Manuel A. Jiménez-Castillo[1]
Universidad Católica de Pereira
1 La ciencia del dinero
El objeto último de las finanzas radica en una razonable comprensión de que los medios son fines para sí mismos y que los intercambios solo cumplen su labor cuando son fundamento de progreso y bienestar. Su campo compete al estudio objetivo del dinero como entidad que se vale de sí misma. Solo así adquiere su condición científica de logos. Con Aristóteles el papel del dinero recoge toda una tradición que ve en él una fuente secundaria de valor. No es sino virtud para otras cosas, es decir, medio de cambio. La censura crematística –la censura del dinero como simple depósito de valor- impide desplegar todo lo que en ella es condición de verdad y espíritu independiente. Su condición de patrón de pagos impide el uso natural del interés allá donde no se consuma separación clara entre propiedad y uso. Así, no se podrá vender un pedazo de tierra ni los frutos de su uso porque caería en una desigualdad contra-natura. Solo con la distinción de ambas entidades irrumpe el interés y con ello instrumentos financieros tales como la letra de cambio y el cheque. Reforzado por la figura del notario se nutren los intercambios comerciales y con ello el entendimiento de que todo interés no es más que el precio de disponer en el ahora lo que en su condición natural está reservado a un porvenir.
Pero llegar a esta comprensión requiere un esfuerzo natural unido a unas condiciones materiales que estimulen la intuición y finalmente la ordenación de un futuro sostenido bajo las leyes del ahora. En las primeras fases del desenvolvimiento económico, todo es inmediatez. La pobreza es presente absoluto, pura emergencia, sustraída de toda distinción entre disposiciones ajenas y propias. La falta de acumulación de capitales convierte todo préstamo en crédito improductivo. Su habilidad se resuelve en necesidades inferiores sin facultad auto-reproductiva. Véase sino como buena parte de la masa crediticia en países pobres se concentra en la reproducción de bienes fatuos carentes de esa habilidad para multiplicar el ahorro y la industria. El cálculo económico se resiente ante la pobreza que en su afán aspira a gobernar un mundo de necesidad frente al del civilizado interés.
Esta percepción del mundo domina el invierno de la historia. La censura al interés de los padres de la Iglesia alcanza su cénit con las tesis de santo Tomás donde solo la normalización de la propiedad abrirá puertas al mundo financiero. La negación de todo interés se consuma con la eliminación del precio al dinero pues lo que sirve como instrumento de intercambio no puede asumir un estatuto económico per natura. El dinero es un universal concreto que se trueca por todo excepto por sí mismo. Censurables son, así, los pagos a una sustancia extraña a toda mercancía que ni se vende ni se compra. La falta de independencia exige acomodar los ritmos económicos a la doctrina eclesiástica y en ello la tradición escolástica hace un esfuerzo único.
Pero las cosas van cambiando y lo que resulta evidente para una conciencia apegada a una existencia material se hace insuficiente cuando se eleva. Que el dinero carece de valor intrínseco como nos recuerda san Mateo 25:14-30 “(…) si se entierra en el suelo no produce ningún beneficio” se hace insuficiente para una humanidad que ha puesto sobre el trueque el gobierno de las pasiones más comprometidas. Con la llegada de la letra de cambio el mundo comienza a reconocer lo que solo es evidente para una sociedad avanzada. Basada en el intercambio favorece la solidaridad entre sus miembros regando de prosperidad y conduciendo pacíficamente los intereses de todos. Evidente para Montesquieu es que el comercio se constituye como apaciguador de pasiones litigantes, ganando en fuerza simbólica y en la confianza de lo que es útil para todos. La falta de respaldo metálico no dañará su valía pues ha comprendido que su fuerza radica en resolver necesidades transitorias y conducir las pasiones hacia la frugalidad y la experticia. El dinero se va ajustando a principios de racionalidad económica garantizado por la legitimidad del interés y el empeño efectivo en actividades onerosas. Cuando el dinero deja de ser un instrumento que convoca a las necesidades inferiores cristaliza en voluntad intersubjetiva y estimula rendimientos crecientes. Entonces el cálculo revierte en una virtuosa actitud profesional y la figura del contable testimonia la inauguración de una ciencia del dinero.
El ejercicio financiero transita de ser ánimo para la codicia a ser alimento de virtud general. Una presencia abierta del mercado asume que todo acuerdo entre oferente y demandante requiere de maestría inter-partes. Solo el experto en necesidades ajenas sobrevive al mundo de la competencia que lubricado por las finanzas, acelera y reproduce beneficios y disposiciones. Pero extraer dones sociales de las finanzas y no lúgubres caminos de enriquecimiento exigirá reformular en mayúsculas la conciencia de los pueblos.
