esta manera. El costo de oportunidad aparece cuando frente a diversas alternativas de producción todas arrojan rentabilidad, pero no todas pueden ejecutarse al mismo tiempo. El cálculo es útil para determinar la más beneficiosa, lo que servirá para descartar o -en todo caso- postergar las restantes.
[1] Cecilia Gianella de Vázquez Ger. “El cálculo económico en el socialismo: una visión contemporánea”. Revista Libertas 18 (mayo 1993). Instituto Universitario ESEADE, pág. 6
[2] Gianella de Vázquez Ger C., Ibidem. Pag. 6.
[3] Gianella de Vázquez Ger C., Ibidem. Pag. 8
[4] Gianella de Vázquez Ger C., Ibidem. Pag. 8
[5] Gianella de Vázquez Ger C., Ibidem. Pag. 8
Deja tu comentario