Fuente: Religión en Libertad
6 de abril de 2018
No se puede ser coherente con la fe y, al mismo tiempo, olvidar a los sectores menos favorecidos de la sociedad, afectados muchas veces por lo que el Papa Pablo VI llamó “estructuras de pecado”; es decir, acciones colectivas capaces de atentar contra la dignidad de la persona humana. Por lo tanto, la Iglesia siempre ha tenido claro su aporte frente a los retos de la pobreza y cuando, por los avatares de la historia, dicha conciencia se ha puesto en riesgo, no han faltado figuras que, a lo largo de los siglos, la han hecho volver al origen. Por ejemplo, San Francisco de Asís o Santa Teresa de Calcuta. Referentes a nivel mundial de la inclusión social con un fuerte contenido espiritual.
Hasta aquí, nada que objetar; sin embargo, ¿en qué podemos estar fallando? De entrada, en la interpretación que hemos hecho, a menudo influenciados por corrientes ideológicas que, aunque fuera de época, nos quedan como remanentes y que hay que superar. Si de verdad nos preocupa la pobreza, nos deben ocupar pastoralmente los empresarios, así como aquellos que vienen en camino. Dejar de verlo como un campo de derecha o cosas por el estilo, para comprender que es la propia Doctrina Social de la Iglesia la que nos lo pide con urgencia.
En los ochentas, bajo el lema de la “opción por los pobres”, que más bien fue una absolutización de tipo sociológico de la categoría, muchos católicos dejaron obras e instituciones -colegios, universidades, etc.- para irse a las periferias. ¿Acertaron? Depende de cada caso. En algunos, podemos decir que hubo buena intención, pero sucedió como aquel cuento en el que un mono estando en el árbol, vio que un pez iba por un riachuelo y, al darse cuenta de que estaba inmerso en el agua, decidió sacarlo para que no se ahogara. Excelente intención, pero el resultado o desenlace fue fatal. Con esto, no decimos que haya que dejar los sectores más excluidos. Todo lo contrario, se debe perseverar en ellos, pero sin descuidar las grandes ciudades en las que se toman decisiones de todo tipo que afectan justamente a las zonas que nosotros queremos proteger y ayudar a que se desarrollen. Lo anterior, implica trabajar con los empresarios.
Ahora bien, tener presencia en las grandes ciudades o en el contexto del desarrollo social, implica un perfil de trabajo pastoral que cubra cuatro elementos:
Oración: Es común a todos los creyentes sin importar el ámbito en el que se desenvuelvan. Sin ella, cualquiera pierde de vista lo que le toca.
Formación: Como “nadie da lo que no tiene”, hay que estar preparados, pues el sector empresarial, al estar inmerso en el desarrollo tecnológico, no puede admitir ninguna clase de improvisación. Conocer otros países, hablar una segunda lengua, especializarse, etcétera, son algunos elementos.
Imagen profesional: El arreglo, la manera de presentarse, influye directamente en la buena o mala percepción del mensaje. A veces, la informalidad nos gana la jugada y pensamos que lo formal es sinónimo de prepotencia o vanidad. Recordemos que todo debe darse en su justa medida. Lo que importa es el mensaje, cierto, pero en la teoría de la comunicación y de las neurociencias, está claro que el mensajero también influye en un alto grado.
Ubicación estratégica: Debemos contar con colegios y parroquias en zonas céntricas, pues de otro modo es imposible conectar con la sociedad.
Concluimos, con el propio título: ¿Te preocupa la pobreza? Ocúpate (pastoralmente) de los empresarios. No para ganar imagen, sino con el objetivo de transformar la realidad, generando un nuevo sentido del binomio fe y justicia.
Deja tu comentario