Por Roberto Bosca
Fuente: Infobae
14 de abril de 2018
Ser maestro pizzero, gasista matriculado o cirujano dental no inhibe de suyo una vida que imite la de Cristo. Es lo que recuerda el Papa en su última exhortación, Gaudete et Exultate, que aquí se analiza.
Se pueden decir y se dicen las cosas más variadas -algunas de ellas un tanto estrambóticas- del papa Francisco. Pero de lo que no se le puede acusar es de quedarse corto a la hora de hacerse entender. Gaudete et Exultate (alégrense y regocíjense), el nuevo documento pontificio, constituye una vez más una muestra de ese afán comunicativo que todo el mundo, aun sus críticos, le reconoce unánimemente, aunque estos últimos se lo reprochen por considerarlo excesivo. ¿Qué querrá decirnos ahora este Papa tan lleno de iniciativas novedosas y desconcertantes que ponen nerviosos a los conservadores y rompen esquemas predeterminados, también de los progresistas?
Buenas noticias
Esta vez no se trata de una nueva encíclica sino de una exhortación apostólica, género que el Pontífice ya había utilizado en dos ocasiones, cuando escribió un documento programático de su pontificado llamad Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio) y también Amoris Laetitia (La alegría del amor), dedicada al amor humano.
Curiosamente, y seguramente debido a un expreso designio del autor, en los tres aparece en el título la misma referencia a la alegría. Puede afirmarse que no se trata de una casualidad. Una de las principales constituciones del Concilio Vaticano II que establece un nuevo modo de relación de la Iglesia con el mundo se llama Gaudium et Spes (Las alegrías y las esperanzas). Al promediar el documento, el autor dedica varios parágrafos a este tema, que ya había tratado en anteriores textos como en su primera exhortación, en el comienzo mismo de su pontificado.
Dios mismo es quien nos ofrece la felicidad para la cual fuimos creados, dice Francisco en el inicio de Gaudete et Exultate.
El propio Francisco lo ha explicado como una actitud connatural al anuncio del Evangelio, que quiere decir buena nueva. Este acento parece contradecir cierta espiritualidad tradicional, sobre todo en los países latinos, que en siglos pasados (y en el caso de los integristas, aún hoy) prefirió centrarse un tanto abusivamente en una atención a aspectos quizás aparentemente opuestos y en todo caso complementarios.
Todos recordamos algunas espiritualidades casi exclusivamente expresivas de una religión del sufrimiento, representado por la Virgen dolorosa al pie de su hijo agonizante. Este nuevo énfasis es otra muestra del peculiar estilo bergogliano que por lo mismo configura un punto controversial de su gobierno pastoral. Sin embargo, no hay en el planteamiento de la exhortación un intento de soslayar o disfrazar –más bien al contrario- el paradigma central del mensaje evangélico que es el supremo misterio cristiano de la cruz redentora.
La virtud no es un patrimonio de especialistas
Muchas veces ocurre que Francisco aparece como un destructor de íconos, pero en realidad lo que él está haciendo es ir a las raíces, o sea a lo más puro y original del Evangelio. Esta vez Bergoglio se ha propuesto poner de relieve una verdad elemental, aunque bastante olvidada: la praxis de la comunidad de los fieles se sitúa en un ejercicio de las virtudes, que culmina en algo técnicamente llamado por los teólogos con el nombre de estado de santidad.
El cristianismo no es primariamente un código moral
El cristianismo, como ha recordado en su momento el papa Benedicto XVI, no es primariamente un código moral. Según toda la tradición cristiana, él consiste en una imitación de la vida de Jesucristo. Uno de los textos más clásicos de la ascética universal, escrito en el período medieval, lleva por título «La imitación de Cristo».
Ha sido también frecuente en la historia de la Iglesia (y también en otras religiones) considerar a los santos como seres extraordinarios que estaban alejados de la vida corriente del común de los mortales. Algunas representaciones tradicionales han llegado a caracterizar a los santos de un modo que hoy aparece como exótico, por ejemplo viviendo de una manera francamente extraña en lo alto de una columna. Pero en realidad, la santidad -dice Francisco- más que en los teólogos, está en el pueblo.
Simeón el Estilita vivió 36 años sobre una columna y gozó de gran fama de santidad en Siria
Sin doctrina social de la Iglesia no puede haber santidad posible
En la nueva exhortación, el Papa se detiene en la santidad del pueblo cristiano, un tema que le es caro y que revela una influencia de la Teología del Pueblo (por ejemplo en las citas de Gera y de Brochero). Otra de las novedades del papa Francisco consiste en una visión de la santidad que, alejada de todo individualismo autosuficiente, no puede prescindir de la necesaria dimensión social el cristianismo. Ahora está claro que sin doctrina social de la Iglesia no puede haber santidad posible. Todo un programa de vida que desafía el futuro de la íntegra comunidad eclesial.
El destello divino de lo ordinario
Con el Concilio Vaticano II, esta concepción de una vía virtuosa entendida como exclusivamente alejada de la vida cotidiana fue puesta en entredicho, y se puso de relieve que en realidad todos los fieles cristianos comunes y corrientes estaban llamados a la santidad, sin que para ello hubiera necesidad de meterse en un convento o llevar una existencia necesariamente apartada del mundo. Esto y no otra cosa es lo que, retomando el camino conciliar, ha querido recordar el Papa con el nuevo texto magisterial.