Ya con la resolución de las necesidades se distingue, en notable obra de la moral, aquellas satisfechas desde los primados del vasallaje con las dispuestas desde la inteligencia y la creatividad. Pero entonces, ¿por qué goza de tan mala fama el mundo de las finanzas cuando su origen resulta de un ejercicio libre del espíritu? La respuesta debe buscarse probablemente en el modo en que se distribuyen socialmente los goces de ese logro. Siguiendo lo apuntado por Fustel de Coulanges las finanzas ponen a la gente en su sitio de una manera muy particular; por una combinación de suerte y tenacidad. El mercado financiero va resolviendo la condición social de los agentes económicos guiado por los principios del cambio e incertidumbre. Por eso, el mundo que emerge con las finanzas termina siendo uno donde la estabilidad y predecibilidad de la vida segura del esclavo se diluye tras la inseguridad que proporciona la competencia libre. Por este motivo, el sistema financiero vence sin convencer pues es en él característico perjudicarnos como individuos a la vez que nos promociona como masa social. Generando una aflicción emotiva de tintes neuróticos consigue que todos nos sintamos más inseguros y perjudicados en un mundo cada vez más próspero.
Las finanzas estimulan las relaciones mercantiles y estas fortalecen el espíritu de la competencia. Obrando a partir de un mecanismo de destrucción creadora fuerza un mejoramiento humano general desde el perjuicio particular de cada uno de sus protagonistas “la competencia es sana mientras no te ocurra a ti”. Así, las sociedades se instalan progresivamente más prósperas desde sujetos atormentados y sometidos a la lucha constante por el reconocimiento. Esta paradoja podría explicar esa desazón del que vence sin convencer y que, en últimas, nos pone como individuos ante el reto de digerir todo este siglo y medio de espectacular dicha.
2 Pobreza y Finanzas
Las finanzas favorecidas por su condición social nunca son causas del progreso, y sin embargo, participan solidariamente en su consecución y sostenimiento. No es desde las finanzas, aunque sí con las finanzas donde el mercado multiplica sus externalidades positivas conquistando allá donde participa (con otros determinantes (educación, salud, etcétera) mitigar la pobreza y reproducir oportunidades. El progreso material se refina curtido desde aquello mismo que lo denosta; es decir, expande oportunidades a la vez que concentra beneficios. El mercado se nutre de cambio, y el cambio de movilidad, por lo que a toda acción le sobreviene siempre una reacción igual y contraria. Todo beneficio de la competencia exige como al dios Saturno devorar a sus hijos. A fin de cuentas toda competencia es un intento frustrado de aspiración al monopolio; recuérdese que en competencia perfecta nadie compite.
A la luz de estas paradojas, nos topamos con un hecho que no por razonable resulta ser fascinante; la reducción mundial de la pobreza ha supuesto un incremento de la desigualdad social y esto último, la prueba de que con todo el mundo progresa. El mejoramiento se encuentra instalado precisamente en ese mismo sentimiento de desafección que nos incita. En ciencias sociales, contrario a otros saberes y prácticas, es de recibo observar lo que no funciona para deducir su naturaleza necesaria. Empero, un mundo cada vez menos pobre y más desigual supone retos relevantes para las finanzas en su papel pacificador. Porque superada la primera fase de escasez, no es una igualdad de recursos lo que apremia, y sí una igualdad en la capacidad de acceso al sistema financiero. Solo en esto último las finanzas satisfacen ese rol de agente más eficiente entre necesidades presente y futuras. Véase sino como el sistema financiero consigue ordenar de modo prosaico aquello que se tiene y no se necesita con lo que se necesita y no se tiene. Esto multiplicado por la infinidad de interacciones lo dota de un servicio superior y de una fuente de estima inestimable.
La desigualdad entre países pero sobre todo en los países afecta preponderantemente la capacidad de acceso. Allí donde impera la asimetría el precio del dinero deja de medirse en función de su escasez natural. La desigualdad entre los extremos dificulta la adecuación de los deseos individuales a una política que garantice el respeto por la propiedad y una higiénica red de garantía jurídica. Sin ambos, los derechos de garantías se igualan a un sobrecoste de financiación. A ello añádase los efectos que arrastra sobre el desenvolvimiento de las relaciones informales de producción. La desigualdad es distancia entre agentes y esto anticipa la conformación de barreras en forma de costes de información, de control, y finalmente de liquidez y diversificación. El estrangulamiento en la base crediticia para buena parte de la población mundial convierte la deuda en un instrumento de extorción y servidumbre allá donde debiera cumplir funciones productivas (véase sino los casos de suicidio en el noroeste de la India documentados de modo recurrente en la última década).
Solo la deuda que se encamina a fortalecer el progreso individual y colectivo es una deuda legítima pues el que recibe está en condiciones de devolver sin mermar patrimonios propios. La prosperidad se hace fecunda consintiendo que prestamista y prestatario no se vean ahogados por unas condiciones de reparación inasumibles. Apelando a la gracia de un acceso al crédito favorable se resuelve lo que de virtuoso tiene restituir lo ajeno sin restar en lo propio. El punto clave brota de la libertad (como capacidad) que cada uno atesora para decidir o no sobre la conveniencia y necesidad del servicio vigente; o en otras palabras, sobre el conjunto de posibilidades con las que el individuo cuenta para poner en conveniencia sus oportunidades con su disponibilidad patrimonial. No es tanto la posibilidad para solicitar un servicio financiero, sino la adecuación de este al motivo necesario que le exigen sus inclinaciones más naturales; es decir, que el sistema financiero contribuya a la expansión de las libertades personales y no ha engrasar la maquinaria financiera. Si las condiciones exógenas no son, en tal caso, las dispuestas a prevenir la carencia y la sumisión cualquier producto financiero que se precie no será otro que causa de falencias y arbitrariedades.
