Por Juan Ramón Rallo
Fuente: Libre Mercado
10 de noviembre de 2014
El derribo del Muro de Berlín hace 25 años corre el riesgo de convertirse en una efeméride más acerca de un pasado cuasi prehistórico en lugar de en un valioso recordatorio sobre los horrores del socialismo real. Como suele suceder con la historia, el paso del tiempo difumina las causalidades y vuelve más amables las lejanas responsabilidades. Acaso, desde la distancia, pudiera parecer que el Muro fue apenas un pintoresco accidente histórico, una frivolidad de un régimen megalómano sin conexión alguna con su sustrato ideológico.
Pero el muro de la vergüenza socialista no fue ningún accidente histórico: fue la consecuencia natural e inexorable de una ideología que institucionalizaba la explotación del hombre por el hombremientras ondeaba propagandísticamente la bandera de su abolición. Hubo –y hay– otros muchos muros socialistas distintos al berlinés: los controles de circulación, la restricción en la concesión de pasaportes o las barreras naturales –como estar rodeado por un océano– son cárceles en muchos casos tan o más efectivas que la barrera germana.
Porque la explotación –la verdadera explotación: la basada en larepresión sistemática de la libertad– es forzosamente consustancial a la dictadura del proletariado: no ya porque la dictadura reconoce sin ambages cuál debe ser el destino de los noproletarios, sino porque incluso entre los proletarios existen legítimos disensos de intereses que la dictadura socialista sólo es capaz de resolver manu militari, esto es, convalidando el uso de la fuerza por parte de unos proletarios sobre otros (en realidad, por parte de los cuadros con mayor poder de negociación dentro de la burocracia socialista sobre el conjunto de los proletarios).
Y todo régimen asentado en la salvaje esclavización del hombre por el hombre necesitará erigir muros para evitar que los esclavos escapen del dominio de sus dueños, especialmente cuando existen sociedades mucho más libres a tiro de piedra. Lo comprendió perfectamente el periodista alemán Eugen Richter, quien 70 años antes de que fuera construido el Muro ya anticipó perspicazmente que la eventual implantación del socialismo en Alemania debería ir seguida, por necesidad, de controles fronterizos que impidieran a la gente evitar seguir siendo explotada cual ganado por el Estado. Narraba Richter en su distópica novela Imágenes de un futuro socialista:
“Dado que la gente joven ha recibido el adecuado entrenamiento de nuestras instituciones socialistas y dado que se les ha instruido en el honorable propósito de dedicar todas sus energías al servicio de la comunidad, pronto dejaremos de necesitar a todos esos snobs y aristócratas [que quieren escapar del país]. Mientras tanto, [todos ellos] tienen la obligación de ser retenidos en el interior (…) El Gobierno [socialista] hace bien en aplicar implacablemente medidas para evitar la emigración. Con el propósito de ser eficaces, se ha considerado imprescindible enviar tropas a las fronteras y a los puertos. El paso fronterizo con Suiza ha recibido especial atención por parte de las autoridades. Se ha anunciado que las patrullas se incrementarán en varios batallones de infantería y caballería. Esas patrullas tienen estrictas instrucciones de disparar de manera indiscriminada a todos los fugitivos.”
Sin criadero de cobayas no hay paraíso socialista. Por eso los muros de contención son imprescindibles: no para evitar que las masas depauperadas por el capitalismo emigren en desbandada hacia los países socialistas, sino para evitar que las masas empoderadas del socialismo huyan hacia los páramos de explotación capitalista. Al contrario, han sido los países capitalistas quienes, por desgracia, han optado por levantar barreras para impedir que la población extranjera busque mejorar sus expectativas vitales en su seno. Los países socialistas, en cambio, fueron los únicos que tuvieron que recurrir a tales muros para retener a su propia población: ni siquiera la República Democrática de Alemania, el más rico de los países socialistas, fue un reclamo lo suficientemente atrayente para evitar que más de 200.000 berlineses cruzaran cada año la frontera antes de la construcción del Muro.
A la postre, los mercados libres se basan en la libre cooperación humana a través de contratos voluntarios: contratos que, a fuer de voluntarios, son mutuamente beneficiosos para las partes. El socialismo, en cambio, se asienta en la coerción: en la explotación violenta del hombre por el hombre. El Muro no fue una carambola histórica. Cada socialismo requiere su propio muro, su propia cárcel.
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