Ser maestro pizzero, gasista matriculado o cirujano dental no inhibe de suyo una vida de santidad de tanta calidad como la de un místico
En efecto, ser maestro pizzero, gasista matriculado o cirujano dental no inhibe de suyo una vida de santidad de tanta calidad como la de un místico al estilo de Juan de la Cruz, que el documento cita. Según las propias palabras de Francisco, para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada sólo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así, niega concisa y enfáticamente el Papa.
Según el Pontífice, todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra, en las circunstancias ordinarias de su propia vida. Finalmente, remata: «¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos.»
Para quien aún mantiene una concepción aristocratizante de la santidad, esta exhortación puede ser tachada de populista
¡Cómo! ¿Cualquier hijo de vecino puede aspirar a las cimas de una perfección excelsa? Para quien todavía mantiene una concepción aristocratizante de la santidad, por la cual la virtud sólo sería solamente asequible a algunas almas selectas o escogidas y no a la multitud de los fieles, esta exhortación puede ser tachada de populista. Habrá quien piense que Francisco está aguando o rebajando la santidad a una categoría transida de facilismo. No es la primera vez que el Papa carga con este sambenito.
La New Age encontró un terreno fértil para desplegarse cómodamente en una sociedad sometida a un sordo proceso de secularización
Un autismo espiritual
A partir de mediados del siglo pasado, la New Age buscó rellenar el vacío existencial mediante una espiritualidad de la vida cotidiana que introdujo prácticas de meditación orientales y toda una parafernalia de recursos técnicos que significaron un verdadero masaje relajante del yo. Aunque pronto mostró sus limitaciones, esta corriente encontró un terreno fértil para desplegarse cómodamente en una sociedad sometida a un sordo proceso de secularización.
El “mindfullness” es una de las últimas modas en materia de meditación New Age, una suerte de espiritualidad posmoderna.
De este modo, el mensaje de la nueva religiosidad posmoderna llegó con fluidez a un amplio colectivo de individuos ansiosos de un clima de bienestar espiritual que les negaba la ramplona cultura consumista. Ella puso al alcance de la mano de millones de seres hastiados de una vida chata y materialista una experiencia personal de lo sagrado que no le habían sabido mostrar las religiones tradicionales.
En su exhortación, aunque sin nombrarla con nombre y apellido, el Papa señala el contenido esencial de esta espiritualidad subjetivista al reseñar el riesgo de un nuevo gnosticismo. En una reciente carta de la Congregación para la doctrina de la fe, Placuit Deo, Francisco había adelantado esta cuestión cuando caracterizó al neognosticismo como una fe encerrada en un puro subjetivismo, a la que solo interesa una experiencia o un conocimiento supuestamente iluminador que en definitiva encierra al sujeto en una burbuja autorreferencial, clausurándolo en la inmanencia de su propia razón o sentimientos.
Finalmente, la exhortación, como la anterior carta, se centra en otra tentación actual que, como el gnosticismo, se encuentra también en la mentalidad de muchos de los propios cristianos: el pelagianismo. Según detalla el texto, los nuevos pelagianos se empeñan en seguir el camino de la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración de la voluntad humana y de la propia capacidad, que se traduce en una autocomplacencia egocéntrica y elitista que de esta suerte se ve privada del auténtico amor de impronta evangélica. Tanto el gnosticismo como el pelagianismo están unidos por un común eje subjetivista que constituye la fuente y la raíz de tantos problemas que atormentan al hombre y la mujer de nuestros días.
Peregrinación a Luján (China Soler)
Santidad y sociedad
Con una llamativa minuciosidad, la exhortación papal sigue pasando revista a una enorme cantidad de otras cosas, cada una de ellas significativas de situaciones concretas de la vida real y todas referidas a una forma específica de vivir la propia fe. Podría decirse que no hay aspecto que se haya dejado de lado en el tratamiento de esta temática.
Con este quehacer, y sin incurrir en facilismos, más que complicar con preciosismos teológicos, el Papa anima a la práctica de la virtud, tornándola asequible al hombre de la calle. Se abre así un amplio panorama que en su conjunto constituye una invitación a volver a encontrar en el patrimonio espiritual del cristianismo nuevas luces que iluminen, en un momento difícil y comprometido de la Iglesia católica, la expectativa de un camino de esperanza.
El documento, como suele ser habitual en los textos del Papa Francisco, posee una extraordinaria riqueza de reflexiones que buscan delinear de un modo sutil pero claro, a un mismo tiempo profundo aunque franco y directo, el perfil de una vida cristiana auténtica. Un verdadero manual de instrucciones para alcanzar la felicidad, aspiración ineludible de todo ser humano que viene a este mundo, en el abigarrado panorama de la cultura posmoderna.
Gaudete et Exultate revela también la fuerza espiritual de su autor y su designio amoroso de pastor. Se trata nada menos que de un llamado lleno de solicitud a una verdadera renovación en la forma de encarnar el ideal evangélico por parte de los propios seguidores de Jesucristo. En tal sentido, se podría decir que para Francisco ésta es la verdadera reforma de la Iglesia.
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