3 Micro-finanzas
Entre tanto, llama la atención la irrupción de los servicios micro-financieros en buena parte del mundo en desarrollo. Con los trabajos experimentales de M. Yunus, un economista bangladeshí fundador del banco de los pobres “Grammer Bank”, se creyó firmemente y sin más pruebas que algunos casos aislados, que los pobres son pobres por la falta de acceso al sistema financiero. Pero vacunados ante tales simplismos es sobre todo la capacidad para acceder y no el acceso mismo lo que marca la diferencia entre prosperidad e indigencia y solo expandiendo las facultades humanas (educación, sanidad, etcétera) se liberan las finanzas de una deuda no sostenible. El mero acceso a recursos financiero carece por naturaleza de ánimo para obrar en función de las ocasiones que brinda el servicio de mejora en la vida de los más pobres. Un bien financiero puede cumplir las veces de inversión productiva cuando a la inteligencia económica le suceden disposiciones de tiempo y fortuna. En cambio, se ejecuta como gasto improductivo cuando la emergencia propia de la caristia torna barrera infranqueable al provecho. Sostenido en este carácter ambivalente, el sistema micro-financiero ha fomentado una contradicción de fondo double bottom line donde la función social queda hipotecada por principios de racionalidad y sostenibilidad financiera. Su vocación eminentemente social choca con su realismo operativo.
Es del todo innegable para una mente clara que si el acceso al crédito resolviera los problemas de emergencia económica la sostenibilidad de las instituciones microfinancieras quedaría asegurada, pues no existe mayor prueba del éxito para un crédito que reponerlo sin perjuicio. Sin embargo, que la literatura académica se haya nutrido a partir de ese conflicto prueba que toda estrategia minimalista está abocada al fracaso. O en otras palabras, que la micro-financiación consigue solo y a duras penas mejorar el nivel medio de ingresos de los micro-prestatarios pero nunca alcanza un estado tal que los ponga a salvo de la escasez y la sostenible reposición de las deudas contraídas. Las pruebas empíricas solo corroboran lo evidente. Las más de 300 evaluaciones de impacto conducidas desde el MIT revelan un efecto indefinido si bien débil en los niveles de ingreso familiar para aquellos beneficiarios cuyos niveles de renta se sitúa muy por debajo de la media de los países subdesarrollados. Solo allí, tras umbrales tolerables de bienestar el impacto se repone y democratiza (ver en G.C.A.P, 2002; Hossain, 1989).
4 Conclusión
El mundo de las finanzas ha puesto en conexión mercados equidistantes dando validez y vitalidad a las relaciones mercantiles. Los éxitos compartidos han sido inmensos se mire por donde se mire (solo la pobreza en el mundo ha caído en más de un 80% desde 1970) y con la nueva revolución tecnológica la movilidad de capitales otrora limitada al espacio geográfico sobrevuela sin límites la economía virtual. Las crisis financieras han sido y serán cada vez más recurrentes aunque menos devastadoras, pues es propio de la experiencia domesticar dolores históricos. El carácter ambivalente es consustancial a la vida misma, y el dinero como producto de la conciencia intersubjetiva no está exento de estatutos. En este sentido, la incertidumbre financiera es el precio que la civilización contrae por las infinitas posibilidades que la ciencia del dinero brinda a la hora de cuadrar las disponibilidades presentes y futuras con las necesidades de todos. En última, y he aquí la gracia que despliega las finanzas en esta fase mundial, se halla su facultad más elaborada para revertir la potencia en acto productivo. Relacionando compromisos e inclinaciones de un modo que solo el voluntario flujo de intereses personales sabe hacer, multiplica de modo exponencial el universo material aproximando en su medida el paraíso celestial a la tierra.
[1] Doctor en Ciencias Económicas y Magister en Economía del Desarrollo por la London School of Economics and Political Science (LSE). Ha fungido como profesor-investigador en la Pannasastra University of Cambodia (Camboya), El Colegio de la Frontera Norte (Nuevo Laredo, México), Universidad Católica de Pereira (Colombia). Vive alimentando por la llama del entendimiento y ametralla críticamente su voluntad para liberarlo de ilusiones vacuas. Ha publicado trabajos sobre filosofía del desarrollo económico, microfinanzas, cooperación internacional. Email: antoniojcastillo@ucp.edu.co Facebook: Antonini de Jimenez. Canal youtube: https://www.youtube.com/channel/UC11-cpzjC28ILXdiJBqTRnA
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