Junio de 2020
Por Lucas Barletti
John Locke (1632-1704), reconocido filósofo inglés, ha pasado a la historia como uno de los máximos exponentes del liberalismo político. Un autor de la talla de Merquior se refirió a él como “el paladín de los derechos individuales”. Locke publicó en el año 1690, de modo anónimo, sus Dos Tratados sobre el Gobierno Civil (Two Treatises of Government), obra que más tarde lo lanzara a la fama.
En cuanto al contenido de su Primer Tratado, en él Locke discute los postulados de Robert Filmer (1588-1653), autor de Patriarca, tratado político redactado originalmente en 1630, aunque publicado alrededor de 1680. En la obra en cuestión, Filmer desarrolló una teoría paternalista del poder político: este proviene de la autoridad que Dios confirió a Adán y que a su vez Adán derivó sobre sus sucesores, hasta llegar a nuestros días. Así, los gobernantes mandan sobre sus súbditos del mismo modo en el que un padre manda sobre sus hijos.
En definitiva, de acuerdo con Filmer, el poder de los reyes es absoluto y los gobernados deben resignarse a una pasiva obediencia. Así, pues, él expresa que “es cierto que todos los reyes no son los padres naturales de sus súbditos y, sin embargo, todos ellos son, o deben ser, considerados como herederos directos de aquellos primeros progenitores que fueron en un principio los padres naturales de todo el pueblo y les han sucedido en su derecho a ejercer la suprema jurisdicción”.
Acaso convenga subrayar que la discusión acerca de la naturaleza del poder político no resultaba nueva para la época en la que Filmer había redactado sus obras. Por el contrario, la discusión en torno a este asunto es tan antigua que, de hecho, recorre gran parte de la historia de las ideas políticas. En efecto, el propio Aristóteles ya había discutido sobre ella en su Política (323 a. C.), a la que cabe mencionar siquiera brevemente.
En la obra aludida, Aristóteles comenzó por establecer que el poder político difiere considerablemente del poder paternal. Así, una de las primeras afirmaciones del estagirita es la de que “cuantos opinan que es lo mismo regir una ciudad, un reino, una familia y un patrimonio con siervos no dicen bien”.
Aristóteles añade que mientras que en el poder paternal el niño está dotado de razón, pero poseída de modo “imperfecta”, el poder político únicamente “se ejerce sobre personas libres”. Es posible notar, así, un marcado contraste entre las relaciones de poder entre padres e hijos y entre gobernantes y gobernados. Mientras que en la primera relación los padres poseen manifiestas prerrogativas a causa de su adultez, en la segunda les corresponde a los gobernados, seres plenamente racionales, libres e iguales, participar en los asuntos públicos y ejercer control sobre los gobernantes.
De más está agregar que los valiosos aportes de Aristóteles fueron flagrantemente ignorados por Filmer, aunque no sin cierta conveniencia de su parte. La teoría paternalista de Filmer, que terminó por desfigurar la posición aristotélica al igualar el poder político al poder paternal, tenía por objeto justificar el absolutismo de la monarquía inglesa para terminar elevando a un hombre por encima de la condición humana con el mero pretexto de que era sucesor de Adán en el trono y, por tanto, debía gobernar por derecho divino.
Ahora bien, lo más relevante para el caso parece poder encontrarse en el Segundo Tratado de Locke, en el que, a diferencia del Primer Tratado, su autor pretende no solo refutar a Filmer sino exponer su propia propuesta política. Si bien en su Segundo Tratado Locke aborda numerosos asuntos dignos de ser analizados pormenorizadamente, lo que compete a las presentes líneas refiere a su concepción acerca de la naturaleza del poder político.
Lo cierto es que Locke, que de acuerdo con Mellizo recibió una educación basada en “abundantes dosis de aristotelismo”, retorna a Aristóteles en su concepción de la naturaleza del poder, dando inicio a su Segundo tratado distinguiendo, al mejor estilo aristotélico, la naturaleza del poder político de la del poder paternal. Así, de modo muy similar a como lo hiciera Aristóteles, Locke afirma que “el poder de un magistrado sobre su súbdito puede distinguirse del que posee un padre sobre sus hijos. Existe diferencia entre quien gobierna un Estado y un padre de familia”.
Nuestro autor desarrolla su concepción acerca de la naturaleza de los poderes político y paternal a lo largo de toda su obra. Allí asegura que el poder paternal “no va más allá de proveer fuerza y salud a los cuerpos de sus hijos y vigor y rectitud a sus almas”. Además, “pertenece al padre solo temporalmente, pues termina cuando el hijo alcanza una cierta edad; cuando la tarea de educar acaba, dicho poder se extingue”.
Ante todo, Locke asevera que el mandato de los padres sobre los hijos “es solo provisional, y no es ejercido sobre su vida o su propiedad; es solo una ayuda a la debilidad e imperfección de sus hijos menores de edad”. Por tanto, el poder paternal es un poder temporal y, ante todo, limitado, que tiene por objeto ayudar a los hijos a alcanzar la razón.
Por otra parte, Locke define al poder político como “el derecho de dictar leyes a fin de preservar la propiedad”. Aquí se hace manifiesta la idea de que el poder paternal “está muy lejos del poder de dictar leyes y de hacer que se cumplan bajo penas que puedan afectar la propiedad, la libertad, los miembros o la vida” y, por tanto, “estos dos poderes, el político y el paternal, están perfectamente separados y son diferentes entre sí”.
En definitiva, al refutar a Filmer, en este asunto puntual Locke se acerca a Aristóteles, más allá de sus diferencias existentes en lo relativo a otros asuntos. Lo cierto es que es posible concluir que ambos, contrariamente a la concepción paternalista de Filmer, consideran que los poderes político y paternal difieren considerablemente entre sí.
De acuerdo con ambos, el poder paternal es un poder natural que viene dado a causa del parentesco entre padre e hijo y procura la educación del hijo. Es evidente que en semejante situación el padre posee claras prerrogativas, puesto que es el ser racional que debe mandar sobre el hijo que aún posee una racionalidad imperfecta, aunque de ello no se sigue en modo alguno que el padre posea un poder absoluto sobre la integridad del hijo.
Si bien encontramos diferencias entre ambos pensadores, es posible encontrar similitudes en lo relativo a sus concepciones del poder. Tanto Aristóteles como Locke consideran que el poder político se ejerce únicamente entre hombres racionales, libres e iguales, que poseen la potestad de participar en los asuntos públicos. No existen, finalmente, como creyera Filmer, hombres que por derecho divino queden exceptuados de todo orden y por tanto puedan estar legitimados a disponer como deseen sobre la integridad de los demás, sino más bien hombres comunes y corrientes que deben ser controlados por los gobernados.
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